"Aún no nos han dado comida"
Miles de somalíes llegan a campos de refugiados desbordados donde tardan días en recibir alimentos - La milicia islamista Al Shabab bloquea la ayuda
No todos los somalíes, de los 1.300 que llega cada día al campo de Dadaab, en Kenia, encuentran la ansiada ayuda para sobrevivir que necesitan. Después de caminar durante semanas desde el sur de Somalia huyendo del hambre y la guerra, después de hacer el gran esfuerzo físico que requiere el viaje por parajes desérticos y, en ocasiones, de evitar a leones y otros animales salvajes, muchos se encuentran con un obstáculo inesperado: la burocracia y el desbordamiento de los campos de refugiados.
"Nos apuntamos hace 20 días y volvemos aquí cada día pero aún no nos han dado comida", cuenta con resignación Mohamed Hassan, de 82 años, mientras sujeta firmemente a su nieta.
Hassan aguarda bajo el sol junto a unas 150 personas a que abran las puertas del punto de recepción del Dagahaley, uno de los asentamientos de Dadaab. Hasta que no se apuntan en este o en uno de los otros puntos, los refugiados no reciben su primera ración de comida, que está pensada para durar 15 días aunque el estado de agotamiento y malnutrición en el que llegan hace que dure mucho menos. La lentitud del proceso hace que cada vez haya más refugiados esperando o directamente instalándose en las afueras de los campos en un paraje desértico.
Mohamed Hassan, de 82 años, viajó un mes hasta alcanzar Kenia
Tras ser recibidos en estos puntos, aún tienen que registrarse oficialmente en otro centro para ser considerados refugiados y recibir la tarjeta que les da derecho a recibir comida dos veces al mes.
Hassan y su nieta, que comen gracias a la caridad de otros refugiados, tardaron un mes en llegar a Dadaab desde Berbera, en Somalia, y realizaron el camino a pie y a veces en carros tirados por burros. Hassan dice que el mayor peligro eran los animales salvajes y que vio dos leones. "Yo quería venir solo, pero mi nieta empezó a llorar y a decir que no quería quedarse allí sin mí, así que me la tuve que traer".
Construido en 1991 para acoger a 90.000 personas, en Dadaab hoy viven unos 390.000 refugiados, casi todos ellos somalíes. Es el mayor campo de refugiados del mundo. Cada día llegan unas 1.300 personas más que huyen de un país en guerra desde 1991 y que ahora sufre además la peor sequía en los últimos 60 años en la región.
Mohamed Omar pone con delicadeza a su hijo menor en el barreño que hace de báscula. El pequeño, de año y medio, pesa solo seis kilos y aparenta tener pocos meses de edad.
El hijo de Omar es uno de los más de 10.000 niños que sufren malnutrición en Dadaab. "Hace tres años de la última vez que pudimos cosechar algo y este año nuestras vacas se fueron muriendo. Aún teníamos algo de maíz que había cosechado mi madre, pero cuando se nos acabó, decidimos irnos", dice Omar lentamente y con la voz baja en el hospital que Médicos sin Fronteras administra en Dadaab.
Omar, su mujer y sus seis hijos, dos de los cuales sufren malnutrición, vienen de la ciudad somalí de Sakow, que está bajo el control de Al Shabab. Esta milicia islamista, que se ha declarado a sí misma la rama de Al Qaeda en el este de África, quiere imponer un régimen radical en Somalia.
"En mayo, me pidieron que cogiera armas y me uniera a ellos pero yo me opuse. Me dieron una paliza", cuenta Omar. "Al Shabab no nos deja llevar a los niños a la escuela o al médico, no sé por qué motivo. En Sakow no se puede vivir".
Ayer viernes, Al Shabab declaró que es "100% falso" que haya hambruna en las áreas bajo su control y volvió a prohibir la entrada a las agencias internacionales, a pesar de que el pasado día 6 de julio había levantado esta misma prohibición, que impuso hace dos años.
Sin embargo, las imágenes del ala del hospital destinada a casos de malnutrición aguda, que no se veían desde hace casi 20 años, cuentan una historia diferente. Niños esqueléticos y desnudos yacen en las camas junto a sus madres, vestidas con trajes tradicionales somalíes, de colores brillantes y decorados con flores. Ahado Ali, de 25 años, es una de ellas. Está con su hijo Nasabo Ibrahim, de dos. "Me fui por el hambre, no teníamos nada que comer. Además, Al Shabab nos hacía la vida imposible, nos daban palizas si no aceptábamos vestirnos como ellos decían", dice Ali sin apartar la vista del minúsculo cuerpo de su hijo. Cuando llegó a Dadaab, no le dieron ni comida ni una tienda, así que se instaló a las afueras del campo. "Hice una cabaña con cartones y telas". De esto hace 20 días. Para muchos como Ali, el camino hacia la ayuda aún no ha terminado.
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