El rock del perdedor
Influyó en el rumbo del pop desde el subsuelo con The Pixies. La sombra de la banda eclipsó su carrera en solitario. Los reunió, pero no logró que grabaran. Y vuelve con un disco que suena a venganza.
Esto podría leerse como la historia de un fracaso. La de Charles Michael Kittridge Thompson, un estudiante de antropología en Massachusetts que, aburrido de la universidad, se fue a Puerto Rico a aprender español. Allí decidió abandonar los estudios y barajó dos opciones vitales: a) Ir a Nueva Zelanda a ver pasar el cometa Halley, y b) Montar una banda de rock. Eligió la segunda opción y escribió una carta a su antiguo compañero de piso Joey Santiago: tenemos que hacerlo, le dijo, ahora es el momento. Nos vemos en Boston, le respondió Joey. Era 1985.
A través de un anuncio en un periódico local reclutaron a la magnética bajista Kim Deal. Ella trajo al batería Dave Lovering, y así nacieron The Pixies, uno de los grupos más influyentes del último rock estadounidense.
Charles, que cambió su nombre por el de Black Francis, era el cerebro del grupo. Componía y cantaba el 90% de las canciones. Pero compartía protagonismo con la bella y sonriente Kim. Las tensiones entre ambos acabaron con el grupo en 1992, tras cinco discos enormes. Black Francis se rebautizó como Frank Black, y empezó una carrera en solitario, con más de diez discos, cuya repercusión nunca logró superar la leyenda de The Pixies.
En 2004, el grupo volvió a reunirse sobre un escenario. Demostraron solvencia y, sobre todo, desempolvaron para una nueva generación su arsenal de canciones redondas. Giraron durante dos años, tocaron ante multitudes. Y se acabó.
Frank black se embarcó en unas elegantes grabaciones con músicos de sesión de Nashville. Y, tras renunciar a grabar algo con The Pixies, edita un disco en solitario con dos peculiaridades: rescata el nombre de Black Francis, el que usaba con el grupo, y entrega unas canciones conectadas más con los primeros Pixies que con su último trabajo en solitario. ¿El reconocimiento de un fracaso? Es más complicado que eso. "Ellos no quieren hacer un nuevo álbum", lamenta. "Yo sí. No quieren arruinar el legado del grupo. Quieren el dinero fácil. A mí me da igual. Es sólo una banda, no estamos construyendo una nación aquí. Kim no se fía de mí. Se cree que voy a hacer un puñado de canciones country que no valen nada. Así que dije: ¿queréis rock and roll? Yo os enseñaré lo que es rock and roll". Y así nació Blufinger, un álbum furioso y conceptual, dedicado a la figura del artista maldito holandés Herman Brood.
Sentado en un bar de Madrid ante una jarra de sangría, Frank, de 42 años, se muestra como un tipo inteligente y simpatiquísimo. Se define como "una serpiente". "Voy pegado al suelo y no puedo mirar muy adelante. Nunca tengo un plan. Sólo veo el lugar donde estoy". Vive en Eugene (Oregón) con su segunda mujer. "Está embarazada de mi quinto hijo", cuenta. "Tengo una vida sencilla. Escucho jazz, conduzco. Llevo a los niños al club de ajedrez, a ballet, al parque. No puedo seguir haciendo lo mismo que llevo haciendo 20 años, comienza a ser aburrido. ¿Me van a empezar a poner en la radio? [Se ríe]. ¿Voy a vender millones de discos? Venga, no soy estúpido".
Reflexiona sobre el prestigio de su banda, algo que no les ha hecho ni estrellas ni millonarios. "No creo en la justicia: te toca lo que te toca. Esto es el show business. En vez de éxito, yo prefiero hablar de compromiso. No tengo nada en contra de los triunfadores. Pero me importa la Velvet Underground, Lou Reed. No quiero responder a otro periodista que me pregunte sobre el hecho de que Kurt Cobain dijera que le gustaba mi grupo. No una: dos bandas muertas. Y no puedo escapar de ellas. Puedo salir en el periódico, eso es todo. ¿Venderé entradas? ¿Venderé discos? No creo. Yo no hago pop ligero".
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