"El peligro de Europa es el populismo"
Presidente de presidentes, Herman Van Rompuy, de 62 años, abandona su ancestral sigilo, apenas interrumpido por algunos discursos en ámbitos cerrados, en una entrevista con EL PAÍS y otros cuatro periódicos europeos en la que advierte de que en Europa "no se podrá escapar a reformas impopulares en los próximos años", y que sus líderes deben "ser valientes".
El intenso trabajo político tras las bambalinas no ha impedido al presidente de la UE seguir dedicando algún tiempo a esas perlas de sensibilidad que son los haikus, microevocaciones de la naturaleza y de la fugacidad del tiempo de las que este político con intensa impronta humanista presentará una colección la próxima semana en Bruselas, aunque la antología (traducida al alemán, francés, inglés y latín desde el neerlandés original), no contendrá creaciones concebidas en estos primeros meses como presidente de la Unión.
"No hay que revivir el calvario que fue la aprobación del Tratado de Lisboa"
"Afortunadamente, hay muchos acuerdos entre Francia y Alemania"
"Con la apertura a Turquía se amplía la UE más allá del Bósforo"
"No tengo ninguna queja de la presidencia española"
Pregunta. En estos cien días ha recibido críticas de todo tipo, algunas ofensivas. ¿Está dolido?
Respuesta. Tras tantos años de vida política estoy vacunado. Puedo vivir con ellas. Sólo la verdad puede herir.
P. ¿Responde el trabajo como presidente del Consejo a sus expectativas?
R. Lo dije en mi discurso de aceptación del nombramiento: soy un facilitador que busca el consenso en un club de 27 miembros con muchas diferencias. Si yo fuera la figura que se pedía de alguien capaz de parar el tráfico en Pekín estaría pronto muy solo. No podría hacer que el Consejo funcione.
P. El Tratado de Lisboa parece un instrumento que difícilmente se sabe cómo hacer funcionar.
R. El Tratado de Lisboa es bueno, pero tiene muchas lagunas, incluso para mi función. Me obliga a buscar vínculos formales que no prevé, por ejemplo con la presidencia rotatoria.
P. España ocupa esa presidencia. ¿Hay choques por celos?
R. No tengo ninguna queja de la presidencia española. Se ha juzgado en ocasiones de forma superficial determinadas ausencias o presencias. La colaboración es buena. He dedicado mucho tiempo y esfuerzo a que esto funcione.
P. Estos primeros meses han estado marcados por la agenda económica: con los planes para la Unión de 2020 y la crisis griega.
R. El modelo europeo no puede sobrevivir sin un crecimiento económico más fuerte. Ni Europa puede jugar un papel en el mundo sin más fuerza económica. Yo estoy satisfecho con lo que se ha hecho.
P. La crisis griega provocó fuertes tensiones en la Unión.
R. En esta misma sala en la que estamos, el 11 de febrero me reuní con el presidente francés y con la canciller alemana. No había acuerdo. Al final se pidió a Grecia que tomara medidas adicionales y el 3 de marzo lo hizo. Quedaba una segunda parte: poner en marcha un mecanismo de ayuda financiera. Se consiguió en el Consejo de 25 de marzo, que no fue fácil. Hubo otro acuerdo con el presidente francés y la canciller alemana. Se encontró una solución que no era evidente. Fuimos creativos. Cuando se me acusa de pasividad no sé qué es ser activo.
P. Veo que la presidencia rotatoria española estuvo ausente de todas estas reuniones decisivas.
R. El mundo ha cambiado con el Tratado de Lisboa. La presidencia española no preside el Consejo Europeo. No hay que crear falsas expectativas. La presidencia rotatoria juega un gran papel en consejos sectoriales, y España lo está haciendo muy bien y me alegro. Yo me reúno con Moratinos cada cuatro semanas.
P. Los mercados no parecen dar mucha credibilidad a ese trabajoso acuerdo de ayuda para Grecia, a juzgar por la caída del euro y el oneroso coste para Atenas de la refinanciación.
R. Si el 11 de febrero no hubiese habido acuerdo, habría sido una catástrofe. En la vida hay que evitar los desastres. Los mercados se mueven por rumores, especulaciones, no por decisiones políticas. Se decidió poner en marcha un mecanismo de ayuda financiera, basado en préstamos bilaterales y con participación del Fondo Monetario Internacional, cuya entrada en funcionamiento depende de Grecia, que no ha pedido ninguna ayuda ni tengo noticia de que la vaya a pedir de inmediato.
P. ¿Cómo va la formación del grupo de trabajo que se le ha encargado para abordar las diversas ramificaciones de la crisis pensando en el futuro?
R. La crisis que hemos vivido no ha terminado y se trata de evitar que se reproduzca. El grupo estará formado a finales de año.
P. ¿Habría que modificar el Tratado de Lisboa para ser más agresivos en el tratamiento?
R. Habría que ver cómo están los ánimos. No sería juicioso volver a revivir el calvario que supuso la aprobación del Tratado de Lisboa. Sería difícil encontrar la unanimidad para hacerlo. No hay que inventar la rueda. En el tratado tenemos instrumentos a nuestra disposición para actuar. El tratado nos fuerza a ser creativos. Hay que reflexionar sobre instrumentos estructurales.
P. ¿Sería factible expulsar a algún socio por no cumplir las normas a que fuerza el club?
R. Eso requiere una modificación del tratado, para lo que hace falta unanimidad. Y tampoco parece que la haya para expulsar a nadie.
P. ¿Le ha creado problemas graves la canciller Angela Merkel para llegar a acuerdos en el seno de la UE?
R. Yo no he pedido permiso a nadie para jugar mi papel de facilitador. Nadie me lo puede ni pedir ni impedir. Lo importante es que haya acuerdo. No me choca que se parta de puntos divergentes. Yo estoy en la moral de los resultados, no en la moral de las intenciones.
P. ¿Comparte usted la idea de que Alemania se ha puesto al timón de Europa?
R. El acuerdo alcanzado es un compromiso. Todo el mundo ha cedido.
P. ¿Obstaculizan las divergencias franco-alemanas la progresión de la UE?
R. ¿Cree que no las hubo entre Kohl y Mitterrand o entre Schröder y Chirac? Afortunadamente, hay acuerdos entre Francia y Alemania. Es la condición necesaria, pero no suficiente.
P. ¿No fue un paso atrás de la UE el tener que recurrir al Fondo Monetario Internacional, como acabó por imponer Berlín a sus socios?
R. A mí me hubiese gustado otra cosa. Pero hubo un acuerdo que prevé que los préstamos sean bilaterales dentro del Eurogrupo [los 16 países que comparten la moneda única] y con evaluaciones de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo. Todo se realiza en un marco europeo.
P. ¿Está Europa abocada a ser una agente menor en un mundo regido por el G-2 de Estados Unidos y China?
R. Yo soy optimista. La Unión Europea creó en 2008 el G-20, en el que se introdujo a países emergentes. Ha funcionado bien con la presencia europea. Pero tendrá más dificultades en el periodo posrecesión, cuando haya menor urgencia de actuar. Espero que se reencuentre el espíritu de crisis, la sensación de urgencia. Los problemas no pueden ser resueltos por dos sino por todos, incluida la UE.
P. Que en la cumbre de Copenhague sobre cambio climático fue humillada.
R. Cada uno lo vive según su personalidad. Copenhague no fue buena para la UE. Pero hay que pensar qué hubiera sido de Copenhague sin la aportación europea. Los otros actores habrían hecho promesas mucho menos ambiciosas. Y no son suficientes. Hay que hacer más. El proceso necesita un nuevo impulso. No hay que desanimarse por Copenhague.
P. ¿Mantiene su idea de que Turquía no es ni será nunca Europa?
R. Hay negociaciones desde 2005 que se sabe que llevarán tiempo. Y aun si hay acuerdo, no está decido que ello lleve automáticamente a la decisión de que sea Estado miembro. Y luego está la decisión que deba adoptar cada uno de los Estados. En mi actual situación no tengo posición formal.
P. ¿Debe la UE de dotarse de fronteras o puede ampliarse indefinidamente?
R. De Gaulle decía que Europa iba del Atlántico a los Urales, pero no veo que Rusia tenga intenciones de sumarse. Cuando en 1999 se tomó la decisión de abrirse a Turquía, se sabía que el país está parte en Europa y parte en Asia. Con la apertura de negociaciones se ha abierto la posibilidad de llevar la frontera de la UE más allá del Bósforo.
P. ¿Cuál es el mayor peligro que acecha hoy a Europa?
R. El gran peligro es el populismo reinante y, en consecuencia, la falta de compromiso europeo. El populismo hace difícil tomar las medidas que habrá que adoptar para el futuro de Europa. Cuando veo la agenda económica, las reformas que hay que hacer, los desafíos presupuestarios... veo que estamos obligados a tomar medidas impopulares. No se podrá escapar a reformas impopulares en los próximos años. Pero hay que ser valientes. El único consuelo es pensar en que no hay que excluir que haya un reconocimiento cuando los electores vean los resultados. Yo he vivido dos veces la experiencia.
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