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Un festival de malhablados

La revista colombiana Malpensante reúne en Bogotá a periodistas y escritores en una cita con el pensamiento incorrecto y la estimulación de las malas palabras

En el frondoso bosque de los festivales de la palabra que, ay, a veces no deja ver los árboles literarios en Latinoamérica, el Malpensante, certamen celebrado esta semana en Bogotá, crece como un orgulloso ají picante. "¡Pase bien! ¡Hable mal!" era la invitación de la cita. La sobresaliente revista del mismo nombre, mezcla de pensamiento crítico, crónica latinoamericana y cuidada presentación gráfica, conminó a los 58 participantes en las mesas redondas -periodistas, biólogos, filósofos, escritores, fotógrafos o músicos llegados del simultáneo festival Rock al Parque, el más grande al aire libre de Latinoamérica?a huir de los lugares comunes y ejercer el sano ejercicio de la incorrección política.

El festival tomó las campas y los auditorios del colegio Anglo Colombiano, centro de enseñanza para las elites en la zona alta de Bogotá y uno de esos lugares en los que la ciudad, estos días literalmente levantada por las obras de mejora del transporte público, muestra sus dotes para el refinamiento intelectual. Mientras en las mesas al aire libre, los asistentes (que pagaron por cada evento 25.000 pesos; unos 10 euros) comentaban la columna dominical de Héctor Abad Faciolince en El Espectador (trataba de Joseph Roth), en los recintos cerrados, pesos pesados de la literatura (César Aira o Enrique Vila-Matas) o del periodismo narrativo (Leila Guerriero o Alberto Salcedo Ramos) mantuvieron estimulantes charlas sobre fútbol, albaceas, la vigencia de Borges, lo que le espera al inminente habitante siete mil millones del planeta o el modo más rápido de perder cualquier oportunidad con una belleza de Cali (respuesta: tomarla por bogotana).

Vila-Matasa escena

Sorprendentemente divertido, Vila-Matas se metió en el bolsillo a un auditorio repleto con una mezcla de sinceridad, ironía y disparate, al responder a las preguntas del escritor colombiano Óscar Collazos. "Hace cuatro años decidí enterrar mi personaje. Durante un tiempo me vino bien hacerme el raro. Ahora ya no quiero serlo", confesó desde el sarcasmo y entre las risotadas del público. "Me cuesta un gran esfuerzo imitarme a mí mismo, lo cual se puede tener por más raro todavía. Así que gestiono como puedo la obra de ese caballero que fui". Celebró el genio de Sergio Pitol ("mi maestro literario y en la vida"), dio por bueno el género de la crítica ficción ("escribir sobre un libro que nunca leíste; después de todo, muchos críticos nunca terminan las novelas") y citó a Kafka de memoria: "Lo positivo nos ha sido dado al nacer. A nosotros nos toca hacer lo negativo".

No fue el primero (ni sería el último) en traer durante el festival al autor de El proceso. El huidizo y rotundamente original autor argentino César Aira, en el transcurso de una entrevista con Margarita Valencia bautizada César Aira (no) se explica, aseguró que leía en Kafka la precisión absoluta del lenguaje. "Lo comprobé cuando cometí el error de traducir con mi alemán deficiente La metamorfosis. Pasé semanas tratando de dar con las palabras españolas que hicieran justicia a una sola frase del original".

Aira recordó sus inicios como traductor de best-sellers ("me decanté por ellos cuando descubrí que pagaban lo mismo por traducir buena que mala literatura; y que la mala resultaba obviamente más fácil") y cuánto estos influyeron en su inclasificable estilo. Una forma de ver la literatura en términos de miniatura (sus obras raramente sobrepasan el centenar de páginas y él las llama "novelitas o nouvelles") y surrealismo: las historias de Aira, que escribe "con lapicera y siempre en los cafés", se caracterizan por su abrupta manera de introducir el surrealismo ("el que aprendí de mi adorada Alejandra Pizarnik") con escenas alocadas y descacharrantes que pueden incluir la aparición de un elefante volador o de un ejército de indios. "Lo que me estimula es el principio de las narraciones. Luego suelo perder el interés hacia mitad de la novela y ya tengo ganas de quitármela de encima para pasar a otra cosa", confesó.

Premio para Leila Guerriero

Otra argentina, Leila Guerriero, destacó en la abundante tribu de los cronistas latinoamericanos. En una conversación mantenida con Camilo Jiménez, editor de la bogotana y exitosa revista SoHo, Guerriero, colaboradora de EL PAÍS, defendió el oficio de los que son como Jiménez y que no hay buen periodista "sin mirada y sin voz". Luego desgranó los gajes de su oficio: la insistencia ("si no se puede hacer de otra manera, hay que hacerlo por prepotencia", dijo), el empleo del tiempo necesario para lograr la información precisa y una prosa brillante y rica para contar el mundo. Todas estas virtudes figuran en la recopilación de Frutos extraños. Crónicas reunidas 2001-2009 (Aguilar), recién publicada en Colombia, así como en el reportaje Rastro en los huesos, de la revista Gatopardo, que la hizo merecedora el martes en Bogotá del Premio que otorga Cemex y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez, al mejor trabajo de los dos últimos años en lengua portuguesa y española.

Pero eso sería después del cierre del festival Malpensante, que despidió su quinta edición con una fiesta animada por el whisky y la salda en un bar de moda de la capital colombiana, con Mario Jursich y Andrés Hoyos, fundadores de la revista hace 14 años y 108 números, como anfitriones y expertos cultivadores del ají literario.

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