La caseta libia
Buenos Aires ha sido invitada al Salón del Libro de París que se celebra este mes. Tradicionalmente, el invitado a esta feria es un país. Este año invitan por primera vez a una ciudad. Y la literatura porteña iniciará esta nueva tradición. Acuden Alan Pauls, Oliverio Coelho, Eduardo Berti, María Kodama, Andrés Neuman, Damián Tabarovsky. Quizá vaya Ricardo Piglia, quizá Rodrigo Fresán, que es un crack en Francia.
Argentina fue el país invitado el año pasado en la feria de Fráncfort. Los actos oficiales fueron bochornosos. Parecía que lo mejor de la literatura argentina fueran el Che Guevara y Maradona. Al igual que cuando fue Cataluña la invitada, la pompa política lo acaparó todo y los escritores y editores quedaron en un segundo plano. Pero los argentinos parece que tuvieron al menos un sentido de futuro, de continuidad, y no se detuvieron en "la gran cita de Fráncfort" y miraron más allá: el próximo 18 de marzo estarán en París. En este sentido, no han perdido el tiempo. Me pregunto si alguien en Cataluña se ha movido, ha dado algún paso para situar a Barcelona en una próxima edición del salón parisino. Y si ese paso se ha dado, ¿se ha pensado en llevar allí a la Barcelona que se asomó, pero también a la que no se asomó en Fráncfort 2007? Quizá nadie se haya movido, pero supongamos que se ha actuado. Cabría entonces preguntarle a quien le correspondiera si percibe, entre otras, una literatura trasnacional en Barcelona.
En el estand del país árabe en Fráncfort solo había ejemplares de 'El libro verde', de Gadafi
Mis recuerdos de Fráncfort se remontan a una sola incursión, hace 20 años, con la delegación española, que también desplegó pompa y boato político y hasta arena taurina. Si bien la experiencia fue amarga, pronto comprendí que asistir a aquella monstruosa feria nos convenía a los que escribimos, pues era el modo más rápido de comprender nuestro insignificante papel en el mundo. De aquella incursión en un decorado difícil me queda la decisión de no volver más y el recuerdo de un estand de Libia difícil de olvidar, una caseta de pensamiento único para la que hoy, cuando pienso en ella, parece que no haya pasado el tiempo.
En cualquier caso, para un escritor el Salón del Libro de París puede ser menos deprimente que Fráncfort, quizá porque se descubren o intuyen en el salón francés destellos todavía de ciertos entusiasmos reales por la gran literatura. En Fráncfort, en cambio, se encuentra uno con la soledad de 10.000 estands y 200 restaurantes. Recuerdo que, cuando estuve allí, posiblemente porque estaba aburrido o desesperado, decidí ir a ver quiénes eran los vecinos de las modestas casetas de las empresas españolas, y fui a parar a una extraña periferia de la periferia editorial, a un circuito de estands de países del entonces llamado "tercer mundo". Me paseé por Macao, Tanzania, Argel, Madagascar, Burundi, Vietnam. Y al fondo del pasillo encontré el extraño estand de Libia, completamente verde, sin atisbo de cualquier otro color.
En Libia hay escritores como el exiliado Ibrahim al Koni, narrador poderoso, educado en la tradición oral de los tuaregs. Pero en aquel estand libio solo había ejemplares de El libro verde, del coronel Gadafi, ese catecismo contra el marxismo y el capitalismo. No había otro título en ese impresionante estand de libro único. Uno de los libreros, viéndome interesado, me ofreció el catálogo de la caseta y vi con horror que el catálogo también era verde y de un solo libro. Así cualquiera, pensé. Desde luego, con tan pocos rivales no era raro que el libro de Gadafi fuera el mejor de su país, pero tampoco iba a resultar extraño si con un juego tan sucio tenía a muchos lectores sublevados.
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