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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Arquitectura escolar

Las personas de formación autodidacta tenemos una extraña forma de aprender. Lo hacemos con la piel, con la carne, con los sentidos. Aprendemos como si hacerlo fuera amar, y en realidad lo es. Se trata del único acto de amor en el que cuanto damos se nos devuelve aumentado con creces, multiplicado, fértil hasta la muerte. Es una forma de entrar en el saber que, aunque poco académica, me parece bastante simpática.

Por ejemplo, yo aprendo mucho en los bares que frecuento de la gente a la que allí conozco. Con sinceridad les diré que no recuerdo, de los tiempos en que era niña -por tanto, en edad de recibir conocimientos- y acudía a las iglesias, a nadie que me enseñara nada que me interesara y hoy pueda recordar. Nada y nadie, ni entre la tripulación ni entre el pasaje.

"Queda el desafío de educar ciudadanos, algo que no resuelve una asignatura"

En los bares, sí. En el de mi esquina barcelonesa, en una pausa acosada -la pausa, y un poco yo- por los días de las últimas fiestas, me enrollé con un vecino de barra. Hablamos de política, naturalmente. Y él observó: "Todo está en la educación". El hombre me dijo su nombre, Marc Cuixart, arquitecto, y dijo ser nieto de Josep Goday Casals, un nombre que daba vueltas en mi cabeza y que él tuvo la gentileza de situar: el creador de la arquitectura escolar que tanto enriqueció a Barcelona desde la Mancomunitat hasta la República. Hablamos de aquella concepción de la educación, enraizada en el noucentisme, que consideraba al niño como lo más importante de la escuela, y a ésta, como un espacio público de integración del niño en la sociedad a través del descubrimiento de sí mismo y de su formación completa como ser humano, merced al conocimiento y al desarrollo de sus posibilidades.

Antes de marcharse, Marc Cuixart me prometió un libro. Y éste -que recibí a los pocos días, con un "Visca l'Educaciò!" en la dedicatoria- resultó uno de los mejores regalos que he recibido en los últimos años. Su título es largo: Josep Goday Casals. Arquitectura escolar a Barcelona de la Mancomunitat a la República, y su tamaño, contundente. Su contenido, exhaustivo. Vio la luz hace dos primaveras, e Ignacio Vidal-Folch le dedicó un hermoso artículo en este periódico (El arquitecto 'noucentista', 17 de mayo de 2008). Yo me encontraba por entonces en Beirut, y se me pasó tanto lo uno como lo otro. Pero encontré el conocimiento en un bar, y lo quiero compartir con ustedes, lectores de toda España, porque sé que en otras comunidades cuentan también -eso espero- con un pasado remoto tan rico como el que se conmemora en este libro y, seguramente, por desgracia, con hombres tan olvidados como este arquitecto, que falleció de un infarto en otro mes de mayo, el de 1936, cuando tenía poco más de 50 años. Se ahorró la Guerra Civil, pero ésta y la dictadura pasaron por encima de su nombre dejando su pútrida hojarasca.

El libro la ventea. En sus páginas me he encontrado con el complemento indispensable que la autodidacta que soy había amontonado con desorden, a golpe de sentimientos. ¿Cómo? Leyendo obras anteriores sobre esa forma de enseñar que se implantó en Cataluña, la enseñanza pública municipal de calidad, algo de lo que yo me sentía orgullosa y que sabía que había perdido, no cuando era niña, sino cuando crecí. Mientras fui niña pensé que me habría gustado estudiar en colegios; más tarde aprendí que de buena me libré, yendo apenas a escuelas, durante el franquismo. Pero siempre, siempre, la vecinita del Raval que era yo, cuando caminaba cerca del grupo escolar Collasso i Gil, que delicadamente cerca la iglesita románica de Sant Pau del Camp, me acercaba a sus muros y pasaba la mano, acariciándolos, pensando que dentro se encontraban niños más afortunados que yo, niños que podían aprender.

De la magnífica iniciativa municipal de aquellos años previos a nuestra guerra y nuestra posguerra quedan en pie, y en funcionamiento, casi todas las muestras de esa arquitectura para la civilidad que hoy ya no se concibe. Queda también el desafío de educar ciudadanos, algo que una simple asignatura no resuelve.

En todo caso, la memoria de Josep Goday Casals y de su copiosa obra vive en este libro y en sus generosas imágenes. 

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