El valor de las respuestas
Es probable que el desarrollo del ensayo como género sea resultado de la crítica del academicismo, entendido como uno de los principales males universitarios. La manera de acceder al saber que consagraron los primeros claustros, y que perpetuaron muchos de sus sucesores a lo largo de sus siglos de historia, consistía, a grandes rasgos, en transitar por masas ingentes de exégesis antes de aproximarse a cualquier objeto de estudio. Es verdad que, de este modo, la universidad prevenía el riesgo de descubrir mediterráneos. Pero, al mismo tiempo, se echaba en brazos de otro: formar especialistas que sólo lo eran porque conocían exhaustivamente la exégesis sobre una materia, no porque fueran capaces de arrojar una mirada nueva o distinta.
Aunque las relaciones entre el ensayismo y la academia han cambiado, con indudable beneficio para ambos, todavía hoy es fácil rastrear las huellas de su disputa original en torno, sobre todo, a los saberes humanistas, y no tanto los científicos. Cada vez que un académico despacha un ensayo como un banal trabajo de divulgación o un ensayista desprecia una tesis o una monografía por el simple hecho de proceder de la academia, hay motivo para sospechar. El rigor crítico exige que, en uno y otro caso, se aporten datos y argumentos, sin escudarse en la supuesta autoridad que concede expresarse desde la especialización universitaria o desde la tribuna pública.
La conciencia de crisis que caracteriza a nuestra época, y que, probablemente, no sea distinta de la experimentada en muchas otras, está haciendo recaer sobre el ensayo la responsabilidad de encontrar respuestas. De ahí, probablemente, su auge, su creciente consolidación como género. Un auge y una consolidación que no sólo se manifiesta en el aumento progresivo de títulos y lectores, sino también en su paulatina invasión de otros géneros, como la novela o el teatro. Baste señalar que un autor como J. M. Coetzee se valió de sus propias conferencias sobre diversos asuntos para construir el personaje de Elizabeth Costello, o que una pieza teatral, como El encuentro de Descartes con Pascal joven, de Jean-Claude Brisville, mantiene a los espectadores pendientes de los razonamientos filosóficos igual que si se tratase de una arrebatadora intriga.
Son tiempos de ensayo, seguramente; tiempos de miradas nuevas y distintas sobre los problemas.
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