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La ‘nube mala’ que devastó la localidad alcarreña de Yebra

La pequeña población hizo de muro de contención de un torrente, el 9 de agosto de 1995. Un día después, la magnitud de la catástrofe dio la cara: murieron 10 personas. Así lo contó EL PAÍS

Venía una nube negra, una nube mala. La mayoría se agolpó en la iglesia para rezar por una difunta y acompañarla hasta la sepultura. El funeral comenzó a las ocho de la tarde. Un cuarto de hora después, la luz se fue y dejó a oscuras el templo. La nube mala comenzó a descargar agua lentamente, de modo que los presentes, algunos llegados de Alcalá de Henares, Guadalajara y Madrid, pudieron desplazarse hasta el cementerio y regresar a la plaza del pueblo, Yebra, para contrastar recuerdos sobre la fallecida y rememorar tiempos pasados. Muchos familiares se reunieron en un local abandonado donde años atrás se celebraba el baile popular. "Han dicho en la radio que veníamos de bailar", protestaba ayer, airada, una vecina; "¡que se le quede la lengua seca al que ha dicho eso!".

Petra Fernandez, de 70 años, lo vio todo desde el balcón de su casa, frente al viejo baile: "Mi cuñada, su marido, su hija... Estaban allí, refugiándose de la tormenta, cuando, de pronto, se rompió el muro de una casa y apareció el torrente. ¡Cómo sería que desde mi balcón yo podía tocar el agua. Veía los coches bajar flotando. La corriente penetró en el viejo salón. Unos escaparon por una segunda puerta. Otros subieron escaleras arriba. Se oían gritos de auxilio y gente arrastrada por el agua hacia abajo".

Sus cuñados Juan Gallego y Cipriana Sánchez, ambos de 73 años; la hija de éstos, María Jesús, de 38, y una prima hermana, Josefa Barco, de 74, perecieron en este primer envite del torrente.

Entierro de las víctimas de la tromba de agua en Yebra ( Guadalajara), el 11 de agosto de 1995.
Entierro de las víctimas de la tromba de agua en Yebra ( Guadalajara), el 11 de agosto de 1995.BERNARDO PÉREZ

"Si la tormenta cae media hora antes, nos coge a todos en el entierro y acabamos ahogados en el Tajo", decía Miguel Ángel Guerrero, teniente de alcalde.

Matilde Cañizares, de 50 años, vecina de Alcalá, venía de bañarse en los pantanos con su marido y dos hijos. La riada arrastró su coche en la carretera desde Fuentenovilla. Iba todavía con el bañador puesto cuando se la llevó la corriente con el cinturón abrochado. Fue la única de los cuatro que no pudo desprenderse de él y escapar de la muerte.

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Ensortijado a unas señales de la gasolinera del pueblo, un Audi 100 azul metálico desvelaba en su retorcido maletero enseres domésticos. En su interior viajaban María Julia Megido y su esposo, Juan Vicente Llinares, el director de la central nuclear de Zorita. A las nueve de la mañana descubrían el cadáver de él ocho kilómetros más abajo de donde estaba el vehículo, en el ya escaso lecho del Yebra. "Estaba desnudo y su cuerpo presentaba enormes arañazos y lesiones. ¡Qué horror!", exclamaba, compungido, el gobernador civil, Ramón Fernández. Cuatro horas más tarde identificaban entre los Iodos el de ella.

La tragedia que se tejía en Yebra, con la central telefónica fuera de servicio, la luz cortada, la emisora de emergencia nuclear de Zorita acallada, las magníficas carreteras recién construidas sajadas y sus capas asfálticas desplazadas de lugar como rebanadas, quedó aislada del mundo sin que nadie supiera lo que ocurría hasta que desde un teléfono móvil se lanzó un SOS al Gobierno Civil de Guadalajara. Hacia las 3.30 de la madrugada llegó la Guardia Civil.

Operativos móviles de esta institución, las máquinas que trabajan en la reparación de carreteras, voluntarios de la Cruz Roja, Telefónica, Unión Fenosa (titular de la central nuclear de Zorita)... se desplazaron hasta la población, que ofrecía en su modesta y pequeña apariencia un aspecto dantesco. El propio gobernador atravesó los montes en un vehículo todo terreno para coordinar las tareas de socorro. Sabe cómo se opera en estas trágicas situaciones. Antes fue alcalde de Puertollano, puesto desde el que le tocó auxiliar a las víctimas de una riada brutal en Valdepeñas, donde en 1979 hubo 21 víctimas.

Decenas de coches en posiciones insólitas sembraban el paisaje y el lodazal que ha cubierto el arroyo Yebra. El que conducía, Victorio Torres, navegó dos kilómetros y se estrelló junto a un autobús, cerca de las tapias del cementerio. Allí aún tuvo coraje para salvar a una mujer enfangada hasta la cintura.

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