La revolución cultural del procomún
Libros, discos y festivales dan cuerpo a una teoría que cuestiona la propiedad intelectual y considera las obras de creación bienes pertenecientes a la comunidad
Bibliotecas virtuales, elepés, películas, festivales... proyectos y obras de arte que son de todos y de nadie. Al menos eso es lo que propugna la doctrina del procomún, una teoría sobre la que desde hace años se reflexiona en los llamados laboratorios de cultura digital (entre otros el Medialab-Prado en Madrid; el CCCB Lab y Platoniq, en Barcelona; ColaBoraBora, en Bilbao, o el museo Reina Sofía). Los frutos de esa reflexión son ya tangibles: Bookcamping, Fundación Robo, Traficantes de Sueños, el festival Zemos98... El concepto de procomún, además, explica buena parte de las actitudes del 15-M y de las acciones de protesta contra la llamada ley Sinde.
Puesto al día por la estadounidense Elinor Ostrom (Nobel de Economía 2009), el término se refiere a los bienes que son de todos; no confundir con bienes públicos (del Estado). Para sus defensores son procomunes, entre otros, el aire, el agua, el conocimiento científico, el software y, también, las obras culturales... De la mano del mundo digital este nuevo paradigma está colonizando el ecosistema de la gestión cultural (pública y privada).
Este paradigma seduce a museos, instituciones artísticas y gestores
"El procomún está de moda. Para lo bueno y para lo malo. El mercado ya ha entendido que compartir y remezclar son dos palabras que los usuarios han adoptado y ya lo está fagocitando. Por eso hay que defender los proyectos en los que compartir tenga un interés político o social", señalan desde Sevilla Sofía Coca, Felipe G. Gil y Pedro Jiménez, que cada año trabajan para ofrecer, en marzo, el Festival Internacional Zemos98.
"La digitalización de la cultura ha provocado cambios inesperados para muchos. Sobre todo para el viejo modelo de industria cultural. Sin embargo, por nuestro festival han pasado cientos de artistas, activistas, educadores... casi todos comparten la necesidad de generar espacios comunitarios donde compartir ideas, metodologías, procesos...", añaden.
Las licencias alternativas al copyright (el Creative Commons y el movimiento copyleft, más conocidos por el gran público) son solo un aspecto del procomún. Un término, por cierto, que existe en castellano desde hace siglos. "Figuraba en el diccionario de Nebrija", asegura Antonio Lafuente, responsable del Laboratorio del Procomún del Medialab-Prado (medialab-prado.es), una institución financiada por el Ayuntamiento de Madrid (PP), en la que investigan "académicos y activistas" de diversos campos: biólogos, antropólogos, gestores culturales, hackers y juristas. Los valedores de esta teoría van un paso más allá respecto a la creación: el creador debe devolver su obra a los demás; es lo que denominan retorno social.
"Para que a alguien creativo se le ocurra algo ha tenido que leer un montón de cosas, participar en seminarios y visitar exposiciones. Hay una atmósfera cultural que es el fundamento para que pueda generarse la creatividad. Además se necesita una infraestructura: bibliotecas, transportes, canales de acceso... Hay una dimensión en la creación que es procomunal: por eso es absurdo que alguien al que se le ocurre algo le den la propiedad en exclusiva por ni se sabe cuántos años", afirma Lafuente. Este investigador del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC reconoce que les han colgado las etiquetas de anarquistas o comunistas.
Con las premisas del procomún funciona, por ejemplo, Bookcamping (bookcamping.cc), una biblioteca en Internet: "En ella cualquiera puede colgar libros, vídeos y audios con licencias abiertas: tienen derecho de autor pero su difusión está autorizada", señala Jessica Romero, una de sus impulsoras. Bookcamping surge en el torbellino del 15-M, al grito de "Si no quieres ser como ellos, lee". El proyecto pone en contacto a editores, autores y libreros: "Queremos mostrar que hay otras formas de hacer cultura y de editar libros. El caso de Lucía Etxebarría es paradigmático, se queja de lo poco que gana con cada libro al tener que pagar a gestores y a agentes: eso muestra que el discurso habitual sobre la propiedad intelectual no defiende al creador, sino a la industria. Hay que replantear los procesos de producción. Como en la música: los músicos ya no viven de la venta de productos, sino de los conciertos". En esta línea ahondaba en verano Daniel Alonso, del grupo sevillano Pony Bravo: "Se puede funcionar. Con esta filosofía compartimos nuestros discos en formato mp3. Hemos montado sellos y tenemos gente currando para nosotros. El 80% de nuestros ingresos proviene de los conciertos".
Para financiar algunos de estos proyectos se ha creado Goteo (goteo.org), "una red social de financiación colectiva (aportaciones monetarias) y colaboración distribuida", según se definen. Sobre la vinculación de esta teoría con el mundo de los emprendedores investiga la productora cultural YP (www.ypsite.net) y su proyecto denominado "empresas del procomún", otra muestra de que las ideas, a veces, se convierten en hechos.
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