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Reportaje:El conflicto del Cáucaso

Nuevas trincheras de la guerra fría

Cuatro enclaves secesionistas de la antigua URSS enfrentan a Rusia y la OTAN

Pilar Bonet

Para los cuatro conflictos congelados legados por la Unión Soviética corren nuevos tiempos. Gracias al apoyo militar de Moscú, Osetia del Sur y Abjazia comienzan a alimentar serias esperanzas de ser reconocidos como Estados independientes de Georgia, el país al cual pertenecen formalmente. Los otros dos enclaves secesionistas -el Transdniéster (en Moldavia) y el Alto Karabaj (enclave armenio arrebatado a Azerbaiyán)- tratan de sacar algún partido de este nuevo capítulo en un proceso cuyo detonante fue la independencia de Kosovo. Más allá de su peso territorial y demográfico conjunto (21.000 kilómetros cuadrados, equivalentes a las provincias de Sevilla y Cádiz, y un millón de habitantes), los agujeros negros importan por haberse convertido en el escenario de una nueva guerra fría entre Rusia y la OTAN.

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En los últimos años, el Kremlin ha ayudado a los territorios no reconocidos a coordinarse para que respondan conjuntamente a las actividades de la GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia), la asociación de países vecinos de Rusia fundada en 1997 bajo los auspicios de EE UU. La GUAM, cuyo fin es disminuir la dependencia de Moscú, sobre todo de las rutas de abastecimiento energético, aborda con creciente empeño los conflictos congelados que afectan a tres de sus socios. La organización ha llevado el debate sobre este problema a la ONU y ha planteado la formación de contingentes internacionales para sustituir a los pacificadores rusos. Éstos actúan en todos los territorios excepto en el Alto Karabaj.

En junio de 2006, los líderes del Transdniéster, Ígor Smirnov; Osetia del Sur, Eduard Kokoiti, y de Abjazia, Serguéi Bagapsh, fundaron la asociación Por la Democracia y los Derechos de los Pueblos, estructura a la que después se unió el Alto Karabaj como observador. Este club de los no reconocidos se ha dotado de un secretariado en Moscú e intenta extender a sus representados las prestaciones socioeconómicas que el Estado ruso prevé en su propio territorio. Pero la coordinación rápida entre ellos es complicada, incluso físicamente. En ninguno de los cuatro enclaves hay aeropuertos civiles y, para viajar, los separatistas tienen que desplazarse primero a países vecinos. Si los dirigentes del Transdniéster quieren volar a Rusia, han de hacerlo desde Odessa, en Ucrania, y con pasaportes reconocidos, ya que los documentos del Transdniéster sólo sirven para ir por casa.

Rusia colocó a tres de los cuatro territorios no reconocidos en una misma liga, dejando el Alto Karabaj como un caso aparte entre Azerbaiyán (como país parcialmente ocupado) y Armenia (como ocupante). Pero en marzo, la Duma Estatal (el Parlamento ruso) invocó el precedente de Kosovo y exhortó al Kremlin a corregir su política en relación con Abjazia, Osetia del Sur y el Transdniéster. La Duma pidió al Ejecutivo que examinara "la conveniencia de reconocer la independencia de Abjazia y Osetia del Sur", y, al omitir al Transdniéster de la lista de independizables, colocó a esta región en una categoría de separatistas susceptibles de llegar a un acuerdo con su metrópoli.

Durante la perestroika, el Transdniéster, poblado por una mayoría eslava (rusos y ucranios), se opuso a la política de unión con Rumania, mantenida por los nacionalistas moldavos. Desde entonces, los partidarios de unirse con Rumania han disminuido, pero los líderes del Transdniéster temen disolverse en un proyecto de Estado que les es ajeno. Para ganárselos y tentar a Rusia, el presidente moldavo, Vladímir Voronin -a diferencia de Mijaíl Saakashvili en Georgia-, ha prometido un Estado neutral y desmilitarizado, e incluso se reunió con el líder del Transdniéster, Smirnov, en abril. Después, Moldavia y el Transdniéster comenzaron a crear grupos de trabajo conjuntos. Ahora, estos contactos han sido congelados por el Transdniéster, que desconfía de Voronin y quiere convencerse de que no es un Saakashvili disfrazado de cordero. Para ello, los separatistas le piden que se dé de baja en la GUAM y que condene la agresión de Georgia contra Osetia del Sur. Indicando que tiene otras prioridades, el presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, ha suspendido una reunión con Smirnov prevista para agosto.

El conflicto del Alto Karabaj, un enclave armenio en territorio de Azerbaiyán, fue el primero en estallar durante la perestroika y ha causado centenares de miles de desplazados.

Tras el acuerdo de alto el fuego de 1994, de la búsqueda de una regulación se ocupa el llamado grupo de Minsk, que opera en el ámbito de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y del que Rusia es copresidente con EE UU y Francia. Los armenios controlan el Alto Karabaj, de donde echaron a toda la población azerbaiyana, y también siete distritos contiguos al enclave, que retienen alegando razones de seguridad.

El conflicto está estancado, pero, gracias al petróleo, Azerbaiyán ha ido ganando peso económico y su presupuesto militar es ya superior a todo el presupuesto de Armenia. Debido al Alto Karabaj, Armenia ha sido marginada de las nuevas rutas de transporte de hidrocarburos como el oleoducto que une Bakú con el puerto turco de Ceyján a través de Georgia, y su marginación continúa en las nuevas comunicaciones como el ferrocarril entre Kars, en Turquía, y Bakú, vía Georgia, en sustitución de otra ruta por Armenia. Hoy, la principal preocupación de Yeriván es impedir que la crisis de Georgia aumente su aislamiento. El presidente armenio, Serzh Sargsian, ha iniciado un tímido acercamiento a Turquía e insiste en ramificar más la red de transporte de combustible.

Los problemas de Georgia con Rusia han evidenciado a Azerbaiyán la vulnerabilidad del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyján. El presidente Iljam Alíev no ha caído en la tentación de imitar a Saakashvili y tratar de reconquistar el Alto Karabaj por las armas. Es más, ha prescindido de sus alusiones a la vía militar para recuperar el territorio perdido. Alíev, que mantiene un equilibrio entre Rusia y Estados Unidos, no quiere conflictos que devalúen el oleoducto, el proyecto más querido de su padre, Gueidar Alíev.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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