"No he tenido nunca ninguna clase de pudor literario"
"Y en un momento determinado me planteé por qué no intentar escribir un texto sin un solo que, un guiño a Jardiel Poncela, Georges Perec o a Raymond Queneau". Y, sí, sin uno de "esos molestos que que aparecen por todas partes" escribió hace un tiempo Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) El final de Dubslav, segundo de los tres relatos que han dormitado un tiempo en los cajones de su escritorio y que ahora conforman Tres vidas de santos (Seix Barral), el primer libro de este género que el barcelonés publica en sus 34 años de carrera literaria.
"Lo que pasa es que soy idiota y me van los retos; podría haber seguido haciendo novelas humorísticas y tal, pero bueno, en esto de la literatura siempre le he hecho caso a lo que me dijo un día Juan Benet: 'No hagas nunca nada que ya sabes que quieres hacer y lo tengas claro; que todo sea arriesgado y a lo que te salga'. Y él se inventó eso de escribir con ese rollo de papel inmenso, un preordenador casi", revive el autor.
"No sé hacer relatos cortos; era un reto y, además, deseaba reflexionar"
El autor publica 'Tres vidas de santos', su primer libro de cuentos
El reto de Mendoza estaba esta vez en que, según cree, no sabe hacer novela corta. También cree que deseaba reflexionar sobre algunas cosas. Y opina: "en una novela, la reflexión despista; no es para pensar, es un viaje, una experiencia vital". Y por eso hoy sufre esa novela: "La experiencia vital del lector es ahora mucho más amplia que la de los lectores de Balzac. Tiene acceso a información brutal, viaja... La aportación de vivencia que daba la novela es ahora innecesaria".
Total, que de esas inquietudes y de la (re) lectura de Henry James y de Joseph Conrad, se decidió a repescar, retocar y escribir tres relatos, de largo aliento en espacio (el corto supera las 30 páginas) y en tiempo (el primero lo inició poco después de La ciudad de los prodigios, de 1986).
Es lícito pensar, al contemplar la trayectoria literaria de Mendoza, si la apuesta por la nouvelle o el relato corto es su particular propuesta literaria ante los nuevos tiempos. Siempre fue un autor iconoclasta. Desde sus orígenes, con La verdad sobre el caso Savolta, que en 1975 rompió todos los moldes y que, contra pronóstico, fue aclamada como la novela de la Transición. "Nadie me la quería publicar, estaba muy lejos de los dictados del momento, pero tuve la suerte de que me acompañaban Marsé con sus aventis', Vázquez Montalbán, con su novela negra, y Savater con La infancia recuperada", contextualiza.
Pero volvió a romper los esquemas con El misterio de la cripta embrujada (1979). "Pillé la época del cine de Almodóvar y de Bigas Luna y, en Barcelona, la de Ocaña, Nazario y las Jornadas Libertarias... Veía que cambiaban cosas y en vez de explicarlo no se sabe cómo, me dio por esas novelas más paródicas". ¿Y ahora estos relatos? "Es evidente que hoy la literatura es más fragmentaria y la novela requiere una adecuación; sí, he leído a Fernández Mallo y me gusta su propuesta, como la de Menéndez Salmón. Pero a esta generación les falta la gran novela que acabe explicándolo todo".
Los santos de Mendoza, como era previsible, no lo son: en La ballena, se trata de un obispo de turbio pasado que es acogido por una familia burguesa catalana en la Barcelona de 1952, la del Congreso Eucarístico ("Tenía nueve años: ahí se acabó la restricción de luz y se movilizó a media ciudadanía. Fue una especie de ensayo general de los Juegos del 92". En la segunda, es el hijo de una investigadora que denunciará el establishment científico; en El malentendido, un preso se convierte en el gran escritor por pura intuición. "El denominador común es que no tienen vanidad y, como todos los santos reales, tienen su mácula; no dejan de ser como mis personajes de siempre, satélites de una sociedad de la que desconocen las reglas, lunas que no se sabe si tienen luz propia o la reflejan y que se integran a su manera. Son personajes un poco E.T., extraños niños Jesús salvadores". Y también se intuye un matriarcado latente: "Las mujeres son hoy un colectivo capital, con una energía brutal que en política es evidente: compare a Merkel con Sarkozy y sus zapatos de tacón alto o con Berlusconi y sus niñas".
Como siempre en Mendoza, ahora duda de haber dado a la luz estos cuentos, pero admite: "Tan inhibido como persona que soy y, en cambio, la desinhibición tremenda, de borracho casi, cuando se trata de escribir; no he tenido nunca ninguna clase de pudor literario, hago lo que me gusta y ahí va: o sea, que si lo próximo me da por la novela rosa...".
Babelia
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