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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Las cien de Johnny Cash

Diego A. Manrique

En 1973, Johnny Cash preparó una lista de las 100 canciones esenciales. En realidad, 100 grabaciones básicas que cubrían prácticamente todo el sur de Estados Unidos: country, blues, góspel, folk. Más que un simple ejercicio académico, se trataba de proporcionar el abecé de la música sureña a su hija Rosanne, la mayor y la más rebelde de sus criaturas. A punto de alcanzar la mayoría de edad, había planteado su deseo de cantar. Johnny quería asegurarse de que estuviera preparada para ingresar en el negocio familiar. Típicamente, Rosanne echó un vistazo al listado y lo guardó. Hubo premeditación y alevosía: solo recuerda esconderlo en un lugar donde, pensó, no aparecería de modo casual. Estaba rechazando las enseñanzas paternas, como suelen hacer los adolescentes.

Como cualquier adolescente, Rosanne Cash rechazó los consejos de su padre

De enterarse, Johnny Cash habría sufrido una decepción mayúscula. Seguramente, juntar las 100 canciones resultó un proceso agonizante. Para conseguir esa visión panorámica de la música sureña, Johnny debió superar muchos obstáculos circunstanciales y educativos.

Por ejemplo, de los cantantes que formaron el fugaz Cuarteto del Millón de Dólares, él era el menos informado sobre música negra. Presley, Carl Perkins y Jerry Lee Lewis procedían de localidades con barrio afroamericano. Por el contrario, Johnny era un hijo de la depresión: creció en una cooperativa agrícola en Arkansas, un experimento socialista con dinero federal que vetaba la presencia de familias negras.

Johnny se esforzó en compensar sus carencias. Por cuenta propia, descubrió los elepés de Bob Dylan, intragable para otros artistas country, por su voz y por lo que se intuía de su ideología. Y le defendió ante Columbia, que quería prescindir de los servicios de aquel cantautor raro.

Encajaba mal en el Grand Ole Opry, el programa radiofónico que representaba al establishment de Nashville. Cuestión social: como Elvis, era de clase baja, "basura blanca", un white nigger. Al mismo tiempo, profundizaba en los orígenes de la música rural, al girar con la Carter Family, forjadores del primer cancionero del futuro country. En 1968, incluso se casaba con June, chispeante hija de Ezra y Maybelle Carter.

En 1973, Johnny Cash ya tenía autoridad para redactar un canon del country. Aparte de dominar las raíces, también vigilaba de cerca a los talentos atípicos de Nashville: fue paladín de Mickey Newbury y Kris Kristofferson.

Yo hubiera atesorado la lista de Johnny Cash. Sueño con selecciones semejantes de otros artistas. Enrique Morente era una enciclopedia del flamenco y sus 100 grabaciones favoritas hubieran facilitado ese consejo que solía dar: "Escucha a los viejos". Roberto Goyeneche debería haber confeccionado un top 100 del tango. Y B. B. King, gran coleccionista de discos, todavía podría hacer algo parecido respecto al blues.

Por lo que sé, no lo hicieron y -disculpen la solemnidad- eso supone una pérdida para la humanidad. Aseguran que necesitamos prescriptores para movernos por la fonoteca universal de Internet, pero, en la práctica, se menosprecia la sabiduría de los veteranos.

Tras fallecer su padre, Rosanne Cash habló públicamente sobre la lista, en entrevistas y conciertos. Reacción unánime: todos querían conocer aquellos 100 temas. Hasta se propuso que el Smithsonian o una institución similar lo publicara en un box set, cuatro CD más libro erudito.

El problema: la lista no aparecía. Rosanne puso patas arriba su casa neoyorquina, sin resultados. Prescindiendo de argumentaciones freudianas, hubiera sido un milagro: desde 1973, ella cambió varias veces de ciudad y de país, hubo un divorcio, etcétera. Hasta contrató a una médium. Nada.

Así que decidió reconstruir aquel repertorio con ayuda de su marido, el productor John Leventhal. Un proceso arduo, documentado en el libro Always been there, de Michael Streissguth, un estudioso de Johnny Cash. De ahí surgió The list, el último disco editado por Rosanne. Doce canciones (más otras dos en ediciones especiales), canciones formidables pero quién sabe si realmente figuraban en la relación de Johnny. Cualquiera puede revisarlo y opinar.

The list cuenta con aportaciones vocales de Bruce Springsteen, Elvis Costello, Jeff Tweedy, Rufus Wainwright y Neko Case. Todos fascinados por la intrahistoria del disco: la reconciliación de padre e hija, la voluntad de transmitir conocimientos, la fina frontera entre la explotación comercial del difunto y el pago de una deuda. Escúchenlo y suspiren por compendios similares, clases magistrales de los ancianos de la tribu.

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