"A mi edad, uno se lo permite todo"
"Tengo sensación de final y quiero empezar a ir ligera de equipaje", dice Esther Tusquets (Barcelona, 1936). Y quizá por eso, la preclara y astuta ex editora de Lumen cree que ha llegado "a ese punto, a esa edad, más allá del bien y del mal en que uno se lo permite todo". Entre otras cosas, ha decidido ingresar en una cofradía de irreverentes, lo que justifica el título de Confesiones de una vieja dama indigna (Bruguera), tercera entrega de sus memorias, tras Confesiones de una editora poco mentirosa (RqR) y Habíamos ganado la guerra (Bruguera).
Si eso es posible, es el volumen con un grado de sinceridad más brutal. Así, de la todopoderosa agente Carmen Balcells dice: "Impredecible, arbitraria, me cuesta entender el código ético por el que se rige", "una dama de hierro bañada en lágrimas" y con "cierto esnobismo" y "adicción a jugar a los Reyes Magos". Camilo José Cela "sólo sabía hablar de dinero". El poeta y editor (y uno de sus múltiples amantes) Jordi Batlló es: "El tipo más autodestructivo con el que me he tropezado". Rosa Regàs hacía, como editora, "piratería pura y dura". La familia Maragall, en especial el conseller Ernest, "da miedo" y ejerció "censura moral" para recortar la biografía que hizo de Pasqual... Aunque, de todos siempre hay un adjetivo elogioso. Veteranía.
El de la literatura "es un negocio complicado: es fácil perder dinero"
La iconoclastia es total. Incluso con ella misma. "No añoro mi etapa de editora; no volvería por nada; es un negocio muy complicado: el azar es la mitad del oficio", sentencia. El ejemplo, fácil: "Carlos Barral me pasó Apocalípticos e integrados de Umberto Eco porque estaba convencido de que no se vendería. O más claro: tras editar a Eco años, yo, muy fina, me negué a ir a subasta por El nombre de la rosa; por suerte, los empleados no me escucharon".
Pocos se libran en las Confesiones... de salir en ellas. Ni siquiera su madre, que hasta aparecerá en el título de la compilación de sus 21 relatos breves, Carta a la madre y cuentos completos, que Menoscuarto publica esta semana.
Más fácil fue la vinculación con su padre, que aparece como el verdadero eje espiritual de Lumen. Compró la editorial familiar para ella, impidió que se dividiera cuando los hermanos se separaron, y según dice, su muerte fue el principio del final de Lumen. "No encontré a nadie que llevara bien el negocio y por eso decidí venderla a Bertelsmann". ¿Arrepentida, visto el final con la jubilación forzosa? "El único error quizá fue en no pensar o saber que [su hija] Milena quería ser editora. Pero es un negocio complicado: es fácil perder dinero".
Habla por experiencia, como demostró la pelea con su hermano [Óscar] y cuñada, ex go go en Boccaccio. "Beatriz [de Moura, fundadora de Tusquets Editores] quería hacer sus libros y yo los míos; en Lumen no había sitio para las dos; lo que me molestó fue el argumento que dio. ¿Cómo defenderme de que todo aquello pasaba por envidia de que ella era guapa perseguida por las feas?".
Con la agente Balcells, el claroscuro es más acentuado. "Me ha ayudado incluso en la vida, me inspira ternura y creo que ha hecho más bien que mal al sector porque ha frenado los excesos de los editores... Pero sí, no la cogí como agente mía porque me parece arbitraria". A Regàs, le acusa de un triple delito: intentar piratearle el Ulises de Joyce y Paulina, de Ana María Matute, amén de llevar casi a la bancarrota, al frente de la editorial La Gaya Ciencia, a las firmas de Distribuciones de Enlace. "Y luego se defendió acusándome de falangista".
Tampoco quiere profundizar más en el affaire de los Maragall ("si el libro hubiera sido sólo mío [lo firmó con Mercedes Vilanova], no hubiera permitido que se censurara"). Y con la misma franqueza con que aborda su vida profesional, lo hace con la privada, donde admite cierta atracción por las mujeres durante un periodo -"mis relaciones con ellas nunca fueron completas"- y su unión con Pere Gimferrer -"Me gustaban sus cartas de amor, un poco petulantes, y que fui la primera que estuvo con él"-.
Hay aún rescoldos literarios en su vida ("Mi mejor libro quizá es Correspondencia privada"; "no descarto escribir teatro"; "podría decir Joyce o Woolf, pero hoy estoy orgullosa de haber editado a Bassani"), pero su discurso se impregna de los achaques de la edad: "Estoy en contra de vivir tanto... Hace cuatro años estuve a punto de morir ahogada: me dormí en el mar; entonces me pareció demasiado pronto. Ahora, morir sin dolor dentro del mar...".
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