Rousseff comienza a marcar terreno
La presidenta electa de Brasil busca un perfil propio respecto a su mentor
La incógnita sobre si la ex guerrillera Dilma Rousseff será o no presidenta de un Gobierno en la sombra del ex presidente y tutor Luiz Inácio Lula da Silva comienza a despejarse. Lula la llevó desde el anonimato a la alta jefatura del Estado con 57 millones de votos, sin haber sido siquiera la candidata preferida de su partido, el Partido de los Trabajadores (PT) . Aunque aún quedan dudas por despejar, la presidenta ya ha comenzado a marcar distancias.
Ha impresionado positivamente la frase pronunciada ayer por la presidenta electa de que "para ser presidente no hace falta ser una personalidad". En boca de la oposición, como afirma el analista político, Ricardo Noblat, hubiese significado una crítica a Lula. En los labios de Dilma, supone el reconocimiento de que ella no podrá ser Lula, pero que ello no le impedirá ser una buena presidenta.
Los gestos son tan importantes como las palabras. Y los de Rousseff empiezan a ser examinados con atención. Por ejemplo, su llanto explícito en la primera reunión con su partido (PT) para agradecer a sus militantes la campaña fervorosa a favor de su candidatura. Dilma sabe que no era la candidata deseada del partido, sino la escogida a dedo por Lula. Sabe que llegó tarde a sus filas (en 2001) y que nunca fue figura dentro del partido, ni tuvo poder en él.
Conoce muy bien la frase pronunciada por el ex ministro de la Casa Civil, José Dirceu (él sí figura de poder interno en el PT), al que Dilma sucedió en el poderoso ministerio de la Casa Civil, cuando su colega tuvo que salir arrastrado por un escándalo de corrupción que le costó también perder el escaño de diputado. Dirceu llegó a afirmar durante la campaña que la elección de Dilma era "más importante que la del mismo Lula" porque con ella el partido podría por fin imponer su proyecto de Estado. Algo que había sido imposible con Lula, que dominó al partido para privilegiar las alianzas con los 10 partidos que apoyaron sus Gobiernos.
Es decir, con Lula el PT llegó al Gobierno. Con Dilma, desea llegar al poder e imponer su proyecto socialista. La nueva presidenta tuvo en cuenta las afirmaciones de Dirceu y tuvo el gesto de humildad de pedir a su partido que no la impidiese gobernar. Lo dijo cuando aún se comía las lágrimas de emoción al agradecer el trabajo de los militantes.
Dilma está dando a entender que ella no perderá su gratitud a Lula, sin cuyo apoyo nunca habría llegado al Planalto, pero al mismo tiempo está demostrando que le gustaría tener otro perfil , más técnico y menos político en la composición de su Gobierno. Ella es una entusiasta de la eficiencia en la gestión. Es una apasionada por los números, los informes sobre los proyectos y el deseo de que no se queden en mero polvo de publicidad, sino que se concreten.
Ya ha anunciado, por ejemplo, que el nuevo ministro de Sanidad no será un político, sino un técnico, posiblemente su médico personal, Roberto Calil Filhio, que ha seguido la evolución positiva de su cáncer linfático ya curado y que cuida de su salud en general. Quiere más mujeres en su gabinete, diferenciándose también aquí de Lula. Va a viajar menos y va a pasar más tiempo en el palacio del Planalto siguiendo de cerca la gestión del Ejecutivo. Sabe muy bien que, a pesar de que ha descubierto durante la campaña el gusto por sentir de cerca el calor humano de la gente sencilla, nunca podrá tener la empatía natural que Lula tuvo con los más pobres, a quienes sabía hablar con su propio lenguaje. Dilma creció en una familia de clase media alta, se educó en los mejores colegios y frecuentó la Universidad. Su madre de 84 años, con quien va a vivir, es una señora que cuida tanto de su físico que se enorgullece de aparentar 60. Tiene todo el porte de una aristócrata.
Conciencia social
A Dilma, sin embargo, le ha quedado de sus años jóvenes en la lucha armada en los movimientos de extrema izquierda una fuerte conciencia social. No le será difícil no solo mantener vivas sino incluso multiplicar las políticas sociales a favor de los más pobres. Ya se ha comprometido, como prioridad máxima de su Gobierno, a "acabar con la miseria del país". La pobreza aún golpea a 30 millones de brasileños y hace de Brasil, a pesar de sus grandes avances macroeconómicos, uno de los países con mayor desigualdad social del mundo.
Para ser fiel a su promesa de seguir las huellas de su antecesor Lula, Rousseff tendrá que moverse en el difícil equilibrio de preservar un cierto neoliberalismo económico, que asegure la estabilidad económica conquistada, con una política más volcada en el gasto público y en el apoyo al capitalismo de Estado.
La revista Veja , una publicación marcadamente crítica con los últimos Gobiernos, no ha dejado de aplaudir la afirmación rotunda de la nueva Presidenta de que luchará para defender "la más estricta libertad de expresión". Veja comenta que Dilma "no podía comenzar mejor".
La publicación se refería a las tentaciones del grupo más radical del PT de crear mecanismos para controlar el contenido de los medios de comunicación bajo el lema ambiguo del "control social de la información". Rousseff se ha distanciado de esta pretensión, y del mismo Lula, que siempre se sintió incómodo con la crítica. La presidenta ha repetido varias veces que prefiere "el ruido de los periódicos al silencio de la información de las dictaduras".
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