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Adiós al retratista de América Latina
Columna
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La formidable huella de la realidad

Soledad Gallego-Díaz

Mucho antes de que Estados Unidos reivindicara para sí la invención del nuevo periodismo, mucho antes de que Truman Capote o Tom Wolfe publicaran sus textos más famosos, ya existía un grupo extraordinario de periodistas latinoamericanos que habían convertido la crónica en uno de los grandes géneros literarios del continente. "La crónica nació como recurso de algunos grandes escritores latinoamericanos para vivir de lo que escribían publicando sus versiones de la realidad en los periódicos", aseguraba Tomás Eloy Martínez en unos de sus textos profesorales. Para muchos periodistas españoles de mi generación fue precisamente Tomás Eloy, con sus reportajes y sus entrevistas, quien nos abrió la puerta a ese mundo y quien nos mostró el valor formidable de la crónica periodística como un servicio al lector (servicio, no servilismo, insistía) al que se debía presentar la realidad de manera más honesta posible pero también con los mejores recursos narrativos posibles. Tomas Eloy fue insuperable en ese compromiso y antes de dejarnos asombrados con sus dos grandes novelas-reportajes (La novela de Perón y la formidable Santa Evita) nos dio una lección de periodismo seco, nulo de ficción, pero enormemente poderoso por su capacidad narrativa en La pasión según Trelew, una de las primeras crónicas sobre la dictadura militar argentina que tuvo el honor de ser quemada por oficiales del Ejército en una de las plazas de la ciudad de Córdoba y que le costó el exilio.

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Tomás Eloy fue un escritor, novelista y ensayista, pero por encima de todo fue un periodista porque lo que le caracterizó fue su enorme apetito por narrar, su pasión por contar lo que había visto y observado, con esa mirada amable pero exhaustiva, agotadora, que disfrutamos todos quienes le conocimos. Cuanto Tomás Eloy relataba su entrevista con el general Perón, en Madrid, quienes le rodeábamos sabíamos hasta cómo era el cepillo con el que Isabelita alisaba la rubia melena del cadáver momificado de Eva, depositado en la gran mesa del comedor. Y le veíamos a él, a Tomás Eloy, asomado a la sala, serio, respetuoso, con los ojos alerta, tenso y vigilante.

Tomás Eloy Martínez dejó su huella formidable en el periodismo latinoamericano y español y en los periodistas con los que, una y otra vez, generosamente, compartió su tiempo y su experiencia. Siempre se empeñó en conocer y en contar Argentina, un país que amó profundamente y le hizo sufrir con saña. Enfermo, conocedor ya del inexorable avance del cáncer, aceptó escribir para EL PAÍS una última y amarga reflexión: "Argentina se ha ido tornando impredecible, un enigma ante el que se estrellan todas las respuestas. ¿Cómo imaginar el futuro inmediato entre las brumas de un país a la deriva? (...) Siempre se creyó que Argentina estaba en un sitio distinto del que le había adjudicado la geografía, el azar o la historia. Pero nunca hubo tanto divorcio entre la realidad y los deseos como en estos últimos seis años".

Él creía que la Historia no es sólo aquello que se cuenta del pasado, sino también, y a veces sobre todo, el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes. Por eso se esforzó tanto siempre en estrechar esos márgenes, ayudándonos a comprender la realidad.

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