"El teatro es como hacer surf, algunas veces te la pegas"

Cuando entra John Malkovich a una habitación, serio, impolutamente vestido, atento a que esté abierta la ventana, su presencia invade la estancia. El actor infunde respeto. Cuando cara a cara da la mano y sonríe, uno casi le preferiría serio: esa risa da miedo. Debe ser incontrolado, porque a lo largo de la conversación, en mitad de sus largas respuestas, emitidas con voz calma, la sonrisa brota, provocando que el interlocutor se encoja. En realidad, puede hacer lo quiera: Malkovich ha construido su carrera ladrillo a ladrillo, desde su pueblo natal, Christopher, donde nació en 1953, y cercano a Chicago, donde empezó su vida artística, hasta su vida actual, en la que se permite el lujo de residir en Francia, ser copropietario de un restaurante-discoteca en Lisboa, hacer teatro en México o visitar a sus amigos en España (es imposible encontrar a alguien que hable mal de él).

"Solo produzco a amigos y proyectos que necesitan mi empujón"

Mientras, va protagonizando películas. O produciéndolas. "Solo produzco a amigos y con proyectos que necesitan mi empujón para salir adelante". Eso hizo con Abel, el debut en la dirección del actor mexicano Diego Luna, que se llevó los premios de la Juventud y Horizontes Latinos en la pasada edición del certamen de San Sebastián. "Yo estaba haciendo teatro con Diego, y él me enseñó ese guión. Yo no molesto mucho como productor. Estoy ahí por si me necesitan, acudo algún día al rodaje, pero no quiero ser un estorbo. De verdad, solo lo hago con amigos, ¡que no me envíe la gente guiones [y saca una sonrisa de medio lado]!".

Por eso se metió a esa labor en, por ejemplo, Juno. Otra cosa fue Pasos de baile, su único filme como director -"guardo grato recuerdo de ello"-, que produjo por necesidad. ¿Eso quiere decir que la interpretación no le llena? "En absoluto, aunque es muy diferente en cine que en teatro. A mí, el teatro me recuerda al surf". ¿Cómo? ¿Malkovich, surfista? "Sí, el actor es el surfista, la obra que interpretas, la tabla, y el público, la ola. Tú te subes a la tabla, que has preparado, has mimado, y esperas que sea la mejor, y te lanzas a coger la ola. Si hay suerte, es estupendo, y tienes un subidón. Si no, te caes y te das una costalada". En el cine, las cosas son muy diferentes: "No tienes control sobre el material a posteriori y a veces, ni en el rodaje. Por eso produzco, para que el director tenga control del material final". ¿No se involucraría él en una aventura como The Bridge Project, la megacompañía con actores británicos y estadounidenses, con Sam Mendes y Kevin Spacey a la cabeza? "Sé de qué me hablas, pero no he visto ninguno de sus montajes. No me veo en algo así. Siento el teatro como algo más pequeño, más manejable, en el que al menos yo tenga más control. Que pueda disfrutarlo".

Sigue sin un oscar -"los premios no me atraen mucho"- y eso sí, en los últimos años ha aumentado su producción cinematográfica. Ha explotado una vena cómica, alejándose de la variante de villano que tanta fama le ha reportado. Pronto llegarán a España sus últimos filmes estadounidenses, como Campeón, la historia real de un caballo de carreras en un filme oscarizable, o Red, en la que encarna, junto a Helen Mirren, Morgan Freeman o Bruce Willis a un grupo de agentes de la CIA retirados que vuelven a la carga. "Con los años, he acabado manipulando muchas armas en el cine. Pero yo no soy violento, no lo entiendo, ¿y tú?". Y sonríe.