Un prestigio sin lectores
La literatura francesa viva ha perdido su tradicional influencia sobre la española - Los clásicos, el cómic y las ciencias humanas mantienen su peso
El nueve de octubre del año pasado Google ganó el Premio Nobel de Literatura. En realidad lo ganó Jean Marie Gustave Le Clézio, pero fue el buscador de Internet el que echó chispas tratando de responder a la pregunta del día: ¿quién es ese escritor francés al que acaban de darle el galardón literario más importante del mundo? Sin embargo, Le Clézio no era un desconocido en la industria editorial española. Tenía, eso sí, más prestigio que lectores. Fuera de la colección académica de Cátedra, los únicos títulos disponibles en las librerías de nuestro país habían sido publicados por dos editoriales argentinas. Al día siguiente, como cada año, varios sellos se lanzaron a reeditar los libros de Le Clézio que languidecían en sus catálogos.
"Le Clézio ha ganado el Nobel, pero no vende", dice su traductor
Los editores apuestan por la novela anglosajona y del Este de Europa
La paradoja mayor es que se trataba de un autor que en Francia publica regularmente en la prestigiosa editorial Gallimard y que había sido declarado por la revista Lire como el mejor autor francés vivo. Hace 30 años, con esas credenciales y teniendo en cuenta la tradicional influencia de la cultura francesa sobre la española, al autor de Desierto se lo habrían rifado los editores. Basta pasear por la Feria del Libro de Madrid -dedicada a Francia pero con sólo dos autores galos entre los invitados- para comprobar que, además de con una medalla, el Nobel viene con una varita mágica. Una varita que hace visible lo invisible pero que no siempre sirve para vender libros.
"Le Clézio ganó el Nobel pero sus libros no se están vendiendo", afirma Alberto Conde, su traductor. "En parte porque no ha querido entrar en la rueda promocional de un mundo que está en manos de empresarios como Berlusconi". Conde ha sido también uno de los traductores de Patrick Modiano, otro sigiloso autor francés que peregrinó de editorial en editorial hasta que hace dos años recaló en Anagrama, cuya bendición lo ha devuelvo a la librerías españolas.
El 35% de lo que llega anualmente a esas librerías son traducciones. Entre ellas arrasa el inglés. Aunque el francés es el segundo idioma del que más se traduce en España, con una media de 2.000 títulos en los últimos años, el inglés, con 10.000, sigue siendo imbatible. Dentro de la literatura de ficción y eliminados los vampiros políglotas y los detectives escandinavos, los editores españoles apuestan por la narrativa anglosajona y, algo menos, por la de los países del Este de Europa.
Si Nueva York arrebató a París la capitalidad del arte moderno, el inglés ha terminado haciendo en la literatura lo propio con el francés. Con 13 galardonados, la lengua de Le Clézio es la más laureada en la historia del Nobel de literatura, pero para encontrar su inmediato precedente hay que remontarse a 1985 y a Claude Simon. Entre uno y otro ha habido 10 escritores en inglés, un idioma cuyo carácter global se refleja en el hecho de que entre ellos haya autores de cuatro continentes.
"Además de la lengua, el interés por una literatura extranjera está también en función del valor que lectores y escritores le atribuyen como foco de influencia. Es lo que pasó entre los siglos XIX y XX con la novela realista y la poesía moderna. Hace años que en España no se ve a la narrativa francesa viva como un foco", sostiene Francisco Lafarga, profesor de la Universidad de Barcelona y autor de Imágenes de Francia en las letras hispánicas. Lafarga ve en los clásicos, las ciencias humanas y el cómic una "compensación a la pérdida de esa influencia" pues, dice, el nouveau roman fue "el último foco". Muertos los pesos pesados, lo que quedan son "individualidades" con mayor o menor éxito y calidad: Yasmina Reza, Pascal Quignard, Houellebecq...
"Con todo", apunta Alberto Blanco, "sigue habiendo autores de todo el planeta que quieren escribir en francés". Ahí están tres recientes premios Goncourt como el ruso Andreï Makine, el estadounidense Jonathan Littell y el afgano Atiq Rahimi. Eso sí, el prestigio de una cultura no siempre se traduce en influencia. Y como dice el propio Blanco hablando de los críticos que no consiguen influir en los lectores, "una cosa es hablar desde el púlpito y otra, cuchichear en los bancos".
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