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Reportaje:

33 VIDAS PENDIENTES DE UN HILO

Reconstruimos en estas páginas la vida de los mineros chilenos con los testimonios de sus familias. Su estremecedora historia ha dado la vuelta al mundo. Por un lado, la NASA y la tecnología más puntera del siglo XXI para rescatarlos. Por otro, 33 hombres a 700 metros bajo tierra desde hace mes y medio. Conectados, pero solos. Fuertes, pero con sus miedos. temores. orias que estremecen a todo el mundo.

Francisco Peregil

Todos sabían que se jugaban la vida en la mina San José. En 2004 murió allí mismo Pedro González. Y en 2007, Manuel Villagrán. Los sindicalistas forzaron su cierre durante 2008, pero los dos propietarios de la mina se las ingeniaron para volverla a abrir. El Gobierno autorizó la reapertura, y el reclamo de los dueños para explotarla fueron los buenos salarios. La compañía San Esteban pagaba hasta un 20% más que cualquier otra de su tamaño y sector.

Ahora, el Gobierno del conservador Sebastián Piñera se ha volcado en el rescate de 33 hombres. El asesoramiento de la NASA, las perforadoras más potentes, la tecnología más puntera del siglo XXI, la psicología más avanzada en situaciones de aislamiento extremo, se han puesto al servicio de una situación provocada por unas condiciones laborales que evocan el recuerdo de las minas de hace 100 años en Europa.

Desde los 700 metros de profundidad en que se encuentran, muchos de los atrapados han prometido a sus parejas que se van a casar en cuanto salgan. Otros se resisten, a pesar de que llevan lustros conviviendo con ellas y tienen hijos en común. Otros, que no veían a sus madres desde hace años, les piden por carta que no se vayan de ese cerro, que sigan allí esperándoles. Muchos vivían en pensiones de la ciudad de Copiapó, a una hora en autobús de la mina. Trabajaban en turnos de 12 horas durante siete días y descansaban otros siete. Si los llamaban, solían aceptar las horas extras en los días de descanso porque les pagaban el doble que en una jornada normal. Si no, tomaban el autobús hacia sus regiones. Algunos viajaban hasta 15 horas en dirección al Sur.

En el yacimiento de San José se podía cobrar el equivalente a unos mil euros, un sueldo que no está al alcance en Chile de todos los abogados, ni periodistas, ni profesores de universidad. Pero tal vez el dinero que les daban por un lado se lo estaban quitando por otro al no instalar, por ejemplo, medidas de seguridad tan sencillas y obligatorias como una escalera dentro de una vía de escape. Cuando la montaña se les vino abajo, los mineros intentaron subir por una chimenea. Pero no había escalera alguna dentro de ella.

Si hubiesen muerto, tal vez todo seguiría igual. La noticia apenas habría llamado la atención, como no la llamaron las otras muertes de mineros chilenos en años recientes. Serían una cifra más que sumar a las anteriores. Al cabo de 17 días, de un mes o de dos, las familias tendrían que haberse vuelto de la mina a sus casas. Ahora, a través de sus cartas, de sus apariciones en vídeo y de los comentarios de sus seres más próximos, han cobrado estatura humana. La sociedad puede apreciar los anhelos, las frustraciones, los problemas, las cualidades que había en cada uno de ellos. La parte medio llena de la botella consiste en pensar que el drama por el que atraviesan tal vez sirva para que nunca más en Chile se vuelva a abrir una mina en semejantes condiciones.

Claudio Yáñez Lagos

34 años y dos hijas. "No falto, que me quitan 55.000 pesos [55 euros] por día".

Cristina Núñez, madre de las dos hijas de Claudio, cuenta que cuando le pedía que dejase la mina, él le decía: "¿Y dónde voy a encontrar una pega [trabajo] tan segura?", en el sentido de que el contrato era indefinido. Su madre, Margarita Lagos, explica que ocho meses antes de comenzar en la mina San José, su hijo "lo ganaba bien", como albañil: el equivalente a unos 350 euros por mes. "Pero aquí le pagaban el doble. El día del accidente me dijo que iba con mucho sueño. Yo le dije: '¡Pero devuélvete!'. Y él me contestó: 'No, que son 35.000 pesos [55 euros] lo que nos quitan por día".

Yonny Barrios

50 años y sin hijos. Es el enfermero. "Sáquenme de este hoyo, vivo o muerto".

Yonny es el que traslada al equipo de rescate todos los informes sobre análisis médicos de sus compañeros. "Las cosas de enfermería las aprendió de pequeño, lo mismo que los otros ocho hermanos que éramos en casa. Porque nuestra mamá padecía diabetes", explica su hermana Zulemy. Barrios estuvo 28 años casado con Marta Salinas, pero desde hace menos de un año se marchó de casa sin divorciarse y vive con Susana Valenzuela. La pelea entre ambas en el campamento por hacerse cargo de las cuentas de Barrios fue muy comentada. Pocos días después, Barrios pedía en el primer vídeo que Susana se encargara de las cuestiones del dinero. Desde el refugio escribió a su familia: "Estoy bien, pero sáquenme de este hoyo, vivo o muerto".

Osman Araya

30 años y una hija de cinco meses y dos hijos. Su mujer: "La semana antes discutió con el gerente".

Su esposa, Angélica Ancalipe, de 21 años, recuerda: "Apenas llevaba cuatro meses en esta mina. Una semana antes del derrumbe me dijo que había tenido una discusión con el señor Pinilla, que es como el gerente. Le dijo que no estaba dispuesto a arriesgar su vida. 'Y si quieren echarme, me pagan la indemnización'. Pero no lo echaron para no pagársela".

Franklin lobos

52 años y dos hijas. Conductor de camiones y ex futbolista. "Esta es la segunda vez que esperamos a mi papá fuera de la mina", afirma su hija.

Lobos llegó a jugar con su selección durante la etapa clasificatoria de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en 1984. Y compartió camiseta en Primera División junto al ex madridista Iván Zamorano. Llevaba cinco años trabajando como conductor de camiones en las minas y cuatro meses en la de San José. Su hija Carolina, de 25 años, describe el trayecto de su caída: "Antes los futbolistas no ganaban tanto como ahora. Y él no ahorró. Se compraba un vehículo cada año. Después alcanzó a tener un negocio de piezas de recambio de autos. Pero era demasiado amigo de sus amigos. Se retiró en 1996, con 38 años, y en Chile si te quedas sin trabajo, solo te queda barrer la calle. Así que como las mineras tienen equipos de fútbol que juegan en ligas de aficionados, a él lo contrataron. Pero esta es ya la segunda vez que espero a mi papá fuera de una mina".

Pablo A. Rojas Villacorta

45 años y un hijo de 21. Cargador de explosivo. Su hijo: "Pudo descansar por luto, pero es un roble" .

El padre de Pablo Rojas falleció justo una semana antes del derrumbe. "Y entonces me di cuenta de lo fuerte que era mi padre", recuerda su hijo Mitchel, de 21 años. "Era un roble, no le entraron balas. Pudo haber tomado tres o cuatro días de descanso por el luto. Pero no quiso tomar ninguno".

José Henríquez

56 años y dos hijas. El guía espiritual. Según una de sus hijas, decía que "este cerro estaba malo".

En el vídeo, su compañero Mario Sepúlveda se refiere a él como don José y lo presenta así: "El hombre tiene altos conocimientos... relacionados a... espirituales, que la verdad es que en estos momentos nos ha ayudado mucho a todos nosotros". "Es cristiano evangélico y siempre ha procurado transmitirnos el amor por la familia", explica su hija Hettiz, de 31 años. "Lleva 33 años trabajando en casi todas las minas de Chile y 33 años casado, como si fueran novios todavía. Nosotras somos las dos solteras y les decimos: '¡No nos hagan sentir envidia!'. Porque bailan, se cantan, se abrazan... Cinco amigas nuestras han vivido largos periodos en nuestras casas. Y él ha sido como un padre para ellas". "Decía que este cerro estaba malo. El entró en enero y al poco tiempo hubo una emanación de gas. Sacó a dos compañeros y al intentarlo con el tercero se desmayó".

Jorge Galleguillos

56 años y dos hijos. Perforista. Su hijo Jorge: "Le estaba haciendo una carreta para su cumpleaños".

Hace más de 20 años, Jorge trabajó en el campamento minero de El Salvador, situado en el desierto chileno de Atacama. De allí retuvo en su memoria para toda la vida la imagen de una carreta abandonada de la que circula una canción tristísima que a Jorge le encantaba: "Aquí en medio de la pampa se ha dormido en la quebrada, compañera del minero, con su humilde y vieja estampa, la carreta abandonada. Abrasada por el sol y besada por el viento, sus compañeros, el polvo y aires del desierto (...) noble símbolo de esfuerzo". El minero se enorgullecía de que su hijo Jorge, de 21 años, sacara buenas notas en la carrera de electricidad. "Y yo le estaba haciendo una carreta pequeñita para regalársela por su cumpleaños", comenta el hijo.

Mario Sepúlveda

40 años y dos hijos. El batallador. Su mujer asegura que "nunca se fió de esta mina".

Mario es quien ejerce de conductor presentador en la primera grabación bajo la mina. Cuando la cámara se posó en el cartel que da nombre al refugio, aprovechó la oportunidad para lanzar una crítica a la compañía: "Este es el famoso refugio. Acá se supone que había condiciones para estar nosotros, cosa que en el momento que pasó esto se nos cortó la energía, se nos cortó la línea de luz y que hoy día se está ocupando para dormir". Elvira Valdivia califica a su esposo como un líder nato: "Era representante sindical en otra mina de la misma empresa. Y nunca tuvo vergüenza de nada ni de nadie. Al gerente le decía todo lo que tenía que decirle. Nunca se fió de esta mina. Y por eso nosotros contratamos un seguro particular. Me solía decir que si una noche no volvía, reclamase todos nuestros derechos".

Víctor Zamora

33 años y un hijo. El bromista del grupo. Según sus compañeros, "este es el que nos levanta el ánimo".

Víctor es el bromista oficial del grupo. Cuando su madre, Nelly Bugueño, le decía que dejara esa mina, él le contestaba: "Si ese cerro me ve y se echa a un lado de feo que soy, no te preocupes". "Nos ha escrito que se alegra de estar ahí abajo en el hoyo, porque así no tiene que lavarse. Dice que le pasó esto porque se cansó de bañarse", cuenta Nelly. Dos meses atrás, a Víctor se le cortó la sonrisa. Una plancha de piedra cayó sobre un compañero, tuvieron que amputarle la pierna y él escapó por los pelos. "Eso le marcó, porque eran muy amigos. Creo que cuando salga de ahí será más maduro, se tomará la vida con más seriedad", comenta su madre.

Álex Vega

31 años y dos hijos. Mecánico. Su madre: "Me extrañó que no llamara. Ha sido una tortura".

Su madre, Ana Salazar, dice que Álex siempre estaba con la sonrisa en la boca. "Aquel día me extrañó que no me hubiese llamado al salir de la mina. Desde entonces, todo ha sido una tortura. Hubo cuatro ocasiones en que parecía que habían contactado con ellos y que estaban con vida. Que si parece que se oyen unos ruidos, que si alguien dice que oyó una voz, que si una sonda ha llegado... Al final, todas las noticias resultaron falsas. Y encima estaban los otros comentarios que circulaban: que si no tenían agua, que sí había agua pero era la de los vehículos, que no se podía beber porque tenían anticongelantes... Son comentarios que te iban menoscabando la esperanza".

Luis Urzúa Iribarre

54 años y dos hijos. Líder de los encerrados. "Le necesito entero", le dice desde arriba el psicólogo.

"El tipo debe de tener algo extraordinario", comenta acerca de Luis el psicólogo Alberto Iturra, quien dialoga con frecuencia con los sepultados. "No debe de haber sido fácil mantener el orden ahí abajo durante 17 días cuando había que alimentarse con dos cucharadas de atún cada 48 horas. Yo lo veía tan volcado en todo que le dije: 'Dese un respiro, don Luis, reparta las responsabilidades entre su gente. Necesito tenerle bien entero hasta el final". Urzúa estudió topografía. Llevaba dos meses trabajando en la mina San José, pero 31 años como minero. Fue el primero en establecer contacto con el exterior cuando el presidente se les puso al habla. Walter Carrizo trabajó con él desde 1981 hasta 1990 en la que antes era la mina Agustina y ahora Carolina. "Como a todos los mineros, le gustaba carretear [salir de farra], un asaíto, unos traguitos de vez en cuando... En aquella época no era jefe, solo topógrafo. Pero ya tenía carácter de líder; aunque no fuera jefe, siempre había gente alrededor de él. Además de que había estudiado, tenía mucha experiencia, porque el cerro enseña mucho".

Omar Reygadas

56 años y cinco hijos. "A él le gustaba trabajar abajo", dice su primogénito.

En sus más de treinta años como minero, Omar Reygadas se ha visto tres veces atrapado bajo el suelo. "Una de ellas fue aquí mismo, en San José", recuerda su hijo Omar, de 34 años. "Pero a él le gustaba trabajar abajo. Decía que un minero siempre tiene que trabajar bajo tierra".

Carlos Mamani

24 años y una niña de año y medio. Boliviano inmigrante en Chile. "El Gobierno de Bolivia nos dejó a nuestra suerte", acusa su esposa.

Carlos es el único inmigrante del grupo y uno de los pocos con la educación secundaria completa. Si quisiera y tuviese medios económicos, podría estudiar en la universidad. Su esposa, Verónica Quispe, de 20 años, lamenta que el cónsul de su país solo llegó al campamento a los 18 días, un día después de que se supieran que estaban vivos. "Dijo que podía ofrecerle una beca para que Carlos comience a estudiar en la universidad. Pero no quedó claro si se la iban a ofrecer. Y el presidente Morales no se ha puesto en contacto con nosotros. El Gobierno boliviano nos dejó abandonados a nuestra suerte".

Samuel Ávalos

43 años y tres hijos. "Al ver que no me llamaba, pensé que había vuelto al vicio", dice su pareja.

Samuel convive desde hace 21 con Ruht Guzmán Donoso, de 39, con quien tuvo un hijo de 18, uno de 9 y otro de 2. Pero nunca llegaron a casarse. "Era yo la que no quería, pero al ver todo esto se me salió como del alma lo del casamiento. Y se lo he escrito: '¿Te quieres casar conmigo, sí o no?". El tiempo que pasaron juntos estuvo marcado por el alcohol y la droga. "Y siempre volvía al vicio. Sobre todo al de la pasta base, que es lo peor de la coca. Por acá le llaman angustia. Así que llamé a un cuñado de él que trabaja en esta mina y le dije que se lo trajera, a ver si lo sacaba del ambiente malo. Pero la mina no le gustaba. Cuando le tocaba la semana de descanso, llegaba a nuestro pueblo de Rancagua [a 12 horas en autobús] y no se arrancaba [no salía], puro en su casa, nada más. La última vez que vino a casa ya no quería venirse a la mina. Y yo le dije: '¿Y qué vas a hacer, volver a tus andaduras...?'. Regresó a la mina. Siempre me llamaba al salir. Pero al ver que pasaban las horas del jueves y no lo hacía, pensé que había vuelto al vicio".

Juan Illanes

52 años. Casado y con un hijo de 20. Electromecánico. Fue militar en la frontera durante los tiempos de la crisis chileno-argentina. "Aquello fortaleció su carácter", explica su hermano.

Su hermano Óscar recuerda que Juan Illanes vivió atrincherado durante dos años en la frontera con Argentina. Fue a finales de los setenta, cuando cumplía el servicio militar y los dos países sufrieron episodios de tensión prolongada. "Aquello fortaleció su carácter. De hecho, los oficiales le recomendaron que se quedara. Mi hermano tiene un carácter fuerte, con voz de militar casi. Sin ser mala persona, su tono de voz produce de pronto escozor en el grupo, hasta que lo conocen y ven que es sano. Si pretende darme cierta tranquilidad, lo está consiguiendo. No hace mención a la falta de luz, al deseo de tener un baño único, una ducha única. Ni siquiera menciona si se le apaga la lámpara y se tiene que quedar parado cada dos pasos...".

Mario Gómez

63 años, cuatro hijos y siete nietos. Conductor. "Un mes antes le dijo al jefe que cualquier día se iban a quedar en la mina", revela su esposa.

El abuelo Mario se iba a prejubilar, pero quería disfrutar del camión nuevo que le habían asignado, por eso fue a trabajar ese día. Lleva desde los 12 años trabajando de minero. Ha escapado de varios accidentes, pero hace siete años un explosivo le reventó tres dedos de su mano izquierda. "El día antes del derrumbe, mi mamá le dijo que no fuese a trabajar, que mejor fueran a tramitar los papeles de la prejubilación", cuenta su hija Lilianett, de 30 años. "Y él aceptó no ir. Pero es conductor de camión y unos días antes la empresa le había entregado uno nuevo. Así que cambió de idea porque decía que si no iba le quitarían el camión. En Chile, la gente se jubila a los 65 años, pero él sufre silicosis y se podría haber jubilado ya". La esposa de Gómez, Lilliam Ramírez, de 51 años, añade: "Un mes antes del derrumbe le dijo a su jefe que por qué no buscaban una vía de escape, porque cualquier día se iban a quedar aterrados en la mina. Mi marido tenía idea de por dónde podían hacer una vía más rápida. Y el jefe le dijo que le hiciera un dibujito. Pero al final todo quedó en nada".

Pedro Cortés

26 años y una niña. Electricista. "Le mandaron poner en funcionamiento una máquina que no sabía manejar", dice la esposa de un compañero.

"El Pedro perdió un dedo en la mina hace un año y desde entonces la empresa lo subió a una máquina para que se callara y no armase demasiado escándalo", comenta su compañero Daniel Sanderson. "El accidente ocurrió porque le mandaron poner en funcionamiento una máquina que él no sabía manejar, era un trabajo que no le correspondía. Hasta el día de hoy es como que esconde el dedo", indica Dayana Olivares, esposa de Sanderson.

Darío Arturo Segovia

48 años, 13 hermanos y 6 hijos (3 de su ex pareja y 3 de la actual). "Esta mina llora demasiado", le contaba a su pareja.

Darío llevaba tres meses en la mina y esperaba montar un negocio de verduras con lo que ganase. A Yésica Chilla, su actual pareja, solía decirle: "Esta mina llora mucho", en referencia a las piedras que se desprendían del techo. "Llevaba 40 años de minero. El día anterior al 5 de agosto me dijo que la mina estaba a punto de asentarse y que no le gustaría ser uno del turno de trabajo cuando llegara el derrumbe. Pero necesitábamos la plata. Le ofrecieron horas extras y nadie se niega a las extras, porque te pagan el doble. Ese día iba a ganar 90.000 pesos [140 euros]". Alumbrado con la luz de su casco, Darío le ha escrito a su madre, Margarita Rojo, de 71 años, una carta donde le dice: "Perdóneme, mamita, si como hijo fui malo. Fuera vamos a conversar". "A lo mejor se acordó de que una vez llegó a levantarme la mano porque me metí por medio para salvar a la señora de él", cuenta Margarita.

claudio Acuña

34 años y dos hijos. Perforista. Llevaba tres días en la mina. "Estaba entusiasmado", dice su novia.

Su pareja, Fabiola Araya, de 28 años, cuenta que Claudio había empezado el lunes 2 de agosto a trabajar en San José. "El martes no pudo ir porque el furgón no lo pasó a buscar. El accidente sucedió el jueves. Estaba entusiasmado porque quería subir de nivel y ahorrar para poder irnos a vivir a Serena, que es una ciudad con playa".

Víctor Segovia

48 años y cinco hijas. Perforista. Su ex mujer: "Me dijo que tenía mucho miedo, que la mina crujía".

El perforista Víctor Segovia escribe todo lo que les acontece en el refugio desde aquel jueves 5 de agosto en que quedaron atrapados. Su intención es publicar un libro. A la familia le venía contando que todo iba bien hasta que optó por sincerarse con su ex esposa Soledad Moreno. "A ti no voy a mentirte', me dijo. Me dijo también que no sabía cómo no se ha vuelto loco ya en ese cerro, que tenía mucho miedo, que la mina cruje, que estaba desesperado y lo veía todo muy mal", comenta Moreno. Víctor Segovia lleva cuatro años separado de Soledad Moreno. Cuatro de sus hijas viven con Soledad, y una de ellas, Marisa, de 23 años, con él. Y Marisa es la que lo espera al pie de la mina: "Él quería muchísimo a esa señora [su madre]. Estuvieron casados 20 años. Pero de un día para otro ella llegó embarazada de otro caballero. Y él lloró muchísimo. Yo le decía que era un hombre bueno, pintoso [atractivo], que podía encontrar una mujer mejor. Pero no lo superó. La sigue queriendo. O, al menos, le sigue doliendo".

Esteban Rojas

44 años y tres hijos. Cargador de explosivos.

El día del derrumbe fue a recuperar dos días que había perdido por la muerte de su tío.

Su esposa, Jéssica Yáñez, de 43 años, explica que el día del derrumbe a Esteban no le correspondía trabajar. "Pero una semana antes había fallecido su tío [el padre de Pablo Rojas] y debía dos días a la empresa. Por eso está donde está. Él sabía que la mina era mala. Pero me decía: 'A la edad que tengo es difícil entrar en una empresa'. Pensaba quedarse solo hasta el 18 [día del bicentenario de Chile]".

Carlos Barrios

27 años y un hijo con su anterior compañera. No sabe que su actual novia está embarazada.

Carlos tiene un hijo de cinco años, pero llevaba más de un año separado. "A él nunca le gustaron demasiado los niños", comenta su prima Lilliam Vilches. "Decía que solo podía entregarle al hijo tres segundos de amor y, después, chao pescao". Hace siete meses conoció a Carolina Veliz, de 24 años. Y una semana después de que a Carlos se lo tragara la mina, Carolina descubrió que llevaba un mes embarazada. Los psicólogos le pidieron que no le comunicara la noticia al novio.

José Ojeda

47 años y una hijastra. Lleva 27 años en las minas. Conductor de maquinaria pesada.

"Estamos bien en el refugio los 33". José fue el redactor de una frase que ya se guarda en Chile como una pieza de museo: "Estamos bien en el refugio los 33". Ahí aparece la información precisa que todo el mundo quería conocer: el lugar donde se encontraban -el refugio- y el estado de cada uno de ellos. Ojeda ha reclamado de nuevo el papel para poner algo que se le había olvidado: "Corazón minero". "Pero no le han dado ninguna respuesta", comenta su sobrino Juan Carlos Benítez, de 37 años. "Mi tío lleva 27 años en las minas. Y le gusta su trabajo. Es viudo desde hace ocho años. Y cuando murió su hermana, hace cuatro, se hizo cargo de la Elisabeth, que es su sobrina. Ella tiene 26 años, pero él siempre estuvo pendiente de ella".

Carlos Bugueño

27 años, sin hijos. En su primera carta a su madre: "Rescáteme la mochila; tengo ahí la plata".

Carlos asumió que la mina era el camino más corto para comprarse una casa y un auto. Pero era tan consciente del peligro que le llamaba al yacimiento Matadero San Esteban, en honor al nombre de la compañía propietaria. Como a muchos de sus compañeros, la preocupación por el dinero no se le fue de la cabeza en ningún momento. En la primera carta que escribió a su madre, Guadalupe Alfaro, le decía: "Rescáteme la mochila del vestuario, que tengo la plata que cobré".

Raúl Bustos

40 años y dos hijos. Mecánico. Llegó a la mina al quedarse sin trabajo tras el terremoto de febrero.

Raúl escapó con vida, pero sin trabajo, del terremoto que arrasó la ciudad marítima de Talcahuano el pasado febrero. Solía trabajar dentro de los barcos, pero tras quedarse en paro, su tío Sergio Donoso lo animó a que viajara mil kilómetros al Norte para trabajar con él en la mina. Llevaba solo dos meses en San José. "Aquel 5 de agosto ya había cumplido su turno. Le tocaba irse, pero hubo una avería y lo llamaron", comenta su madre, Rosa Ibáñez, de 59 años.

Daniel Herrera

27 años, sin hijos. Conductor. Su madre:

"Yo nunca lo sentí muerto. Lo siento aquí en el corazón, pegadito conmigo".

Su madre, Alicia Campos, de 57 años, dice que Daniel es el hijo más mimoso de los tres que tiene: "Sin duda, es el más regalón. En los días libres pide su desayunito en la cama. Y yo, encantada. A él lo marcó la partida de una tía hace 14 años. Dormía con ella, y todo lo que le pedía, ella se lo daba. Lo sobreprotegía mucho. Y cuando ella se murió, se me quedó pegado". "Yo nunca lo sentí muerto. Solo un día, cuando me enteré de que se había desviado la tercera sonda, dije: 'Señor, así como me lo diste, te lo entrego'. Pero yo le decía a la gente: 'Al Daniel lo siento aquí en el corazón, pegadito conmigo'. Y mientras lo sienta aquí, estará con vida".

Jimmy Sánchez

19 años y una hija de tres meses. Su novia: "Le daba miedo la mina, pero quería trabajar hasta septiembre".

Jimmy vivía a medio camino entre la casa de sus padres y la de los padres de su novia, Hellen Ávalos, de 17 años. "Le daba miedo la mina porque decía que caían muchas piedras, pero quería trabajar hasta septiembre, buscar otro sitio y por la noche sacarse sus estudios de grado medio", cuenta Hellen.

Richard Villarroel

26 años y un niño en camino. "Se ve que es un niño en el cuerpo de un hombre", dice su madre.

Antonia Godoy, de 46 años, relata que un buen día su hijo Richard salió de casa en dirección al Norte. Lo hizo un poco por turismo y otro poco por ver si encontraba trabajo. "Desde entonces, hacía dos años que nosotros nos comunicábamos solo por teléfono. Me decía que trabajaba como mecánico, pero nunca me habló de minas. Yo sabía que él tenía una polola [novia] desde hacía dos años. Y que en noviembre iba a ser papá de un niño que se llamará Richard Junior". "Yo lo trataba siempre como a un niño porque su papá murió cuando él era chiquito y yo no lo dejé crecer. En el vídeo se ve que es un niño en el cuerpo de un hombre, porque se quiebra. Al verlo llorar, apagué el celular y no quise hablar con nadie. Y le dije a mi pareja: ¿No ves que sigue siendo un niño? Nosotros somos de Coyhaique, a ocho horas de bus. Pero me ha pedido en una carta que no me vaya de aquí".

Ariel Ticona

29 años, dos niños y otra en camino. Conductor de maquinaria pesada. No quiso salir en el primer vídeo. Su padre: "Él es así de arisco".

Ariel se negó a salir en el primer vídeo. "Él es así de arisco", dice su padre, Héctor, de 59 años y también minero. "A mí, al saludarme, siempre me dice: "¿Qué pasa, huaso [paleto]? Y si me viera acá en el campamento, me diría: ¿A qué viene acá, a puro comer, ¿verdad?". Su esposa, Elisabeth Segovia, estaba embarazada de una niña cuyo parto estaba previsto para esta semana pasada. Ariel le pidió por carta que le pusiera Esperanza, el mismo nombre del campamento que se ha montado al pie de la mina.

Juan Carlos Aguilar

49 años y dos hijos. Su compañera: "Quería dejar la mina para pasar más tiempo con la Carlita, nuestra hija. Y porque quería tener otro hijo".

Su pareja, Cristy Coronado Velásquez, de 40 años, señala que en sus 19 años como minero, a Juan Carlos le ha tocado sacar a muchos amigos aplastados por planchones. "Quería dejar la mina y trabajar haciendo fletes con una camioneta para pasar más tiempo con la Carlita, nuestra hija", cuenta emocionada. "Y además, porque quería tener otro hijo, un varón. Yo le decía que mientras trabajase en la mina, cero posibilidades".

Renán Ávalos

29 años. Llevaba solo cinco meses como minero. Procede de un verde valle de Valparaíso.

El pueblo campero de donde venían los Ávalos no tiene nada que ver con la mina. En Colliguay, en Valparaíso, Renán podía salir a montar cualquiera de los 12 caballos del padre. Cuando llegaba la temporada de soltar a los potros, caminaban durante dos o tres días al lado de los animales en dirección a las praderas. Regresaban después a Colliguay. Y cuando, al cabo de cuatro meses, volvían para recogerlos, el campo ya se los había criado. Por eso, cada vez que le tocaba descanso, Renán viajaba a su casa. El padre espera a los dos hijos al pie del yacimiento y se percibe desde lejos que está fuera de su hábitat, que no le gusta ni la aridez del suelo, ni el ruido, ni el tráfico, ni el sabor del agua ni la comida.

Edison Fernando Peña

34 años, sin hijos. Su novia: "Era muy alegre, de cualquier situación sacaba un chiste. Yo le conseguí trabajo en la mina".

Se puede decir que Edison entre en esa mina por amor. Su pareja, Angélica Álvarez, de 43 años, es dueña de una pensión en Copiapó. "A él lo enviaron desde Santiago a ejecutar un trabajo. Y lo conocí ahí en mi casa, a finales de 2007. Era muy alegre, de cualquier situación sacaba un chiste. Lo dejó todo en Santiago, papá, mamá, hermanos, trabajo, para venirse conmigo. Yo le conseguí trabajo en la mina". Ahora, en una carta, Edison le expresa a su novia el desaliento que vive entre tanta oscuridad. Estos son retazos de ese escrito.

-Tengo ansiedad y me dan ganas de correr.

Cuando quiero escapar mentalmente, te juro que me imagino que hacemos viajes. No sé, playa, campo, todo, todo.

Quiero estar libre, quiero ver el sol.

Duermo poco, casi nada, me cuesta tener sueño.

En otra le comenta sus dudas sobre el aire festivo que a veces se vive en la superficie de San José:

¿No nos estaremos olvidando del real sentido, de lo que realmente nos convoca, que es el sacar lo más pronto posible a esos 33 desafortunados (...)?

Nosotros somos los que estamos bajo tierra. Si nos falla el aire, imaginen. Si esto se derrumba, imaginen. Si alguien se accidenta gravemente, imaginen qué hacemos aquí dentro con esa persona.

Podemos morir en cualquier momento por un derrumbe.

En el escrito que se reproduce aquí a la izquierda comienza con una pregunta directa: "No sé cómo me puedes decir que quieras casarte conmigo. ¿Seré un buen partido?".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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