Las vidas de los ilustres
Poco a poco, aunque todavía con exasperante lentitud, la edición española va corrigiendo el notable déficit de biografías, y, en general, de literatura memorialística, que la distingue de las de otros países de nuestro entorno. Basta darse una vuelta por las librerías británicas, francesas o alemanas para hacerse cargo de la enorme distancia que (aún) nos separa de ellos. Y eso, a pesar de que en la última década se han cubierto algunas importantes lagunas, especialmente en lo que se refiere a protagonistas de nuestra historia contemporánea.
Las razones de esa llamativa carencia son de distinta índole. Los editores suelen justificarla con el argumento de que la demanda de biografías es ahora muy débil y que, debido a ello, se retraen de publicar un tipo de obras que, por sus características, suelen ser particularmente caras y requieren inversiones de muy insegura recuperación. Las biografías de los más importantes personajes requieren, además, someterse a revisiones periódicas: y no sólo a cuenta de los datos que aportan nuevas investigaciones, sino porque están escritas desde tiempos, ideologías y sensibilidades que contaminan el punto de vista desde el que se aborda a los sujetos biografiados. Por eso se dice que las vidas de los grandes protagonistas del pasado deberían rescribirse al menos una vez para cada nueva generación. Pero ése sería el programa de máximos.
Quizás, la primera causa de nuestro déficit de biografías tenga que ver con el escaso prestigio que se les concede en el ámbito universitario
La vertiginosa velocidad de rotación que alcanzan los libros en nuestro peculiar y desproporcionado campo literario explica también la rápida desaparición de las biografías -que tienden a ser "obras de fondo"- de los puntos de venta. Sus tiradas son cortas y, una vez agotada la primera edición, pocas alcanzan los honores de la segunda. De manera que si uno no la adquirió en su momento, se hace muy difícil encontrarla más allá de los problemáticos circuitos de las librerías de lance.
Pero, quizás, la primera causa de nuestro déficit de biografías tenga que ver con el escaso prestigio que, con muy meritorias excepciones, se les concede en el ámbito universitario. Al contrario de lo que ocurre en algunos de los países citados, en nuestras facultades de Historia o Humanidades no se estimula convenientemente la investigación biográfica. Quizás porque en algunos profesores (y directores de tesis) sobrevivan viejos prejuicios acerca del papel del "individuo" en la Historia, y prefieran priorizar investigaciones particularizadas o grandes síntesis históricas de carácter general. Hace poco tiempo un amigo investigador me confesaba que le parecía menos serio definirse como "biógrafo" que como "historiador": en la primera opción, añadía, uno se contrastaba con un personaje, en la segunda con la "historia". Las mejores biografías son, además, eficaces narraciones capaces de mantener sostenidamente la atención del lector, algo en lo que son maestros algunos grandes biógrafos profesionales anglosajones. En la Universidad española, por el contrario, no se concede particular importancia a la necesidad de comunicar adecuadamente a otros (que no sean especialistas o colegas) lo que se ha investigado, lo que se ha llegado a saber. Y todo ello sin descartar, como inconveniente suplementario, la exigente inversión en tiempo y recursos personales que demanda la larga inmersión en las vidas y el recuerdo (a veces herido y receloso) de personajes del pasado.
Antonio Muñoz Molina, que ha utilizado creativa y exhaustivamente las biografías, correspondencias y memorias de algunos de los personajes reales que (re)cobran vida -o tienen el correspondiente cameo literario- en su última novela La noche de los tiempos (Seix Barral), lamentaba recientemente esa falta de prestigio que se encuentra en la base de nuestro déficit biográfico. Tiene razón. Sería sencillo elaborar una lista con 20 o 25 personajes fundamentales de los siglos XIX y XX -por limitarnos a lo más próximo- que no cuentan en este momento con una biografía adecuada. Para la buena salud de nuestra memoria colectiva es fundamental colmar ese vacío.
Babelia
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