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Columna
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El efecto Lucifer

Andrés Ortega

¿Puede cualquiera convertirse en torturador o en sumiso prisionero en determinadas situaciones? En 1971 el psicólogo Philip Zimbardo, que investiga sobre la deshumanización, llevó a cabo en la Universidad de Stanford (EE UU) un experimento que se hizo tristemente famoso. Tomó a estudiantes voluntarios para que actuaran, unos de guardianes y otros de presos en una falsa cárcel. El experimento debía durar 15 días. Tuvo que interrumpirlo al sexto ante la dureza de la situación creada. Muchos tranquilos estudiantes se habían convertido en brutales y sádicos guardianes, y muchos de los presos se quebraron emocionalmente.

¿Ocurrió algo así en la cárcel de Abu Ghraib en Irak? Zimbardo ha escrito un libro, El efecto Lucifer: Comprendiendo cómo gente buena se transforma en mala, en el que amplía detalles sobre el experimento de Stanford y entra en el caso de Abu Ghraib. Ha tenido acceso a mucha información al haber sido llamado como experto en el juicio contra el soldado Ivan Chip Frederik, uno de los 11 condenados (a ocho años de cárcel y pérdida de carrera y jubilación) por estos excesos, que reapareció como testigo en la vista contra el teniente coronel Steven Jordan, del que dependía entonces el centro de interrogación de la prisión, y único oficial acusado por estos delitos. Se le hicieron algunas preguntas claras a Frederik: ¿Se desnudó a los presos? "Sí, señor". ¿Masturbación simulada? "Sí, señor". ¿Actos homosexuales simulados? "Sí, señor". ¿El teniente coronel Jordan no tuvo nada que ver con los abusos a esos detenidos? "No, señor". La semana pasada el tribunal militar que lo juzgaba absolvió a Jordan de los cargos de malos tratos y otros, declarándole culpable sólo de desobedecer la orden de no hablar del caso. El Pentágono no ha querido ir más arriba en la cadena de responsabilidades.

Según relata Zimbardo, el examen psicológico del soldado Frederik indicó que era una persona completamente normal. Él y los demás implicados eran reservistas del Ejército, con el más bajo status militar, que vivían con un miedo constante a ataques iraquíes. Para Zimbardo, influye el hecho de que esos horrendos hechos ocurrieran durante el turno de vigilancia de noche y su consiguiente aburrimiento. Y cuenta el anonimato, pues "cualquier situación que te hace anónimo y permite la agresión saca en la mayor parte de la gente la peor bestia que lleva dentro". No es algo que únicamente haya ocurrido en Abu Ghraib con tropas americanas. También con británicas en Irak. Y en otras situaciones, por recordar la matanza de My Lai en la guerra de Vietnam.

Todo esto hace pensar en la "banalidad del mal" que Hannah Arendt vio en Adolf Eichmann en el juicio del nazi en Israel. Zimbardo añade el "mal de la inacción" que supone callarse, con lo que "la mayoría silenciosa hace que algo sea aceptable". Ahora bien, para no caer en el pesimismo general, también Zimbardo tiene su héroe -de un "heroísmo banal"- en el soldado Joe Darby, el cual, al ver esas "fotos-trofeo" en un CD que le pasó un amigo decidió difundirlas por considerar que se trataba de crímenes. Y claro está, el Sistema y la complicidad de la Administración Bush al establecer centros de tortura en muchas prisiones militares y convertirla en práctica habitual, como apoyó desde la Casa Blanca tras el 11-S el ahora dimitido fiscal general Alberto Gonzales. También cuenta la visión del otro, y la formación de estos soldados que a menudo equivale a un lavado de cerebro.

El Sistema es, para Zimbardo, el complejo de fuerzas poderosas que crean "la Situación": los mandos, el poder institucional. Michael Shermer, columnista de Scientific American que ha abordado esta cuestión y es autor de The science of Good and Evil (La ciencia del bien y del mal), rechaza con Zimbardo la tesis oficial del Pentágono de que los que cometieron esos excesos y crímenes en Abu Ghraib eran unas pocas "manzanas podridas" que contaminaron el resto del cesto. El problema está en el propio cesto y más allá, a pesar de la absolución de Jordan. aortega@elpais.es

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