El público como cabeza de cartel
Shakira, Rihanna y Calle 13 arrastran a más de 85.000 personas a la segunda jornada de Rock in Rio, que bate sus récords de asistencia
En la primera edición de Rock in Rio (1985), Roberto Medina se inventó una estructura de luces monumental que en lugar de iluminar el escenario proyectaba su potencia contra el público. Porque eso era lo extraordinario de aquel evento que nacía y lo que debía captar bien la televisión. Veinticinco años después, esa sigue siendo su obsesión y lo que manda a la hora de programar. El sábado los tornos del recinto le dieron la razón. Cuando todas las burbujas se deshinchan y los baños de masas son riachuelos de redes sociales, el festival pulverizó sus récords y congregó a más de 85.000 personas en un descampado de Arganda del Rey. Más allá del interesante duelo de divas pop que el azaroso cartel de laboratorio planteó, el público fue sin duda el cabeza de cartel.
La segunda noche de Rock in Rio iba de lo siguiente: divas, Caribe, baile y globalización. Si no fuera porque este festival no tiene comisario, se podría pensar que la intención era que Rihanna (que, por cierto, no ensayó su concierto) y Shakira se batieran en duelo y se disputaran la corona de un ritmo con regusto latino que encendieron antes Calle 13, los reyes del reggaeton en Puerto Rico y en cualquiera de las galas a las que han ido a recoger un premio últimamente.
Un 30% de las 85.000 personas que asaltaron los terrenos de la Ciudad del Rock (según la exótica estadística de la organización) venía exclusivamente a ver a Shakira, la artista que ha sabido ser única explotando el asunto de globalizar las raíces. En eso sí ganó el duelo, aunque fuera por los pelos (Rihanna contaba con un 29%). Da igual. No se confió y se entregó durante los 16 temas con los que destrozó las caderas al personal. Ya en el segundo tema soltó su Te dejo Madrid para ganarse de entrada a un público que hasta entonces pertenecía a Rihanna. Pero no dio margen. Hizo bailar y cantar hasta la última fila del público, a unos 600 metros del escenario.
Hace dos años Shakira vivió una situación parecida. Entonces los programadores de Rock in Rio la desafiaron en una noche similar con el hueso más duro que se podía roer entonces: Amy Winehouse. Esa joven, talentosa y desbocada artista que se comía (y bebía) el mundo con una voz de negra y un cuerpo de cristal. Pero la colombiana, antítesis del malditismo artístico, se la merendó y reinó en la noche que tenía que haber sido la redención mundial de la nueva dama del soul. Esta vez a Shakira le han buscado una rival propensa también a los problemas domésticos y todavía más joven: con solo 22 años, Rihanna ya tiene gobierno en el mundo.
Pues bien, la aspirante saltó con retraso al escenario, como si supiera que calentaba una olla a presión que explotó cuando sus largas piernas enfilaron las tablas. Parece que alguien le ha dicho a Rihanna que el trono de Madonna busca sucesora hace algún tiempo, así que se plantó con una suerte de sujetador negro cónico, una revisión agresiva del corsé que Jean Paul-Gaultier diseñó hace 20 años para la reina del pop. Nada de medias tintas. Estaba en juego la corona.
Arrancó con Hard y finiquitó la noche con el megahit Umbrella. Lo que pasó entre medio fue una demostración de que llevaba razón, a ella no le hacía falta ensayar su show. "Soy una rockstar", gritaba en una de las canciones contorneándose como una serpiente negra. Y tanto que lo es. Cuando ella se ponía en segundo plano, el grupo de coristas, los bailarines o los vídeos que proyectaban en el escenario mantenían encendido al público. Ella entraba y salía, pero lo único que tocó de su vestuario fueron los zapatos. Terminó la función con unas botas tan largas como sus muslos, entonando su particular himno y dejando al público que cantase con ella mientras la cubría una lluvia de papelitos de colores. A Shakira se lo acababan de poner más difícil que hacía dos años.
Más puntuales habían saltado al ruedo horas antes Visitante y Residente, de Calle 13. Arrancaron como una moto, sección de viento incluida, con No hay nadie como tú. El público enloqueció con la hiperactividad de la banda, sus consignas (incluidas las que lanzaron contra la prensa que se inventa todo y contra la gobernadora de Arizona que "está loca"), sus letras sobre sexo, drogas y mucho reggaeton. Interpretaron muy bien el auditorio que tenían. "Madrid, estamos vivos", gritaban. Bastante divertidos, la verdad.
Ellos fueron los encargados de calentarle el público a Rihanna. Y ese momento, la transición entre los de Puerto Rico y ella, fue justo cuando las 85.000 personas que habían estado desperdigadas por el césped artificial se volcaron de golpe hacia uno de los vértices del recinto de 200.000 metros cuadrados y la masa cobró esa forma gigantesca que se mueve como le gusta a Medina. Fue cuando, de repente, todas las luces se dieron la vuelta hacia el auditorio donde estaba el público e iluminaron lo más interesante y heroico de este festival.
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