El embutido de la decadencia
El cese de actividades del gran Centro Niemeyer de Avilés, apenas seis meses después de su inauguración, es un elocuente síntoma de la enfermedad que va postrando una obra faraónica tras otra, desde la ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela al MUSAC y a tantísimos centros de arte, auditorios, universidades y ámbitos de cultura que han poblado España en los años de la prosperidad corrupta o de la corrupción estofada en la prosperidad.
En Teulada, un pueblo modesto de la provincia de Alicante, el famoso arquitecto Patxi Mangado ha diseñado un brillante auditorio sobre una colina a la que no sube casi nadie y cuyo programa de actividades tenía como estrella inminente a Lola Herrera. Y esto si es que llega a celebrarse la función, puesto que la función de estos centros no es que sean activamente culturales sino políticamente funcionales.
La cultura ha actuado como una golosina para el turismo o los medios de comunicación con fotos
En toda España se han creado tal número de universidades en los últimos años que llegó un momento en que todas las poblaciones mayores de 50.000 habitantes, excepto Ponferrada, contaban con esa institución de enseñanza superior. Pero enseguida me escribió indignado el alcalde de Ponferrada para hacerme saber que en su ciudad no solo había un establecimiento universitario sino creo que dijo "tres".
En Santa Pola, un pueblo marinero que en invierno apenas rebasa los 12.000 habitantes, hubo una oferta electoral del candidato socialista consistente en la erección de un auditorio o palacio de congresos con asientos para unas 1.000 personas. Prácticamente el aforo modelo (1.000) con el que cada munícipe ha deseado magnificar el periodo de su mandato.
En Móstoles, en Alcobendas, en ciudades dormitorio alrededor de las capitales, se han alzado también potentes edificios destinados a la cultura, puesto que la cultura ha actuado como un sello del saber hacer, un signo de sensibilidad ciudadana y una golosina para el turismo o los medios de comunicación con fotos.
En Alcorcón, una ciudad dormitorio a unos 20 kilómetros del centro de Madrid, se proyectó y se ha construido parcialmente un complejo cultural que, expoliando un parque, se compone de un auditorio de 1.424 butacas, dos salas de exposiciones de 625 y 530 metros cuadrados, un área de congresos (1.500 metros cuadrados), un circo estable, hermoso como un cilindro de cristal, con 598 plazas y un conservatorio de música y danza con numerosas aulas donde destaca tanto su amplitud (2.400 metros cuadrados) como sus excelentes condiciones acústicas, según el folleto previo. A la vez, también se proyectaron algunas tiendas y una sorprendente "sala configurable" con gradas telescópicas adaptables a cualquier realización creadora.
De hecho, el centro adoptó el nombre de CREAA, sonoro acrónimo de Centro de Creación de las Artes de Alcorcón. ¿Resultado? Pasen y vean: una obra arrumbada y a medio construir que va deshaciéndose con el roedor paso de los días. Planchas que se descuelgan, materiales que se agrietan o se oxidan, moribundas herramientas de albañilería, millones de inversión improductiva que ni siquiera sirven como peana de futuro alguno. Efectivamente, la crisis ha derribado o malherido muchas obras pero ellas mismas son, como en Alcorcón, los zombis en donde se muñía la crisis.
Las cifras de los despilfarros y los hurtos, de los sobornos y las estafas suelen ser reveladores pero la visión de obras como las del CREAA espantan como criaturas malditas.
La creación, bandera de lo innovador, sinónimo de vida y creatividad, tiene hoy su contramonumento en Alcorcón, por ejemplo. Porque no hace falta que viajen a Madrid, a Santiago o a Avilés, una mirada alrededor en la propia localidad hace entender de qué modo la decadencia se embuchaba en la opulencia y la miseria en la delincuencia.
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