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Historia ejemplar de un malo mediocre

Rosa Montero

Reflexionando sobre el calentamiento global y sobre lo mal que nos comportamos con este planeta (y con nosotros mismos), me he acordado de un caso ejemplar que cuenta Bill Bryson en su maravilloso libro de divulgación científica Una breve historia de casi todo (RBA). Se trata de la biografía de un ingeniero norteamericano llamado Thomas Middley, que contribuyó eficazmente a jeringarnos la vida a todos los humanos gracias a su irresponsabilidad y su codicia. Es la historia de un malo, pero de un malo pequeño. Porque no hace falta ser un malvado refinado y monumental, no hace falta ser un monstruo psicopático para provocar tremendos daños en tu entorno. A menudo, los idiotas causan más estragos que los perversos, y en cualquier caso basta con ser un mediocre con más ambiciones que escrúpulos morales para resultar desastroso. Y lo más preocupante es que individuos así hay a montones.

Middley, ya está dicho, era ingeniero, pero se especializó en las aplicaciones industriales de la química. Estaba trabajando para la General Motors cuando en 1921 descubrió que un compuesto llamado plomo tetraetílico reducía notablemente la trepidación de los motores de los coches. Como dice Bryson, para entonces todo el mundo conocía de sobra lo venenoso que era el plomo, pero, a pesar de ello, se seguía utilizando en muchos productos, desde pesticidas hasta cañerías de agua o tubos dentífricos. Ahora bien, Middley logró multiplicar monumentalmente la presencia del venenoso metal en nuestras vidas, al inventar esa maldita gasolina con plomo que todavía no hemos conseguido erradicar del todo.

Resulta que el plomo es neurotóxico, es decir, daña el cerebro y el sistema nervioso irreversiblemente. Puede provocar ceguera, parálisis, convulsiones, alucinaciones y, por último, la muerte. Pero también resulta que el plomo era muy fácil de conseguir, muy fácil de trabajar y asombrosamente barato. De modo que tres grandes empresas americanas, General Motors, Du Pont y Standard Oil, se aliaron y empezaron a fabricar el combustible a partir de 1923. Desde el primer momento, los obreros de sus fábricas comenzaron a mostrar confusión mental y tambaleos, los síntomas de estar envenenados. Pero la compañía se dedicó a negar una y otra vez la toxicidad del producto. Lo negaron durante décadas. Cuando los obreros de una fábrica empezaron a delirar de modo irreversible, el portavoz de la empresa dijo con sublime desfachatez a los periodistas: "Es posible que estos hombres se volvieran locos porque trabajaban demasiado". Durante los primeros años de producción murieron al menos quince trabajadores y enfermaron grave e irrecuperablemente muchos más. Como dice Bryson, las maniobras de ocultación empresariales han impedido que se sepa el número exacto de víctimas. Pero hubo casos sangrantes, como el de un taller mal ventilado en el que, en pocos días, murieron cinco obreros y otros 35 quedaron convertidos de por vida en ruinas neurológicas.

Toda esta brutalidad criminal, esta clara delincuencia empresarial, fue llevada a cabo por individuos sin escrúpulos, ambiciosos y cobardes. Por una colección de mediocres Middleys. Porque el ingeniero participó en el falseamiento de la realidad, por supuesto. Cuando se empezó a rumorear que su gasolina era tóxica, hizo una demostración ante los periodistas embadurnándose las manos con plomo tetraetílico y oliéndolo de un vaso durante 60 segundos. Una pura pantomima, porque conocía perfectamente lo peligrosa que era la sustancia. Él mismo ya había estado enfermo de gravedad por excesiva exposición meses atrás, y no había vuelto a acercarse al plomo para nada, salvo para hacer esa escenita ante los periodistas. Fue un mentiroso y su mentira mató a personas. Es increíble lo que es capaz de hacer la gente por un poco de éxito y de dinero.

Pero ahí no paró la carrera de Middley. En los años veinte, los frigoríficos funcionaban con unos gases extremadamente peligrosos y venenosos, y a Middley se le ocurrió buscar una sustancia que los sustituyera, un gas que no fuera ni inflamable ni tóxico. Y, con asombroso tino para lo perjudicial, inventó los clorofluorocarbonos, es decir, los famosos CFC, que luego se utilizaron en todas partes, desde los aerosoles hasta los aires acondicionados. ¡Ese individuo creó el producto que más ha contribuido a destruir la capa de ozono y a provocar el efecto invernadero! En fin, hay biografías que son el perfecto ejemplo de lo que uno no debería ser. Middley murió en 1944. Afortunadamente.

http://www.rosa-montero.com

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