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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una mirada al ombligo

Que yo sepa, hay dos versiones mudas, una de 1910 y otra de 1914, de El mago de Oz. Ambas son reliquias desconocidas, barridas por el tiempo, que hoy sólo tienen un remoto significado de referencia erudita y de preludio a la famosa versión realizada en 1939 por Víctor Fleming para la Metro, con Judy Garland en el personaje de Dorothy, la pequeña campesina de Kansas.Este personaje, junto con los de Ray Bolger, Jack Haley y Bert Lahr, en sus enloquecidas carreras musicales sobre el camino amarillo en busca de la ciudad esmeralda, que en parte fueron realizadas por el gran King Vidor, ha quedado como un milagro de fusión entre la fantasía y el encanto, que coinciden en uno de esos escasos instantes de inspiración del cine que nunca perecen. Cada generación de niños y adultos ha bebido desde su estreno algo de su propia identidad en el asombro de este vuelo alrededor del estallido del color concebido como sueño.

Oz, un mundo fantástico

Director: Walter Murch. Guión: W. Murch, sobre los personajes creados por Frank Baum. en The Wizard of Oz. Producción de los Estudios Walt Disney. Norteamericana, 1985. Intérpretes: Nicol Williamson, Jean Marsh, Piper Laurie. Estreno en Madrid: cines Aluche, Cartago, Novedades, Infante, Lope de Vega.

La galopante crisis de imaginación que padece hoy el cine norteamericano, que está convirtiendo a sus productores y cineastas en una singular especie de caníbales, voraces depredadores del pasado del cine de su país, del que extraen sin ningún pudor y en dosis masivas materiales de resurrección, en nuevas versiones, de antiguos filmes e incluso -y esto es mucho más grave- de partes o secuencias elegidas de ellos para ser arropadas por una frágil cáscara de camuflaje, no podía olvidarse de aquella admirable obra.

El resultado está ahí, apoyado en la segunda parte del libro-pretexto de Jack Baum, y se titula Oz, un mundo fantástico. Hay en este nuevo filme sobre el mundo soñado de Oz un continuo flujo de subentendidos procedentes de su inalcanzable hermano mayor. Difícilmente puede entenderse la trama, por elemental que sea, de esta película sin conocer la de la primera.

De ahí que extraer en ella alguna luz requiera complicidad, posesión por la memoria del espectador de imágenes de las que este filme -falsamente propuesto como otro, como autónomo- es un desarrollo parasitario, un derivado vendido como autosuficiente, una consecuencia vestida de causa. El cine norteamericano se mira una vez más, en este nuevo capítulo de Oz, el ombligo y pretende hacernos creer que vemos en ese angosto agujerito horizontes abiertos. La desbordante fantasía iconográfica, que en el primer Oz tenía algo de aurora espléndida, en este nuevo Oz deriva hacia un sombrío crepúsculo.

En efecto, el eufórico, casi hipnótico, resultado plástico del primer filme se torna en Oz, un mundo fantástico, una deprimente secuela de atropelladas y confusas mescolanzas entre cine de terror, zoología galáctica, elemental diabolismo de andar por casa, lúgubre ambiente de manicomio de melodrama finisecular de película muda, retorcidos signos oníricos e incluso esotéricos, enrevesados aparatos eléctricos frankenstenianos y toda la parafernalia que suele adornar las mutaciones de los más bellos sueños humanos en mediocres pesadillas subhumanas.

El compositor y principal director de orquesta de esta parafernalia es, por fuerza, el muy experto jefe del departamento de efectos especiales de los estudios Walt Disney, que hace una vez más alarde de su poder de conversión de los gatos en liebres. Pero sus sofisticadas maquinarias de trucaje de imágenes, por muy afinadas que estén, jamás podrán sustituir en la memoria del cine al estado de inocencia de la mirada de los descubridores.

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