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Los desafíos del Mediterráneo
Columna
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La ebriedad del poder

Lluís Bassets

Con cada iniciativa produce el efecto contrario al que calculaba, pues no demuestra el poder que tiene sino su sombra. Así describía Le Monde la decadencia de Jacques Chirac cuando descendía los últimos escalones de su presidencia. A su sucesor, Nicolas Sarkozy, le ocurre lo contrario: todo cuanto hace, incluso sus errores, le sirven para afianzar y demostrar su poder. Tan intensa y larga ha sido la parálisis en la que se sumió la V República que cualquier cosa que se mueva parece buena, y si hay algo claro del quinquenio presidencial que acaba de empezar es que estamos ante una agitación permanente y sin límites, que suscita una mezcla de admiración y de angustia.

La primera víctima en esta fase de instalación en el poder es el Partido Socialista, al que la garra presidencial está triturando a fuerza de robarle sus mejores valores. Después de instalar varios ministros socialistas en su Gobierno, ha conseguido ahora echar mano a tres pesos pesados como Dominique Strauss-Kahn, convertido en su candidato a la dirección del FMI; Hubert Védrine, contratado para presidir una gran comisión sobre la globalización, y Jack Lang, a punto de aceptar otra comisión sobre las reformas institucionales. Ya sólo queda en el PS la pareja separada, su secretario general, François Hollande, y la candidata derrotada, Ségolène Royal, y algunos líderes del ala izquierda, quizás dispuestos también a escuchar ofertas. Es cierto que si todo esto sucede es por falta de proyecto, de horizontes y de dirigentes creíbles. Con estos mimbres será difícil que el PS se renueve, que es lo que busca Sarkozy. Y con el principal partido de la izquierda con los huesos quebrados será más fácil acometer las reformas más dolorosas para la sociedad francesa.

La primera víctima en esta fase de instalación en el poder es el PS, al que la garra presidencial está triturando

Hay otra víctima del hiperactivo presidente, que tiene que ver con su idea de la libertad económica. Es la propia Europa, feliz de que la elección francesa haya servido de ayuda para salir del atasco constitucional, pero cada vez más preocupada por el talante y la ideología de que hace gala el hiperpresidente. La idea sarkozista de la libertad económica es muy francesa y tiene hondas raíces: viene de Jean-Baptiste Colbert, intendente del cardenal Mazarino, creador de una industria manufacturera de Estado y protector del comercio y de las industrias nacionales.

En un reciente discurso en Estrasburgo, después de la cumbre de Bruselas, Sarkozy dibujó una Europa que parece salida de los prósperos años sesenta y del nacionalismo de los planes de desarrollo: políticas industriales; grandes campeones nacionales y europeos en su ramo; medidas europeas contra el dumping social, fiscal y medioambiental; una moneda única al servicio del crecimiento y del empleo, y no sólo de la estabilidad; una agricultura protegida según criterios de independencia y seguridad alimentaria; fronteras claras que separen a los países protegidos por la preferencia europea de los que no lo son, etcétera.

Pero Sarkozy no toma del colbertismo lo único que le une a la disciplina europea: el rigor presupuestario. El presidente quiso acudir el lunes a la reunión del Eurogrupo (los ministros de Economía del euro) para reivindicar el carácter político y la responsabilidad presidencial sobre el euro. Aunque todo el mundo le sigue tratando con la deferencia debida al recién llegado, recibió una ducha fría de parte de los ministros, principalmente del alemán. Francia propone relajar su política presupuestaria para permitir una piñata fiscal de 11.000 millones de euros dirigida a los más ricos, mientras que Alemania está haciendo sus deberes, entre otras cosas, debido al incremento del IVA.

Los crujidos de la nave europea que vuelve a partir afectan también a la política exterior. En pocos días han empezado las disfunciones, fruto de los caprichos del joven presidente y de su brillante pero también novato ministro de Exteriores, Bernard Kouchner. Consigno una rápida lista: el nombramiento de Blair como representante para Palestina sin consultas previas, la reaparición de la diplomacia epistolar con una carta de 10 ministros mediterráneos en disonancia con el alto representante Javier Solana, o la convocatoria en París este fin de semana de una conferencia de reconciliación libanesa con la asistencia de representantes de Hezbolá. De la cumbre de Heiligendamm salió un vídeo ya famoso donde el presidente aparecía ante la prensa algo achispado. Pero no había bebido; no bebe nunca. Aunque sí estaba ebrio de un licor que no contiene ni una gota de alcohol pero convierte en adicto a quien lo prueba; era la ebriedad del poder, que también produce accidentes.

http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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