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Golpe en Honduras

Honduras vive ya bajo toque de queda

os enfrentamientos entre el Ejército y los partidarios de Zelaya causan numerosos heridos - El Gobierno sostiene que el golpe fue una operación legal

El toque de queda. Los soldados patrullando las calles desiertas. La luz cortada. Los teléfonos que no funcionan. Las radios y las televisiones clausuradas. Denuncias de muertes y desapariciones que no se pueden confirmar, pero que recorren el espinazo como un negro y viejo escalofrío. El sábado por la noche, cuando el presidente Manuel Zelaya se puso el pijama creyéndose a salvo, Honduras era un país golpeado por la pobreza y la delincuencia, gobernado por un mandatario populista con un punto de fanfarrón y otro de fullero. Pero ayer Honduras no era un país mejor.

A primeras horas de la tarde se produjeron los primeros enfrentamientos graves entre el Ejército y los partidarios de Zelaya, concentrados ante la Casa Presidencial. Hubo gases lacrimógenos y disparos de pelotas de goma. La Cruz Roja atendió a decenas de contusionados.

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Cara con cara, separados sólo por una reja, una señora le habla a un joven que podría ser su nieto. La mujer tiene lágrimas en los ojos y hay momentos, entre el griterío y el olor a neumático quemado, que parece que él también. La señora le habla suavemente: "Tú y tus amigos tenéis que salir de ahí. Vosotros también sois pueblo. No sois esclavos de los poderosos. Anda, sal de ahí. Sé tú el primero. Ya verás cómo detrás vendrán tus amigos". El muchacho, casi un adolescente, baja la mirada. Es uno de los soldados, de los muchos soldados que, fusil en mano y casco raído hasta las orejas, siguen guardando la Casa Presidencial.

El golpe de Estado, ejecutado con la complacencia de políticos, jueces y empresarios, ya ha concitado un rechazo nunca visto en la comunidad internacional. Pero de ese rechazo apenas tienen constancia los hondureños. El Gobierno de Roberto Micheletti está haciendo lo posible por ocultar a la gente su primer logro: convertir en un héroe a Zelaya. Pero, en 2009, impedir que la información circule es tan difícil como atrapar el agua con las manos. Y, conforme avanzaba la mañana, los hondureños se fueron enterando del respaldo internacional recibido ayer en Nicaragua por el presidente depuesto, de la determinación internacional.

La operación de blanqueo del golpe se ejecuta desde diversos frentes. El primero consiste en negar la evidencia. El golpe no fue un golpe, sino una operación legal ejecutada por las Fuerzas Armadas por orden de los tribunales de justicia. El segundo busca el desprestigio total de Zelaya, y esto no se puede hacer sin la complicidad de los medios de comunicación. Un ejemplo es el del principal titular del diario El Heraldo: "Zelaya planificaba disolver el Congreso". El subtítulo no era más suave: "La comisión investigadora legislativa tuvo en su poder pruebas de las ilegalidades cometidas por el titular del Poder Ejecutivo en su proyecto de conducir al país al totalitarismo, por eso se procedió a separarlo". Y hay todavía otro intento de blanqueo. Consiste en una prueba de que a Zelaya no lo botaron, sino que él se fue solito.

Es una carta. Un escrito en el que, con membrete de la Presidencia de la República, Manuel Zelaya renuncia a su cargo "por la situación polarizada" del país y por "problemas insuperables de salud". Tiene el sello, y la firma, del presidente. Los impulsores del golpe la presentaron a modo de testamento de Manuel Zelaya. "No lo echamos, se fue", vinieron a decir. Pero no se dieron cuenta de un detalle. La renuncia está firmada el 25 de junio. Es decir, el jueves. ¿Y qué demuestra esto? Que los militares tenían previsto capturar al presidente el pasado jueves, el día que sacaron los tanques a la calle, pero una hábil, aunque tal vez involuntaria, operación de Zelaya la hizo inviable: el mandatario salió de la Casa Presidencial rodeado de miles de incondicionales.

Y todo esto, los preparativos chuscos de un golpe de opereta, va trascendiendo y calentando a la población. Ayer, en las puertas de la universidad, profesores y alumnos se organizaban para acudir a la Casa Presidencial. Allí siguieron plantando cara a los soldados, que tuvieron que arrojar gases lacrimógenos para franquear la entrada al nuevo presidente. Un hombre se dirigía a los militares a través de un megáfono: "¿Dónde está Ulises? ¿Por qué lo atropellaron? ¿Lo mataron? ¿Dónde está su cuerpo?". Durante toda la noche se especuló con que Ulises, trabajador de la empresa de telecomunicaciones Hondutel, se hubiese convertido en la primera víctima mortal del golpe. A Honduras acaba de regresar el fantasma de los desaparecidos. El horror antiguo de los golpes militares.

Partidarios del depuesto presidente Manuel Zelaya entonan el himno nacional frente a la residencia de éste en Tegucigalpa.
Roberto Micheletti.
Partidarios del depuesto presidente Manuel Zelaya entonan el himno nacional frente a la residencia de éste en Tegucigalpa. Roberto Micheletti.REUTERS

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