El maestro de la literatura comparada
Claudio Guillén, académico y crítico ejemplar, falleció ayer en Madrid a los 82 años
Claudio Guillén, académico, profesor, era el amigo de todo el mundo: en la Real Academia, en la Universidad, en su generación, en las que vinieron. Su muerte, ocurrida repentinamente a medianoche del sábado en Madrid, mientras veía la película La Reina de África en La 2, llenó de consternación y de pena a los muchos que le conocieron. Tenía 82 años, y mantenía el porte juvenil que Domingo Yndurain, académico también fallecido, calificaba como de "noble elegantemente desmadejado".
Fue soldado en la II Guerra Mundial y luchó por la República en España
Era un maestro de la literatura comparada; la introdujo en España, la enseñó en Harvard y en otras universidades del mundo. Fue soldado en la II Guerra Mundial con De Gaulle, y también luchó a favor de la República en la guerra civil española. Era hijo de Jorge Guillén, el gran poeta de la generación del 27. Pero nunca presumió de nada; estuvo en mil batallas, pero nunca contó batallitas.
Su compañero Ángel González estuvo el jueves con él en la Academia. Claudio se le acercó, charlaron, y en algún momento evocaron a don Jorge; Claudio se llevó a un lado al poeta y le dijo al oído: "Escucha esto de mi padre; a ti sí te lo puedo decir...". Estaba hecho de la elegancia de los que no son presuntuosos.
Natacha Seseña, historiadora del arte, amiga suya desde 1955, decía ayer tarde: "Era muy guapo, de una sensibilidad extraordinaria. Amaba España, pero quizá una España que no existía. El que mejor estudió la literatura española. Iba al fondo de las comparaciones". Beatriz de Moura, directora de Tusquets, su editora, lo recordaba como "un hombre humilde, muy humilde; acaso esa humildad contribuyó a que en España fuera menos reconocido que en el resto del mundo". El director del Cervantes, César Antonio Molina, abundó: "Era una autoridad. Un día me dijo George Steiner que era el único especialista en literatura comparada que merecía la consideración de un maestro, similar a la del propio Steiner".
Claudio Guillén nació en París en 1924; su madre era francesa, y en Francia vive ahora su hermana Teresa. Claudio y su esposa habían estado trabajando, hasta las ocho de la noche del sábado, en el epistolario de don Jorge y en el prólogo que formará parte de la edición especial de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que prepara la Academia para rendir homenaje a Gabo cuando se celebren en Colombia el Congreso de la Lengua, los 80 años de hijo del telegrafista de Aracataca y los 40 de la aparición de su texto más célebre.
Claudio Guillén dio por concluido su exilio en 1982; obras suyas fueron Entre lo uno y lo diverso y Múltiples miradas; ingresó en la Academia en febrero de 2003.
Víctor García de la Concha, el director de la Academia, estaba consternado. Él recibió la primera noticia, y ayer, cuando habló, manejaba ese texto introductorio de Cien años de soledad. Lo habían estado comentando el jueves último Francisco Rico y él con el propio Claudio, poco antes de que la institución le dedicara un homenaje a Francisco Ayala.
Estaba lleno de vida, y de proyectos, decía el director de la Academia; el epistolario de don Jorge le llenaba de ilusión. Quería trabajar con José Manuel Caballero Bonald en las cartas que se intercambiaron éste y su padre; Caballero (que el año pasado entregó a Guillén el premio de su fundación por la obra Entre lo uno y lo diverso) se mostraba "anonadado"; era, dijo, "un gran crítico, un hombre que luchó siempre por superar los nacionalismos culturales, y consiguió en este terreno logros magníficos. Heredó de su padre esa pinta magnífica, la caballerosidad, los buenos modales". Francisco Ayala, en cuyo homenaje académico cumplió Guillén su último acto público, tenía la misma impresión cuando ayer supo que su compañero había muerto. "Era un hombre de gran erudición en cuyo talante personal podía el afán de la amistad. Un amigo".
Víctor García de la Concha aseguró: "No sólo es el introductor de la literatura comparada en España: la introdujo en el mundo; empezó en 1958, cuando era profesor en Harvard; su obra es casi un autorretrato, cosmopolita, universal; estaba equipado para las categorías, no para las anécdotas; era un hombre esencial, respetuoso con lo importante; un gran filólogo viajero, estudió todas las literaturas modernas; vivió el privilegio de ser hijo de la generación que supuso para España un renacimiento literario; es muy europeo, y muy americano; enseñó por todo el mundo; su concepto de la literatura partía del contraste de los arraigos y los estímulos universales". Y eso era lo que estudió, precisamente, en su último trabajo, sobre "el lenguaje de las cosas" en Cien años de soledad.
Su entierro parte hoy del tanatorio de la M-30, a la una de la tarde, hacia el Cementerio Civil de Madrid.
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