El fantasma de Walden
De las muchas formas de penetrar en este extraño filme, el más raro de los rodados por Vicente Aranda en años, uno se sitúa de inmediato por encima de las otras: la de ver El amante bilingüe como un sardónico, airado ajuste de cuentas que dos personas que conocieron una Barcelona cosmopolita y (teóricamente) abierta, la de la gauche divine y Bocaccio, la del sexo concebido como un práctica concomitante con la política -es decir, Juan Marsé, el autor de la novela de partida, y el propio Aranda- realizan sobre una ciudad, la suya, cada vez menos propia, más ajena, distante. Más incomprensible.Desde esta perspectiva, las peripecias de un pijoaparte nacido en Gràcia, barrio menestral e interclasista; su caída y calvario, y su baldía victoria de una noche son algo más que la mera explicación de una pasión amorosa: son una límpida metáfora sobre el discurrir cultural y humano de una ciudad que tanto ha cambiado en los últimos años.
El amante bilingüe
Dirección y guión: Vicente Aranda, según la novela de Juan Marsé.Fotografía: Joan Amorós. Música: José Nieto. Producción: Andrés Vicente Gómez, Enrique Cerezo y Carlos Vasallo, España, 1993. Intérpretes. Imanol Arias, Ornella Muti, Loles León, Javier Bardem. Estreno en Madrid: Multicines La Dehesa, Multicines Villlba, Lope de Vega, Benlliure, Novedades, Aluche, Renoir.
O en todo caso, que ha, cambiado no en el sentido que tal vez soñaron Aranda y Marsé hace ya dos décadas, o un poco más. De ahí que esos sueños pasablemente juveniles se coloquen ahora en el centro de la ficción, y que ese charnego que no supo estar a la altura de la suerte que lo arrojó en los voraces brazos de la burguesía liberada, viva ahora en una ruina de utopía, el edificio Walden que construyera Bofill por aquellos años como escenario de una vida posible, de comunicación con los demás, de ruptura del tradicional aislamiento que toda vivienda supone.
Melodrama
El amante bilingüe cuenta la ascensión y caída un pobre desgraciado. Pero lo hace desvirtuando sus materiales de partida, introduciendo elementos fantásticos de esos que tanto gustaban al Aranda de los inicios, el de Fata Morgana, el de Las crueles, y mezclándolos, además, con toques de humor negro.Con todo, este particular ajuste de cuentas con una realidad que ya no se reconoce, este filme que mezcla, -con un desparpajo que sólo el talento de Aranda puede hacer creíble- elementos tan dispares, se resiente a veces de los orígenes tan distantes de sus componentes, hasta dejar en evidencia que en el único terreno en que su máximo responsable se siente verdaderamente cómodo es el drama. Porque, a pesar de todos esos toques de humor negro; de los homenajes a algunos de los personajes del fantástico de siempre, lo cierto es que a Aranda lo que más le importa es, en consonancia con su último cine, el contar una pasión devastadora, más allá de toda medida. Es aquí donde la película, más allá de si habla en catalán con traducción a veces reductora, incluso de su deseo de convertirse en un diagnóstico sobre una realidad esquiva, presenta sus mejores logros. Y ese personaje, pijoaparte que se reencuentra consigo mismo en un final sorprendente, termina importando más por su propio calvario que por su valor de símbolo. Un símbolo que, en tanto tal, podrá molestar a algún que otro fundamentalista del terruño: allá ellos con su copla.
Babelia
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