"Aquí la literatura es un gueto de mediocridad y pretensión"
El rojo terciopelo del sofá, la estética modernista del local, el cuerpo en semipenumbra tras la gran lámpara circular y su bigote con perilla confieren a Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) un aire mefistofélico que encaja a la perfección con el dramatis personae de su última novela, El juego del ángel (Planeta). Nadie diría, viéndole picotear con parsimonia unos frutos secos, que ahí está uno de los autores españoles más vendidos: 10 millones de La sombra del viento y un millón en apenas 43 días, según su editorial, de su última novela, de la que se han impreso ya 1.600.000 ejemplares y a los que desde ayer se añaden 100.000 más en catalán. Y eso a las puertas de la Feria del Libro de Madrid. Sin duda, ha habido algún tipo de pacto con el diablo.
"Me deja perplejo que alguien que no sabes ni que existe te odie a muerte"
"El supuesto mundillo literario es 1% literario y 99% mundillo"
"La crítica es un búnker de los 70 al que la gente ha pasado por encima"
"En Barcelona no ha pasado nada interesante desde la Guerra Civil"
"En España vivimos en la burocratización de la cultura, y eso genera mediocridad"
"Hay una depuración del mercado; pensar que eso no tocará al libro es de ilusos"
Zafón, el más popular entre los autores protagonistas de la Feria del libro |
Pregunta. La presión con la que debió escribir esta novela tras el éxito de la anterior se antoja insoportable...
Respuesta. La presión estaba, claro, pero sólo la noté cuando me acercaba al final y además provenía del proceso mismo de escribir. En verdad, he sufrido más en otros libros que en éste, por tener la sensación de que no eran exactamente lo que yo buscaba. La presión me la puse yo. El resto son factores que estaban fuera de mí. En cualquier caso, el ruido posterior no tiene nada que ver conmigo, sino con la percepción de un personaje público que se ha fabricado de mí y que tiene poco que ver con la realidad.
P. ¿No le gusta la imagen que se da de usted?
R. Bueno, es que se han dicho cosas tan dispares que tampoco hay un retrato fijo: que si soy distante, arrogante, raro... Después, que quizá no soy tan antipático como parecía, y entonces se me perdona la vida... ¿Pero de dónde lo sacan? Me genera perplejidad que una persona que no sabes ni que existe te odie a muerte.
P. El protagonista de la novela, David Martín, medita sobre el mundo literario: "No has querido ser uno de ellos, te encierras en tu caserón". ¿Es su voz?
R. No hay nada en ese mundo que pueda interesarme, para mí es exactamente como la asociación de amigos de la zarzuela; no tengo un interés particular, ni para mal ni para bien, en hacer capillitas o tomar cafés... eso es mucho de aquí. Se participa en estas cosas por necesidad, no por gusto, los autores se involucran porque así sobreviven: un trabajito por aquí o por allí; todo lo que se dice en esos ámbitos es por intereses disfrazados de principios. He tenido la buena fortuna de poder pasar de lado de todo eso. El supuesto mundillo literario es 1% literario y 99% mundillo. Uno entra en él, insisto, porque no tiene más remedio, porque quien tiene remedio, no entra.
P. En El juego del ángel pesa mucho más el thriller, la intriga, lo gótico, que en La sombra del viento. En ese sentido, parece menos literaria... ¿Fue una salida inconsciente para asegurarse el éxito y sacarse la presión?
R. En el contexto español, haberme decidido tras La sombra... a hacer un libro donde se juega con el género fantástico, lo negro y todo eso es quizá la decisión menos comercial que podía tomar. Sé que todo lo que viene de los géneros está mal visto en este país.
P. Leyendo su obra, se nota el peso de su experiencia como publicitario y guionista de cine.
R. De guionista, mucho; de publicitario, mucho menos. Lo de la publicidad fue mi primer trabajo, tenía 19 o 20 años y sí, empecé de copy y acabé de director creativo; aprendí mucho y me ganaba muy bien la vida... Muchos escritores, como Don Delillo, han trabajado en publicidad porque está tocando a la literatura. Ahí aprendes a ver el lenguaje, las palabras como imágenes. Es igual que los novelistas que han sido periodistas. Michael Connelly, un tipo que me interesa mucho, fue periodista de tribunales en Los Ángeles y sin esa formación su literatura sería muy distinta, sin duda. Pero lo que sí impacta en mi obra y nunca se dice es mi trabajo dentro del cine.
P. Quizá eso explica la fluidez de su prosa y de sus diálogos y el dibujo de unos personajes que se describen hablando...
R. Exacto. Los personajes deben definirse a través de sus acciones y sus palabras, no echando un rollo patatero en un párrafo inmenso. Eso es básico en la construcción dramática. Y aquí estamos tan acostumbrados a que esto no se haga... Lo triste es que la narrativa profesional y con decoro esté ahora en las series de televisión.
P. ¿Alta literatura en televisión?
R. El 99% de la mejor narrativa que se hace hoy, de la literatura de calidad, de la gente profesional sin pretensiones ni pedantería ni pose, de la que de verdad sabe construir personajes e historias, o sea, de los que de verdad saben escribir, está en la televisión o en el cine, pero sobre todo en la primera. Gente con ambición, oficio y talento ya prácticamente no está trabajando en literatura. Ésta se ha convertido en un gueto de mediocridad, de aburrimiento, de pretensión y de pose.
P. Quién iba a decir que la buena literatura acabaría en la tele...
R. Sí, la televisión es hoy el equivalente a las cuadras de Shakespeare. La caracterización viene a partir del diálogo: un personaje hay que poder visualizarlo, sentirlo, sus palabras han de connotar siempre acción, la escena te está proyectando un movimiento, ves cómo un personaje se mueve por una sala sin descripción alguna, todo viene de lo que dice. En fin...
P. ¿Se percata de todo eso el lector?
R. Claro, todo esto los lectores lo perciben rápidamente porque están muy por delante del comentario oficial de la crítica, ese búnker de los años setenta que se ha quedado clavado y al que la gente le ha pasado por encima. Cualquier lector tiene ahora una cultura cinematográfica, televisiva, del cómic o de la fotografía... Hay tantas cosas que sabemos leer y que ya son referentes inconscientes...
P. ¿Qué tipo de cine le influyó como escritor?
R. El que vi de niño y que llegaba de EE UU, esa nueva generación de Spielberg, Lucas, De Palma, Scorsese, Coppola... Todo eso me pilló con 10-12 años, con películas como Tiburón y Encuentros en la tercera fase... Yo a los cuatro años quería ser escritor ya, pero cuando vi todo eso aluciné.
P. En sus libros no hay nada al azar. ¿Cómo los arma?
R. Mi método de trabajo está dividido por capas. Escribo como se hace una película, en tres fases. La primera es la preproducción, en la que creas un mapa de lo que harás; pero cuando te pones a hacerlo ya te das cuenta de que vas a cambiarlo todo. Luego viene el rodaje: recoger los elementos con los que se hará la película; pero todo es más complejo y hay más niveles de los que habías previsto. Entonces, a medida que escribes, ves capas y capas de profundidad, y empiezas a cambiar cosas.
P. ¿Y ahí está la novela?
R. De alguna manera, pero en esa fase es cuando empiezo a preguntarme: "¿Y si cambiase los cables, o el lenguaje, o el estilo?". Ahí creo la tramoya, que para el lector ha de ser invisible: el lector ha de leer como agua, le ha de parecer todo fácil... Pero para que sea así hay que trabajar mucho.
P. Cada personaje tiene en sus novelas un doble, un contraespejo. Es algo tan literario como inquietante.
R. Me interesa mucho narrativamente. Siempre he pensado que cada uno de nosotros acaba siendo una versión de lo que hubiéramos podido ser. En otras circunstancias hubiéramos sido personas similares; y en circunstancias extremas, personas radicalmente distintas. En parte, lo que acabamos siendo depende de nosotros y en otra muy importante, no. Casi un 50-50%.
P. Un porcentaje muy alto.
R. No somos conscientes, pero creo que es así. Es muy interesante explorar por qué la gente ha acabado siendo como es. Y eso me intriga tanto en la literatura como en la vida real. ¿Por qué es así, por qué cree y actúa así? Narrativamente es fascinante jugar con personajes que tienen dobles y reflejos. Stephen King habla de la metáfora del filtro en el cerebro: en él se nos atascan cosas a unos o a otros y por eso escribimos de ellas.
P. Lo que somos y lo que pudimos ser o aparentamos, un tema de rabiosa actualidad, ¿no?
R. Vivimos el espejismo continuo, todo es mentira y somos conscientes de que todo lo es, pero no sabemos explicarlo o no sabemos dónde están exactamente los agujeros. Aun así, somos conscientes de que la vida y las relaciones que tenemos son una farsa y un juego que aceptamos en función de nuestra situación de fuerza.
P. De alguna manera, el misterioso editor Corelli aborda eso en la novela.
R. Sí, Corelli plantea: ¿por qué creemos en las cosas, qué significa, qué relación hay entre la biología, las creencias, la emotividad...? Son cosas que están en el aire, racional o irracionalmente. Lo ambiento en los años veinte del siglo pasado, pero hablo de cosas que al lector de hoy le son muy próximas, porque yo escribo para la gente, no para mí mismo, quiero que al lector le toquen de muchas formas pero sin que se dé cuenta quizá... Eso es lo bonito.
P. ¿Arte manipulador?
R. No, arte inteligente, que es el que juega contigo sin que tú te des mucha cuenta. El arte inteligente es el que se mete en nuestro cerebro, en nuestro corazón, sin darnos cuenta.
P. ¿Qué busca en la Barcelona de los veinte o en la de posguerra? ¿Por qué nunca la Barcelona actual?
R. Lo que me interesa de Barcelona como escenario es la que va de la revolución industrial a la Guerra Civil. Desde entonces, en Barcelona no ha pasado nada particularmente interesante en ningún aspecto, y desde hace unos años, cero absoluto. No veo nada sobre lo que escribir.
P. Hace cuatro años resaltó la falta de ambición en Barcelona y en España en general. Con su ir y venir desde Los Ángeles, ¿cómo se ve el patio?
R. En los últimos años se nota una desesperanza histriónica, que no sé hasta qué punto es real. Lo que pasa es que este país está acabando de hacer la transición. Hay una evolución demográfica que crea desajustes traumáticos, por eso vivimos este momento extraño, que desde fuera parece una histeria colectiva. Mucha gente me pregunta: "¿Por qué se pelean tanto ustedes en España?".
P. ¿Es mejor el panorama en Los Ángeles o en Berlín, donde se planteó instalarse hace unos años?
R. Sí, sí, en música, en cine, en narrativa. En España vivimos en la burocratización, mediatización y mediocrización de la cultura, parece que la Administración nos haya de decir qué es la cultura. Hay una cantidad de consejos organizadores y subvencionadores brutal. Eso genera mediocridad.
P. El libro cada vez se vende más en las grandes superficies y tiene una vida más corta en las librerías. ¿Es preocupante eso?
R. El modelo económico afecta a todo, y pensar que el sector cultural va a quedar indemne es ridículo.
P. Claro que usted siempre estará en los dos sitios.
R. Cuidado, yo no estaba en la gran superficie: he llegado después. Durante el primer año y medio de vida de La sombra del viento me harté de oír que era uno de los libros menos comerciales que se podía hacer en el panorama editorial español. Esta situación en EE UU ya ha sucedido, y allí lo que ha acabado ocurriendo es una depuración del mercado, que ha dejado unos independientes muy fuertes que le dan una caña brutal a los grandes superficies comerciales y que saben de verdad de libros, sin tonterías. El que ha desaparecido es el librero independiente pequeño muy esnob. Pasa en todo, y pensar que eso no tocará a los libros es de ilusos.
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