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Columna
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La izquierda en desbandada / 3

Según las estimaciones más fiables -sondeos y entrevistas en profundidad- entre el 70% y el 75 % de los franceses critican la huelga de transportes que ha hecho de la bicicleta, la reina y ha transformado a Paris en Amsterdam, y desean que se le ponga fin de inmediato. Esta impugnación tan abrupta e insolidaria de la huelga, una de las últimas trincheras que le quedan al mundo del trabajo frente a la arbitrariedad y los abusos de los poderes políticos y empresariales, ha producido en la minoría resistente una indignada reacción. Mario B., hijo de dirigente de la FAI catalana durante la guerra civil, exiliado en Francia, hoy eminente especialista en ciencias de la cognición y viejo amigo, se pregunta y me pregunta cómo ha podido producirse tan lamentable abdicación. Le contesto con el análisis en que estoy metido de la capitulación incondicional de la izquierda institucional francesa, su envilecimiento personal por mor de sus actores y la malversación simbólica del corpus ideológico de lo que llamamos pensamiento único, al que el social-liberalismo ha convertido en la única vía practicable de la política convencional al uso.

Nadie escapa hoy al imperialismo teórico e ideológico del individualismo

Corpus cuyo eje central es la consagración del individuo-sujeto, que exige la desaparición de todos los actores políticos colectivos, como el Estado, los sindicatos, etcétera, en beneficio de la sola entidad común concebible, la de una sociedad de individuos libres y autosuficientes sin más obligaciones que consigo mismos.

Crawford B. Macpherson elabora en La teoría política del individualismo posesivo, 1962, las bases doctrinales de esta opción que se convierte en la conceptualización más consistente de la democracia neoliberal. Para el filósofo canadiense, los derechos y obligaciones políticas sólo pueden fundarse en y derivarse de los intereses de los individuos que forman parte de una entidad que llamamos sociedad, no porque tengan una naturaleza social que les lleve a ello, sino para proteger su condición de propietarios, pues la sociedad humana consiste y se agota en sus relaciones de mercado.

Robert Castel, en sus brillantes conversaciones con Claudine Haroche Propriété privée, propriété sociale, propriété de soi, Fayard 2001, retomando críticamente la problemática y el itinerario filosófico de Macpherson -sobre todo Hobbes y el Locke del Segundo Tratado del Gobierno civil- busca romper el cerco de su individualismo negativo y recrear, basándose en la categoría de responsabilidad, una socialidad que enlace al individuo-ego con el individuo-otro formando un continuum, base del vínculo social. Esta convivencia de alteridad y mismidad en el proceso de individuación es la que hace posible, insiste Castel, el pasar de la responsabilidad individual a la humana, en virtud de la cual, los seres humanos, en cuanto humanos, deben disponer, desde su nacimiento, de una renta de subsistencia básica y de un reconocimiento universal del derecho de voto con independencia de su condición nacional.

Por lo demás el primado del individualismo, que para muchos autores es indisociable de la modernidad, tiene en la desigualdad una consecuencia que en las últimas décadas se ha extendido y profundizado. Patrick Savidan en Repensar la igualdad de oportunidades, Grasset 2007, entra de lleno en el tema partiendo de la concepción antimeritocrática de la justicia social de John Rawls que es quizá la impugnación más radical del individualismo posesivo. Para él, la potencia legitimadora del mérito es escasa porque los individuos no son los creadores de sus capacidades y talentos sino sólo sus depositarios y sus usuarios, el ámbito en el que estos se ejercen en función de determinaciones / valoraciones sociales que son las últimamente responsables de lo que llamamos mérito.

La propuesta de Savidan, llevando hasta sus consecuencias finales el planteamiento de Rawls, es el de desubstancializar el mérito y desindividualizar/ desubjetivizar a sus detentores, pasando de una concepción ético-personal a un planteamiento socio institucional de la atribución meritoria. En ella lo determinante, más allá del proclamado altruismo, es el pago de la deuda que cada ser humano contrae con su comunidad por el hecho de nacer en su seno, deuda que debe de pagar y cuya cuantía y calidad deben corresponder a las capacidades que ha recibido.

Pero en un sentido o en otro nadie escapa hoy al imperialismo teórico e ideológico del individualismo, que si en este caso le es absolutamente contrario, en otros autores notorios, por ejemplo Ulrich Beck, suponen un indiscutible alineamiento. Basta recordar que en su obra mayor La sociedad del riesgo, (Suhrkamp 1986), toda su segunda parte está dedicada a presentar la naturaleza de la individualización de la desigualdad social sobre la base de la lógica del reparto de riesgos a los que estamos sometidos, no como miembros de una clase o grupo, sino como individuos de una sociedad industrial. Olvidemos pues lo social y colectivo. Sólo caben los individuos-sujetos. Lo demás es irrelevante.

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