Un tartamudo rumbo al Oscar
Colin Firth borda en 'El discurso del rey' los problemas de habla de Jorge VI
Inmaculado, vistiendo traje gris y aprovechando las canas para subrayar su aspecto de gentleman, viendo a Colin Firth (Hampshire, Reino Unido, 1960) a uno le viene a la cabeza la palabra zen. Será por sus andares, en los que se intuye que si quisiera podría levitar, o por su sonrisa, que se esconde hasta que aparece en la respuesta adecuada y proporciona al observador una idea exacta de por qué este señor más inglés que la reina madre es el actor más solicitado de Reino Unido en estos momentos. "No sé muy bien por qué sigo trabajando, el primer sorprendido soy yo. He hecho de todo, y hubo un momento en mi carrera en que francamente pensé que dejarían de llamarme y así se habría acabado todo. Lo curioso del caso es que el teléfono siguió sonando. Recuerdo que un día, hace mucho tiempo, un amigo me dijo: 'Colin, ¿cómo es que nunca te llaman para hacer comedias?'. También recuerdo que 10 años después el mismo tipo me preguntó: '¿Por qué siempre estás haciendo comedias?'. Y yo que sé, no es culpa mía".
"Ves los ojos de aquel hombre y te das cuenta de que su reino se tambalea"
Firth, que ha protagonizado películas como Bridget Jones, Love actually o Mamma mia!, se encuentra en el festival de Dubái para defender su último trabajo, El discurso del rey, donde se cuenta la historia de Jorge VI, un rey cuyos problemas de tartamudez convertían los momentos en que debía dirigirse al pueblo británico en una auténtica tortura para él. Lionel Logue, su terapeuta, interpretado por Geoffrey Rush, es la otra mitad de la película, que descansa sobre las espaldas de ambos con la solidez de un castillo de hormigón armado.
"Yo no sabía nada de la historia de Jorge VI, prácticamente nada, así que tuve que ponerme al día. Creo que es una historia interesantísima y si ves los discursos que daba en aquella época el rey entiendes que no estamos hablando de un simple problema, de trabarte un poco o de pánico escénico. Cuando ves los ojos de aquel hombre y ves su desesperación, la comprensión que él mismo tiene de que no va a poder continuar con lo que está diciendo, te das cuenta de que todo su reino se tambaleaba y que tenía que solucionar el problema como fuera. Creo que es una historia que había que contar".
Sentado en el hotel de Mina A' Salam, a Firth parece no pesarle en absoluto ser el favorito a llevarse el Oscar a mejor actor que el año pasado ya tuvo al alcance de su mano por Un hombre soltero. "¿El Oscar? Bueno, primero debo decir que nadie pensaba que tuviera posibilidades reales de llevármelo el año pasado. Segundo, y más importante, si la prensa habla del Oscar es porque llega un punto en el que no hay nada más que decir de la película, así que toca hablar de asuntos secundarios".
El intérprete no esquiva ninguna pregunta, incluyendo aquellas que hacen referencia a su filiación política. Firth pasó de presumir de su militancia laborista a poner su voto en manos de Nick Clegg, la gran esperanza del partido liberal demócrata. Eso fue hace unos meses pero las cosas han vuelto a cambiar y el disgusto se le dibuja en la cara al actor, que se mesa el pelo con las manos como si quisiera largarse de allí a toda prisa: "Bueno, quiero aclarar que ahora mismo no tengo filiación política, es cierto que cambié mi habitual voto a los laboristas por Nick Clegg, pero las cosas no han salido como yo esperaba. Lo único que puedo decir al respecto es que todos esos estudiantes que se registraron para votar por las promesas que hicieron durante la campaña electoral los liberales demócratas (y le aseguro que fueron muchos, muchísimo los que lo hicieron) deben estar ahora muy disgustados y con razón. Por mi parte solo decir que creo que Nick Clegg hizo lo que creía que era mejor para él, ni le defiendo ni le juzgo, pero creo que pensó que lo mejor para él era entrar en el Gobierno. Sin más".
Antes de irse, Firth saca la legendaria flema británica para contestar a la pregunta obligatoria en cualquier entrevista a un actor de moda: "¿Qué cuál va a ser mi próximo proyecto? Ninguno, no voy a hacer nada más, ya he acabado". Después se gira, se abrocha la americana y levita, impecable, hasta la alfombra roja.
Como de otro tiempo
Decía una reseña recientemente publicada en la prensa estadounidense que El discurso del rey es una película que "un crítico puede recomendar a cualquier persona, sabiendo que no se va a equivocar". Esta película, que indaga en la tartamudez del rey Jorge VI, obligado a ejercer como monarca después de que su hermano Eduardo VIII abdicara, se ha convertido -desde su primera proyección- en una de las grandes favoritas a los Oscar de 2011.
Colin Firth, que interpreta al soberano (impedido para sus obligaciones en plena Segunda Guerra Mundial), encabeza todas las quinielas, y Geoffrey Rush, delicioso en su papel de Lionel Logue, el singular terapeuta que logró vencer el problema del rey, estará en la terna para hacerse con la estatuilla al mejor secundario. Construida alrededor de una rotunda selección de actores (incluyendo en este apartado a Timothy Spall como Winston Churchill), El discurso del rey es -probablemente- una película de otro tiempo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.