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Crítica:SAN FRANCISCO DE ASÍS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La embriagadora estética de la ética

El tiempo se detiene, la música explota. 25 años después de una versión en concierto en el antiguo teatro Real con Kent Nagano dentro de los Festivales de Otoño de entonces, el nuevo Real presenta por primera vez en España una lectura escénica de la única ópera de Olivier Messiaen, compuesta durante 8 años y estrenada en París en 1983. Con estas representaciones el Real da un salto gigantesco en su dimensión artística, ampliando su repertorio con un título fundamental. Gerard Mortier se ha salido con la suya al final de su primera temporada en Madrid, presentando su ópera-fetiche en el espacio deportivo-rockero de Madrid Arena, con el dispositivo escénico en forma de cúpula de los Kabakov que sirvió de base para las representaciones de 2003 en la Jahrhunderthalle de Bochum, una nave industrial reconvertida en espacio cultural. Entonces Mortier era director artístico de la Trienal del Ruhr, seguramente su proyecto más osado y poético. En las dos últimas décadas el prolífico organizador ha presentado nuevas producciones de la ópera de Messiaen en el Festival de Salzburgo de la mano de Peter Sellars y en el teatro de La Bastillla de París con Stanislas Nordey. Ninguna le convence tanto al parecer como la de la Trienal del Ruhr.

SAN FRANCISCO DE ASÍS

De Olivier Messiaen.

Orquesta Sinfónica de la Radio de Baden-Baden Friburgo. Director: Sylvain Cambreling. Coros de la Generalitat valenciana e Intermezzo. Con Alejandro Marco- Buhrmester, Camilla Tilling, Wiard Witholt, Tom Randle, Gerhard Siegel y Michael König entre otros.

Dirección de escena: Giuseppe Frigeni. Escenografía: Ilya y Emilia Kabakov. Producción de la Ruhr Triennale, 2003. Madrid Arena, 6 de julio.

Este 'San Francisco' estimulará una gran reafirmación artística y moral

En Madrid no tiene la colorista escultura de luz y cristal de los Kabakov, que evoca a una vidriera catedralicia, la misma significación estética e histórica, ni el mismo encanto, que en Bochum, pero sirve de fondo a una lectura musical absolutamente sensacional a las órdenes de Sylvain Cambreling, con una orquesta soberbia de la Radio de Baden Baden Friburgo y dos coros -el de la casa y el invitado de la Generalitat valenciana, que bordan sus cometidos, alcanzando niveles de ensueño en la séptima escena primera del tercer acto- con los estigmas como contenido argumental. El sonido que se consigue con la instalación acústica es excelente, y el reparto vocal muy coherente, con un sobrio y eficaz San Francisco de Alejandro Marco-Buhrmester, y con un ángel melódico y atractivo construido impecablemente tanto en lo vocal como en lo escénico por Camilla Tilling.

Lo que triunfa por encima de todo es, en cualquier caso, la música de Messiaen. Rompe esquemas por su desarrollo de longitudes infinitas pero seduce por su tímbrica y sus hallazgos sonoros y estructurales de todo tipo. En la ópera se habla de humildad, de alegría, de pájaros, de la felicidad posible, de fe y de valores morales. Está en eso también a contracorriente de lo que se lleva normalmente. Hay que ir mentalizado a la representación, con el espíritu abierto a nuevas sensaciones estéticas y en particular musicales, con las antenas desplegadas para asimilar reflexiones no por aparcadas menos necesarias. Se entra, claro, en ello, o no se entra. Incluso algunos espectadores se fueron después del segundo acto porque la paciencia que pide San Francisco no encaja con estos tiempos efímeros marcados por sensaciones rápidas y escurridizas. Pero si el espectador se deja llevar y sigue las pautas que marca Messiaen se puede encontrar con una de las sorpresas de su vida. Por ello no sorprende que, después del magnífico tercer acto, el público reaccionase con entusiasmo, mayoritariamente puesto en pie, y que la división de opiniones, tan deseada siempre por Mortier, se estableciese entre los que gritaban bravos y los que aplaudían con firmeza. No hubo ninguna protesta evidente y pocas reacciones de neutralidad silenciosa.

San Francisco de Asís se convierte así en la gran sorpresa de la temporada lírica madrileña, en el gran acontecimiento. A pesar de la no idoneidad del recinto donde tienen lugar las representaciones, a pesar de la limitada teatralidad de la propuesta escénica, a pesar de la dificultad de adaptarse a otro sentido del tiempo y del espacio. Pero tiene a su favor una música que embriaga por momentos y una interpretación musical fuera de serie con un Cambreling excelso como maestro de ceremonias. La cabezonería de Mortier ha dado sus frutos y el público de Madrid tiene la oportunidad de sumergirse en una aventura estética y espiritual que no le va a dejar indiferente. Afirmaba en un poema sobre pájaros el gran escritor castellano José Jiménez Lozano que "en el árbol desnudo alborotan los pájaros gritando, son pobres, y no tienen más que su voz y su alegría, y la derrochan. Yo he recogido un poco de ésta para los días más escasos". Vendrán días de escasez lírica, sin duda, tal y como está el panorama sociológico y cultural, pero el recuerdo de este San Francisco servirá de estímulo para una reafirmación estética y moral de altos vuelos, con la plenitud de la música como faro abierto a la esperanza.

Escena de <i>San Francisco de Asís</i>.
Escena de San Francisco de Asís.J. DEL REAL

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