El rostro humano de lo abominable
No hay secretismo, sino cartas boca arriba, en el planteamiento y el desarrollo de esta dolorida y valiente -película recién salida de la pequeña factoría Sacher, feudo del díscolo todoterreno italiano Nanni Moretti, que en esta ocasión produce, protagoniza e interviene en la escritura, pero no dirige.Al cuarto de hora de comenzada la película estamos al tanto de quiénes son y qué ocurre entre los contendientes del insólito y turbador encuentro (o desencuentro) narrado y de la levísima intriga que interrelaciona a los personajes interpretados por Moretti (esta vez desprendido de sus recursos de bufo) y la (aunque aquí algo afeada aposta en la sala de maquillaje, para rebajar la singularidad de su rostro y así acentuar su fisonomía de mujer común) bella gran actriz Valeria Bruni Tedeschi.
La segunda vez
Dirección: Mimmo Calopresti. Guión: Heidrun Schleef, Francesco Bruni y M. Calopresti. Fotografia: Alessandro Pesci. Música: Franco Piersanti. Italia, 1996. Intérpretes: Nanni Moretti, Valeria Bruni Tedeschi. Estreno en Madrid: cines Bellas Artes y Renoir (plaza de España), en versión original subtitulada.
El vidrioso dúo, que nos sitúa en el umbral de un turbador diálogo imposible, que jamas llega a despuntar en idilio, encuentra en el roce (y en el choque huidizo) de las miradas entre ambos intérpretes un hilo conductor frágil y sencillo, pero (aunque simplificado por la intención didáctica que lo tensa) no simple. Hay densidad bajo el buscado esquematismo del relato, y esto lo convierte en crónica de un asunto grave compuesta aposta con ligereza de asunto leve, de manera que desde el arranque del relato se percibe en su interior un magnífico esfuerzo de reducción, un generoso gesto mostrativo que es perceptible por cualquier sensibilidad y digerible por cualquier estómago.La gravedad del filme queda fijada en su breve desencadenante argumental: un economista turinés, hombre de mediana edad que alberga todavía en su cerebro el proyectil del tiro a quemarropa que años antes le disparó una muchacha militante de la banda terrorista Brigadas Rojas, encuentra casualmente un día de ahora a esa muchacha, ya hecha mujer madura, en una acera de su ciudad. Él la reconoce inmediatamente, sigue sus pasos, descubre que vive en régimen abierto en una carcel donde cumple condena y días después fuerza un encuentro con ella, que no le ha identificado todavía. De ahí, de ese sobresalto inicial, se desencadena el encuentro (no engrasado con aceite de ficción melodramática, ni acicalado con cosmética ideológica) entre la víctima de un zarpazo de la bestia terrorista su mismísima zarpa.
Y entrevemos la perplejidad (derivada del desasosiego que genera todo enigma irresoluble) que brota del rostro de una mujer común que es no obstante autora de una descomunal atrocidad. El filme es la construcción de los elementos (a veces muy sutiles y que obligan a espectador a leer por debajo de las palabras y las miradas de los dos lados del espejo) que conforman la espantosa pregunta que arrastra, en forma de mazazo, la proximidad (en sentido literal: la condición de prójimo) de un ser humano que alberga lo abominable, también en sentido literal: lo inhumano o extrahumano
Pozo negro
La película está construida de forma clara e inteligente, libre y no enfática, matemática pero no fría. No da respuesta balsámica alguna al escozor que crea su trastienda en los ojos, ni siquiera proporciona acceso al consuelo emocional: nada resuelve ni nada extrae de la presencia de este abismo del comportamiento. La cámara Asiste (cercana, pero impávida) a la construcción de una interrogante cuya disección ideológica (sea del cariz que sea) es fatalmente insatisfactoria, pues deja que el espectador agarre, como quien no quiere la cosa, un cabo suelto de esta magnitud: la bestia es absolutamente humana, una réplica en la que cualquier persona está forzada a reconocer algo de sí misma.Pero la interrogante está ahí y traza su mueca curva alrededor de uno de los rasgos más negros de este, mucho más oscuro de lo que aparenta, tiempo. Las ramificaciones del cruce de caminos (ese segundo encuentro o segunda vez) van un paso más allá de la capacidad para autoexpresarse de quienes viven el perturbador encuentro, que el equipo de Moretti construye con humildad, amargura y pesimismo, pero también con la elegancia del destierro del mensajismo y el maniqueísmo, limitándose a un ahí está eso que no deja indiferente a nadie que se mueva con ojos abiertos sobre el asfalto movedizo que pisamos en las ciudades de Europa, que en este y en otros pozos negros es (basta leer cualquier periódico, cualquier día, en cualquier país) la misma Euro a de ayer y (más que presumiblemente) la que se nos viene encima mañana.
Babelia
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