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El Nobel de Literatura se queda en Suecia | La entrevista
Columna
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A la vez topo y águila

Javier Rodríguez Marcos

Los buenos poetas son todos zurdos. Escriban con la mano que escriban, lo hacen desde el lado imprevisto del mundo y del lenguaje. A veces desde el lado inexplicable también. En 1990 un ictus paralizó la mitad derecha del cuerpo de Tomas Tranströmer, afectado de afasia desde entonces. La paradoja es que en 1974 había escrito estos versos: "Entonces llega el derrame cerebral: parálisis en el lado derecho / con afasia, solo comprende frases cortas, dice palabras / inadecuadas". Forman parte de Bálticos, un largo poema en el que la geología se mezcla con la genealogía.

La suerte editorial de Trans-trömer en España ha cambiado radicalmente en dos años. Si en 1991 el sello Hiperión publicó la antología Para vivos y muertos, traducida por Francisco Uriz y Roberto Mascaró, el año pasado este último amplió su obra en la imprescindible selección El cielo a medio hacer, con prólogo de Carlos Pardo y publicada por Nórdica. La misma editorial acaba de presentar, en edición bilingüe del propio Mascaró, Deshielo a mediodía. Con ambas antologías se completa la traducción de la docena de libros que Tranströmer ha publicado entre 1954 y 2004, un panorama que incluye Visión de la memoria, las breves pero intensas páginas autobiográficas publicadas en 1996 y recogidas en El cielo a medio hacer.

Su gran capacidad metafórica viene de la contemplación, no del surrealismo
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"La poesía es algo parecido a un sueño en la vigilia"

Así, el lector español tiene acceso a la obra de un autor cuyo papel en la literatura mundial está, según Kjell Espmark -poeta y académico sueco-, a un peldaño del que jugaron paisanos suyos como Swedenborg para el romanticismo y el simbolismo o Strindberg para mundos tan dispares como el intimismo dramático, el expresionismo alemán o el teatro del absurdo. Tranströmer comenzó a publicar en los años cincuenta y en los sesenta pasó por el purgatorio de no ser un escritor escolásticamente comprometido, pese a la carga crítica de poemas como En los suburbios del trabajo o Zona de arrabal. En los setenta las consignas volvían a dejar sitio a alguien al que se había tratado de coleccionista de imágenes y al que alguna vez se quiso descalificar con un elogio: espíritu contemplativo.

Traducido universalmente por grandes poetas como Robert Bly (al inglés) o Bei Dao (al chino) y santo de la devoción del fallecido Nobel ruso Joseph Brodsky, la poesía de Tranströmer ha sido vertida a más de medio centenar de lenguas. El propio Brodsky reconoció haberle "robado" más de una metáfora, y la metáfora es una de las piedras angulares de una obra que, por buscarle vecinos, está más cerca del laconismo cercano a la narratividad de los imaginistas anglosajones que de la exuberancia de los surrealistas franceses pese a que no ha faltado quien lo llamase surrealista descarriado. Su enorme capacidad metafórica y de asociación de imágenes no viene de la escritura automática, sino de la contemplación, ese insulto, del sueño pasado por el matiz de la vigilia.

Tomas Tranströmer ha escrito un buen puñado de haikus y toda su obra parece atravesada por el espíritu de observación, precisión y sugerencia de la estrofa japonesa. Sin necesidad, eso sí, de limitarse a los famosos tres versos. Para el autor de títulos como Visión nocturna, La barrera de la verdad o El gran enigma, la inspiración es muchas veces un simple abrir los ojos y un poeta, alguien que intuye antes que nadie que "la semilla golpea bajo la tierra", alguien que está ahí pero que también, dice él mismo, sabe desaparecer, "a la vez topo y águila".

Para el autor sueco, además, la música es un refugio personal y una ética pública: "Izo la bandera Haydn -significa: / 'No nos rendimos. Pero queremos paz'. / La música es una casa de cristal en la ladera / donde vuelan las piedras, donde las piedras ruedan. / Y ruedan las piedras y la atraviesan / pero cada ventana queda intacta", dice en Allegro. Lo salvaje no tiene palabras, advierte, pero la música llega adonde el lenguaje no podrá llegar nunca. "Lo único que quiero decir / reluce fuera de alcance / como la plata / en la casa de empeños", reza el primer poema del primer libro que publicó tras el ictus. Basta con cerrar los ojos, también el aviso es suyo, para oír claramente.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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