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Crónica:62º edición del Festival de Cannes
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una 'tarantinada' con disfraz bélico

El cineasta 'cambia' el final de la II Guerra Mundial en 'Malditos bastardos'

Carlos Boyero

Quentin Tarantino ha logrado dirigiendo cine rodearse del aura que caracteriza a las vacas sagradas del rock y a los que sobrepasan su condición de actores y actrices para transformarse en estrellas, gente que sólo con la mención de su nombre vende cualquier producto que promocionen. Tarantino es más que un director de películas, su personalidad y su universo constituyen un género, un reclamo lleno de magnetismo que va a devorar un público masivo e incondicional. Algunas le salen redondas y otras achacosas pero han conseguido un éxito espectacular, excepto en el caso de Death proof. En ese juguete caótico, el chico más mimado de la industria llevó su capricho demasiado lejos, intentando homenajear y reinventar el cine de serie Z, un compendio tirando a ridículo de los subproductos que siempre le han fascinado.

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En Malditos bastardos Tarantino retorna al estilo y el mundo que le han hecho famoso abordando el cine bélico, género que aún no había tocado en su ortodoxa filmografía. Pero desde los títulos de crédito sabemos que aunque el tema esté ambientado en la II Guerra Mundial no vamos a ser testigos de ningún tipo de convenciones, sino que las intrigas, la acción, la violencia, los personajes, los diálogos, el humor y la estética van a llevar el inequívoco sello de su autor, que no vamos a ver una película bélica sino una tarantinada pura y dura ambientada en aquellos años de carnicería.

El argumento desarrolla la historia de un grupo de soldados estadounidenses y judíos con la misión de cargarse a todos los nazis que puedan en la Francia ocupada. El tema no es nuevo. Un director como Robert Aldrich alcanzó un resultado espectacular en Doce del patíbulo con una trama parecida, pero si el autor se llama Tarantino sabemos que esa cacería no va a regirse por parámetros de normalidad. Los enfurecidos hijos de Sión, entrenados por un expeditivo paleto que tiene como modelo profesional los métodos de guerra de los apaches, no se limitarán a cargarse alemanes sino que tienen que torturarles, destriparles, arrancarles la cabellera para causar el terror en sus enemigos ante la permanente amenaza de este grupo salvaje.

Tarantino también se permite el lujo de alterar el desenlace de la II Guerra Mundial como a él le da la gana, imaginando que sus killers judíos, con la ayuda de la propietaria de un cine parisiense que utilizan los jerarcas nazis para que les proyecten cine propagandístico que ha producido Goebbels, quemen vivos a Hitler, Göring, Goebbels y demás dirigentes nazis solucionando el final de esa larga y tenebrosa guerra.

Como siempre, conviven paralelamente la brillantez y los excesos, los hallazgos plenos de gracia y los momentos gratuitos, situaciones esperpénticas y su vocacional amor por la sanguinolencia, secuencias imaginativas y molestos guiños a los incondicionales de su cine. Lo mejor de estos infaustos bastardos es la creación de un maquiavélico coronel de las SS especializado en la caza de judíos. Tarantino, qllanos, se supera con este monstruo de modales suaves y dialéctica hilarante.

Los que consideran al autor de Pulp fiction como lo más innovador, cañero e ingenioso que ha dado el cine moderno van a sentirse saciados con este recital de sus esencias, incluida la original utilización de la música (suenan profusamente los temas que compuso Ennio Morricone para el desdichado género del spaguetti western), los momentos llenos de tensión que desembocan en aquelarres de sangre, las sentencias cínicas, los delirios narrativos, el poderío visual y coloquial. Yo, que no siento adicción hacia su cine y que a veces me cargan sus pasadas, aunque reconozca su incuestionable talento, lo he pasado razonablemente bien a lo largo de 150 minutos que no te abruman.

El cine de Alain Resnais se lo montó de lírico durante mucho tiempo, de profundas investigaciones sobre la memoria, el espacio y el tiempo que obtuvieron infinito prestigio artístico, aunque para espíritus simples como el mío le resultara más que arduo averiguar lo que pr que arduo averiguar lo que pretendía contar el autor. Según los enterados todo en él era revolucionario y genial, pero yo sólo puedo asociarlo a mis irreprimibles bostezos. En los últimos años Resnais ha girado hacia la comedia inquietante, pero en este género tampoco consigue hacerme sonreír o reír. Les herbes folles describe la enloquecida relación entre un jubilado en crisis matrimonial y una solitaria mujer que utiliza su tiempo libre para conducir avionetas, afición que ha constituido el eterno y frustrado sueño del anciano reprimido. Los espectadores franceses parecían alborozados con la gracia y la ternura que al parecer desprenden los encuentros y los desencuentros de esta pareja de neuróticos, pero yo sigo sin pillarle el punto a Resnais. Será cosa del idioma, de que hay que ser francés y cultivado para disfrutar de las claves de su cine.Conviven los hallazgos plenos de gracia y los momentos gratuitos

<p class="figcaption estirar"><span class="titulo"><a href="http://www.elpais.com/multigalerias/cultura/Croissant/Croisette/20090514elpepucul_1/Zes">VIDEOGALERIA: 'Croissant' en la Croisette</a></span>Vídeo: JESÚS RUIZ MANTILLA

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