Una cena gallega con Murakami
Los alumnos de un instituto de Santiago logran seducir a la estrella japonesa de la literatura - El escritor, reacio a comparecer en público, visita España por primera vez
A juzgar por el saque, Haruki Murakami prefiere el pulpo, la empanada, los calamares y el vino a la leche en tetrabrick, las manzanas y los sándwiches de atún que él hace comer a sus personajes, tan preocupados por los alimentos transgénicos. El jueves por la noche, en Santiago de Compostela, el escritor japonés daba buena cuenta de todo ello en la mesa que compartió con los 10 alumnos del jurado que le otorgó el Premio San Clemente por su novela Kafka en la orilla (Tusquets). Un premio que también han ganado este año y el pasado Vicente Molina Foix, Luis Landero, Julian Barnes, María Reimóndez y Anxos Sumai.
Pero el caso del japonés ha sido especial. Es la primera vez que viene a España. Lo que no habían conseguido por activa y por pasiva sus editores, varias universidades e instituciones de postín sí lo ha logrado un puñado de jóvenes lectores entusiastas, exigentes y no mayores de 18 años.
El autor: "Escribir es una magia que comparto encantado con vosotros"
Los alumnos: "Hila las palabras como si se tratase de una verdadera melodía"
Este fenómeno de las letras universales e ídolo en Japón ha conseguido traspasar todas las fronteras con sus libros. Pero ha decidido llevar una vida apartada. Alejada de focos que le hiciesen reconocible cuando pasea por Tokio en busca de soledades que retratar. Lejos del ruido para no alterar el silencio y la concentración necesaria para empaparse del jazz y el barroco que marcan el ritmo de sus obras. Con el camino despejado para poder correr en paz por la calle y nadar en las piscinas sin que le agobien con peticiones de autógrafos.
Pero no hay retiro ni vena cartuja que se resista a quienes cada año conceden el Premio San Clemente, surgido hace 14 años en el Instituto Rosalía de Castro, de Santiago de Compostela. No es mucho. Se trata de cumplir un sueño: "Que nuestros autores favoritos pasen un día de sus vidas con nosotros", comentaba Elena Forján, la alumna que presidía el acto de entrega. Así han pasado por allí José Saramago, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Paul Auster, Amélie Nothomb, Tariq Ali, Jostein Gaarder, Antonio Tabucchi, Alessandro Baricco, Almudena Grandes, Javier Cercas, Álvaro Pombo, Javier Marías... Y ahora, Marukami.
En la editorial advirtieron a los chicos de que su sueño sería muy difícil de cumplir. "Bueno, vamos a intentarlo de todos modos", contestaron. ¿Cómo? "Pues echamos un vistazo a cosas que tenían que ver con Japón y nos fuimos al concesionario de la marca Toyota a ver qué pasaba", cuenta el director del instituto, Ubaldo Rueda. Así lograron acceder hasta él y le convencieron: contándole de qué se trataba directamente. Y con una marca de coches de mediador... A Murakami le picó la curiosidad y el miércoles se presentaba en Galicia para recoger los 3.000 euros del premio.
Paseó por el Obradoiro, comió pulpo, bebió vino, firmó libros y corrió por los parques y por las calles peatonales de la ciudad. "Quiero quedarme aquí", decía al recoger el galardón que los alumnos le otorgaron tras un análisis exhaustivo de su obra: "Así como los otros libros finalistas -entre ellos El mar, de John Banville y Perdido el paraíso, de Cees Noteboom- bordan su escritura con un estilo depurado y clásico, Murakami llega más al fondo a base de un ritmo pop que entronca también con Borges. Además, destaca la música que aparece en sus obras y que hila las palabras como si se fuera una verdadera melodía".
Parecido análisis escucharon Landero, premiado por Yo, Júpiter; Molina Foix, por El abre cartas; María Reimóndez, por El club da calceta y Anxos Sumai por Así nacen as baleas, estas dos últimas en el apartado de novela gallega. Todos lo agradecieron sinceramente y se sentaron a cenar con los chicos en unas cuantas mesas redondas del Hostal de los Reyes Católicos.
Murakami perdió la fobia a las cámaras que le agobiaron el primer día, recién llegado. Se relajó y contó cómo fue lector furibundo antes que escritor. "Leer era lo más importante en mi vida, además de mi novia", comentó. Tenía más de 30 años cuando decidió ser escritor. Cuando ya había cerrado su bar de jazz en la ciudad. Cuando se dio cuenta de que todo aquel bagaje lector le colocaba delante de folios en blanco, de muchos folios en blanco que sacaron de dentro las ganas de emular a Dostoievski y a Scott Fitzgerald.
"Los japoneses leen en el tren. Muchos tienen hasta tres horas diarias para hacerlo mientras van de su casa al trabajo y vuelven. Me piden que escriba libros cortos, manejables para llevar en el metro y poder leer de pie, agarrados a las barandillas. Pero no puedo, me salen así, largos. No puedo parar. Soy un corredor", comentó. De hecho acaba de terminar su novela más larga. "Justo antes de venir a España se la he entregado a mi editor. Estoy muy contento", afirma como quien ha concluido un maratón con buena marca.
La necesidad de contar historias cambió su vida. "Fue algo caído del cielo, una epifanía", asegura. Pura magia. "Una magia que me encanta compartir con vosotros", les dijo. Pero él también quiso preguntar. Ana Cerrada y Javier Cereijo, que se sentaron a su lado en la cena, se sorprendieron de todo lo que quiso conocer. Lo mismo que Alba Saleta y Noelia Souto, que Marta Cruces y Rubén Fernández, también sentados entorno a él. "Nos preguntó sobre las lenguas que se hablan en España, sobre la guerra civil, sobre la comida. Nos habló de su admiración por Vargas Llosa y por García Márquez. Nos pidió que le aconsejáramos a qué otros escritores gallegos e hispanos debía leer". Ellos, por su parte, quisieron acercarse a los secretos de un autor que les parece, dicen, "como Peter Pan". Le sedujeron tanto que, al final, hasta no le importó romper una leyenda y un tabú: "Se hizo hasta una foto con nosotros", comentan. Toda una hazaña la suya.
Una vida apartada, una carrera atípica
- Nació en Kioto en 1949, hijo de un profesor de literatura japonesa.
- Estudió tragedia griega, artes teatrales y cine. Regentó un club de jazz en Japón durante ocho años antes de ir a Princeton a enseñar literatura japonesa.
- Hasta los 29 años no decide dedicarse a la escritura, aunque con anterioridad había devorado mucha literatura.
- Su amor por los libros le ha llevado también a traducir al japonés a Fitzgerald, Irving o Chandler.
- Dibuja un mundo de oscilaciones permanentes -entre lo real y lo onírico, entre gracia y negrura...- que ha seducido a Occidente. Tusquets ha traducido siete libros al español, entre ellos El pájaro que da cuerda al mundo, Tokio blues, Kafka en la orilla y After dark.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.