Contra los fundamentalismos
"La humanidad cree que avanza, pero no vive más que ciclos", dice Amenábar
En zapatillas de deporte, vaqueros claros, camisa por fuera y gafas de sol, informal y natural como un pulpo en el garaje ultralujoso y algo horterilla de Cannes, irrumpe Alejandro Amenábar en la playa privada del Majestic. Bueno, decir playa y privada para referirse a la perla de la french Riviera es pura tautología, teniendo en cuenta que el 95% de la extensión de arena que corre bajo La Croisette es propiedad no privada sino privadísima de los hotelazos de lujo que, para evitar bañistas inoportunos, colocan en las escaleras de acceso gorilas vestidos con traje, y rugido incluido.
Ése es el ilustre escenario escogido por los productores de Ágora (Mod Producciones, Himenóptero y Telecinco Cinema) para que Alejandro Amenábar desgrane los porqués de su quinto largometraje como director, presentado dentro de la sección oficial del festival aunque fuera de concurso. Una película de talla colosal (dos horas y 20 minutos), presupuesto colosal (50 millones de euros) y expectativas colosales, aunque eso, pese a que estar en Cannes ya es un triunfo, se comprobará en las salas de cine cuando se estrene allá por octubre. Rachel Weisz en el papel de Hypatia, Michel Lonsdale, Max Minghella y Oscar Isaac son sus actores principales.
La película fue recibida con grandes aplausos por el público y la prensa
Es un filme de talla colosal (dos horas y 20) y presupuesto colosal (50 millones)
Es una historia de luchas religiosas con una decadente Roma de testigo mudo
Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972), alguien con las ideas tan claras y los pies tan en la tierra que suele acabar llevando a buen puerto y a lo grande los proyectos que se propone, se dijo un día que quería hacer una película sobre el mar. Acabó haciendo Mar adentro. Otro día, tumbado de noche en la cubierta de un barco, pensó que deseaba hacer cine sobre las estrellas. El resultado es Ágora, recibida ayer con grandes aplausos por el público y la prensa destacada en Cannes.
Pero como era de imaginar, la historia de Hypatia de Alejandría, filósofa y científica del siglo IV después de Jesucristo, cuya obsesión por el movimiento de los planetas y su escaso apego a las religiones le hizo acabar mutilada y descuartizada a manos de los guardianes del templo (aunque Amenábar lo cambia por una piadosa lapidación post mórtem)... no se quedó en una película sobre las estrellas. Y es que tras haber explorado las simas del crimen en el entorno de las snuff movies, los destrozos psíquicos de una desfiguración, el terror en una mansión inglesa y la eutanasia como modo de respeto supremo a la vida y a la muerte, su cámara se convierte ahora en el dedo que apunta contra la intolerancia en general y la religiosa en particular.
"Es una película contra los fundamentalismos, porque aunque la cosa ha mejorado un poco, el mundo sigue lleno de ellos... Es una película sobre el pasado, pero que tiene mucho que ver con el presente, porque habla de ciclos; la humanidad cree que avanza, pero no vive más que ciclos", explicaba ayer Amenábar en Cannes acerca de esta historia de luchas religiosas entre paganos y ateos, entre cristianos y judíos, y todo ello con una decadente Roma como testigo mudo, y con la Biblioteca de Alejandría como escenario. La actriz británica Rachel Weisz fue aún más lejos en la cuestión de la intolerancia -sobre todo contra la mujer-: "En lugares como Afganistán y otros muchos de Oriente Medio, la mujer sigue siendo un ciudadano de segunda; creemos que hemos progresado mucho porque hay avances científicos y médicos, pero nada ha cambiado". En ese sentido, Alejandro Amenábar reconoce que Ágora es una película "muy feminista".
La intención profunda que subyace bajo las imágenes de Ágora -mucho más allá de su profunda complejidad técni-ca- estaba clara para Amenábar, o se fue haciendo clara a medida que rodaba: gritar un sonoro no contra la imposición de la violencia como forma de razonamiento. "Es terriblemente injusto que alguien no pueda exponer sus razones ante otro pacíficamente, y que ese otro te diga 'como no piensas igual que yo, pues te mato". Y esboza una defensa apasionada de la diferencia como motor de la humanidad: "Yo no soportaría que todo el mundo pensara como yo, me parecería algo terrible".
En Ágora, Amenábar, que se declara "ateo, pese a haber sido criado en un ambiente cristiano, pero luego perdí la fe", sacude con fuerza contra aquellos profetas y visionarios que, de ser devorados por los leones en el circo romano, pasaron a convertirse en dictadores contra todo aquello que no fuera la sumisión absoluta a su dios. Uno de los elementos más presentes en la película es el de los parabolanis, una especie de brazo armado del obispo Cirilo de Alejandría: "No es que pensase directamente en los talibanes cuando rodé esas escenas, pero está claro que se parecen bastante", admite Amenábar, "aunque la semejanza es involuntaria".
El director de Tesis, Abre los ojos, Mar adentro y Los otros echó mano de referencias variopintas como Ben-Hur, La caída del Imperio Romano, La vida de Brian o Cleopatra, pero también tuvo El nombre de la rosa como una de sus inspiraciones de cabecera para Ágora. "Desde luego, esto no quiere ser Troya, asegura el director español, que en todo momento tuvo claro "no convertir la violencia en el centro de la historia".
Babelia
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