La forma y el fondo
La rubia del bar se abre con una dedicatoria a Pepe Ocaña, artista, ainigo y colaborador de Ventura Pons, quien le tuvo como tema y protagonista en Ocaña, retrato intermitente.En este caso, el documento es una ficción, pero el submundo que sirve de marco a las andanzas de un ex ferroviario que quiere ser escritor y una prostituta a la que gustan "los cristales de colores", o, lo que es lo mismo, el dinero, la fama fugaz y el champaña francés.
En realidad es ella, con su contoneante aparición, el motor del drama. Porque el infeliz interpretado por Enric Majó la ve como la mujer ideal, capaz de hacerle vivir y desear, un ser de erotismo redimible a las dimensiones domésticas y privadas, orgía particular en la que descansar entre folio y folio de creación literaria. Pero entre lo imaginado y lo real hay la misma distancia que separa la vida de su representación.
La rubia del bar
Director: Ventura Pons. Intérpretes: Núria Hosta, Enric Majó, Ramoncín. Guión: Raúl Núñez y V. Pons. Música: Gato Pérez. Fotografía: Tomás Pladevall. Producción española, 1986. Estreno en Madrid, en cine Madrid 4.
La rubia es un perfecto ejemplar de lo que Francisco Umbral define como "modernas choricillasl/jet, ejecutivas del sexo que pueden pasar por hijas de papá". Es decir, que la devoción por ese ex ferroviario es escasa y dura menos, pues todo depende de su capacidad para fabricar éxitos de venta, algo que parece muy alejado de las posibilidades de un Majó que en sus momentos más inspirados suelta comentarios íntimos del tipo "¡la gente está destrossada!" o se lanza a trilladas comparaciones entre las estrellas del cielo y los brillantes del Tiffany's barcelonés.
Amenizar deséncuentros
Para amenizar los desencuentros del revisor literato y la especialista en franceses está Ramoncin, antiguo chulo de Núria Hosta, que prefiere la ambigüedad sexual y la autodestrucción sin complacencia. Es el único personaje con el que es posible simpatizar un poco, porque nos ahorra sueños y moralina. Además, Ramoncín está bien como actor y mantiene. un divertido duelo de tahúr en las últimas escenas con una rata de cloaca, algo digno de figurar no sé si en el Guinness, pero sí en la antología de momentos insólitos del cine español.La rubia del bar, al margen de que el tándem Majó-Hosta no respira credibilidad, vacila porque su punto de vista también es tambaleante. Hay demasiada compasión o poca crueldad para el proletario con aspiraciones intelectuales.
Se duda entre reírse o apiadarse de él, de la misma manera que el filme no tiene muy claro si la rubiales es una calculadora despreciable o alguien que no sabe si le conviene tener sentimientos porque le salen demasiado caros. Y esas dudas se notan en la puesta en escena que tienen determinadas situaciones.
Por ejemplo, no sabemos por qué una fotonovela porno-duro es un trabajo divertidísimo y tener que hacer lo mismo con cinco clientes que no quieren cámaras es espantoso; no le encontramos gracia alguna al niño que invita a esnifar cola a los mayores, aunque es evidente que la película lo presenta como un personaje simpático y divertido; tampoco entendemos las reacciones acoquinadas de Majó ante la grosería de su enloquecida esposa; por último, y quizá eso sea lo más significativo, no deja de sorprendernos que Ventura Pons recorra con una panorámica doble, de arriba abajo y viceversa, el cuerpo de Núria Hosta cuando aparece por primera vez: uno de los viajes de la cámara, si no los dos, tenía que transcurrir en el rostro de Majó, pues él es quien inventa algo que no existe, que no son unas piernas delgadas embutidas en un pantalón felino que realza unas nalgas elegantes.
La rubia no la crea la cámara, sino Majó, al menos en parte, pues de la confusión surge la historia; pero Ventura Pons ha preferido apostar más por unas formas que por unas ideas. Quizá tenga razón...
Babelia
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