Otro aviso en educación
La persistente gravedad de las carencias españolas exige abandonar los enfoques partidistas
El informe de la OCDE llamado Estudio Económico de España 2008, publicado en estos días, supone la enésima llamada de atención sobre las carencias de nuestro sistema educativo. Prácticamente en todos los tramos y basándose en todos los criterios, nuestra escuela presenta deficiencias que contrastan agudamente con la situación de los países vecinos, y competidores, y lastran nuestras posibilidades de embarcarnos en un modelo de desarrollo más centrado en el conocimiento y menos en los empleos de baja cualificación. Destacan muy especialmente los datos de la enseñanza secundaria y pos-secundaria, con unos elevados índices de abandono escolar, que hacen que nuestros jóvenes tengan, en promedio, un nivel educativo menor, sin titulación de ESO o de secundaria posobligatoria, o los del escaso atractivo de la Formación Profesional, con un notable grado de rigidez en las posibilidades de cambiar de itinerario.
No son noticias que sorprendan, puesto que vienen a confirmar multitud de estudios que inciden en la misma dirección. Lo que sorprende es que, a pesar de los innegables progresos habidos en el conjunto de la educación durante la democracia, sigan sin resolverse problemas diagnosticados hace décadas y que tienen un impacto negativo sobre el futuro de nuestra economía. Gobierno y autonomías deben ponerse a trabajar de inmediato en las medidas apuntadas repetidamente para disminuir la gravedad de la dolencia. En este sentido, resulta bienvenido el preacuerdo para reducir a la mitad en 2012 el número de los alumnos que abandonan tras la ESO, muchos de ellos sin ni siquiera haber conseguido dicho título. Se trata de un paso inicial, porque no conocemos todavía los compromisos, particularmente económicos pero también organizativos y de apoyo institucional, de las autonomías, ni si se va a renunciar a utilizar la educación como campo de batalla partidista.
La educación es un asunto político de máximo calado que puede ser abordado desde distintas perspectivas. No es necesario un pacto de Estado, ni ningún otro artilugio de complicado encaje institucional. Bastaría con que los partidos que gobiernan en la capital y en las distintas autonomías dejaran de zarandear la educación con vistas a obtener ventajas electorales o contentar a sus sectores más radicalizados. Los debates sobre el papel de la enseñanza de la religión o la asignatura Educación para la Ciudadanía muestran hasta qué punto se extreman las diferencias en puntos por completo irrelevantes respecto del fondo de los fallos que nos aquejan y resueltos ya sin mayor dificultad en la mayoría de los países europeos.
Hay pocos asuntos de importancia estratégica que exijan una colaboración leal entre fuerzas políticas. La educación es uno de ellos. Y puesto que no se ha hecho hasta ahora, aunque es urgente desde hace muchos años, parece llegado el momento de cooperar sin reticencias para conseguir jóvenes mejor formados.
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