El aullido eterno de Francis Bacon
El universo de sexo, soledad y tormento del genial artista se instala en la Tate Britain antes de viajar al Prado y al Metropolitan - 2009 será el año de su centenario
Ha sido considerado el pintor del sufrimiento, de la soledad, de la ansiedad, del sexo, de la violencia, del cuerpo humano en su expresión más animal. Autodidacta inspirado en Velázquez, en Goya, en Picasso, en Leonardo, en Van Gogh, la galería Tate Britain presenta desde mañana y hasta el 4 de enero de 2009 la mayor retrospectiva de la obra de Francis Bacon desde hace 20 años. Casi la totalidad de las cerca de 70 obras de la exposición viajarán luego al Museo del Prado (del 3 de febrero al 19 de abril) y después al Metropolitan de Nueva York (18 de mayo a 16 de agosto).
Nacido en Irlanda, hijo de ingleses protestantes, Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992) tuvo una personalidad tan fuerte y atormentada como su obra. Su padre le echó de casa a los 17 años tras descubrirle admirándose en el espejo vestido con la ropa interior de su madre. Sobrevivió con el dinero que le enviaba la madre y como acompañante de caballeros con los que contactaba a través de un anuncio en el Times. Su homosexualidad marcó su obra tanto como su vida. Una homosexualidad vivida siempre al dictado de impulsos sadomasoquistas, atraído siempre por el abismo, por acaudalados caballeros maduros, por gánsteres del Soho o del East End londinense.
Es la muestra más importante del pintor desde su muerte en España en 1992
La retrospectiva de la Tate Britain, ordenada con vocación cronológica en 10 grandes apartados, se abre con la sala Animal. Son los primeros trabajos que le hicieron famoso en los años cuarenta y que reflejan su atea creencia de que los humanos están sometidos a las mismas necesidades naturales, las mismas urgencias y la misma violencia que las bestias salvajes. Sus referencias a la violencia están marcadas también por la memoria reciente de la guerra y sus desnudos masculinos revelan la fragilidad, las represiones, la ansiedad y violencia del hombre.
Zona, segunda sala de la exposición, da paso a pinturas de los años cincuenta. Entre los cuadros expuestos en esta sala figuran sus célebres interpretaciones del retrato del papa Inocencio X pintado por Velázquez, que Bacon representa en jaulas de vidrio o detrás de los barrotes, a veces con la boca abierta de forma histérica, a veces casi al borde de la risa. Es ya el Bacon que se enfrenta al gran dilema de su carrera: reinterpretar el retrato en la era de la fotografía.
Otra de las salas, Archivo, justo en el centro geográfico y temporal de la muestra, revela la cercanía del trabajo de Bacon y la fotografía como motor de su inspiración. Fotografías que aparecen en revistas de animales y de deportes como críquet o gimnasia, fotografías de cadáveres como el de un hermoso joven cosido a balazos, el cuerpo desnudo ya limpio y libre de sangre. O el de un hombre asaeteado por varias flechas. O el torero Manuel Gómez a hombros de su cuadrilla en Las Ventas, herido de muerte. Fotografías de boxeadores, de luchadores, de amigos pintores como Lucien Freud y de sus amantes: el tormentoso y veterano Peter Lacy, el atormentado y frágil George Dyer. Aunque retrató sobre todo a amigos y conocidos, "utilizaba fotografías para pintar en su ausencia a esos modelos, a los que conocía muy bien", en palabras de Matthew Gale, comisario de la muestra junto a Chris Stephens. Sus retratos eran una interpretación de la realidad ofrecida por la fotografía. Su Inocencio X histérico era una crítica al poder.
Al amante Dyer, al que asegura haber conocido cuando intentaba robar en su casa y al que sometió esa misma noche a una sesión de sexo, Bacon no lo ve como un ladrón violento y peligroso sino como un hombre frágil, casi patético. Dyer no sólo inspira varios de los cuadros de la sala Retratos, sino la totalidad de la sala Memorial: son las obras que Bacon pintó de manera frenética tras el suicidio de su amante el 24 de octubre de 1971.
En la sala Aprehensión, mucho antes, se refleja la ansiedad de su relación a veces violenta con el maduro Peter Lacy y de la fragilidad de su mundo homosexual, una actividad ilegal y perseguida. Man in blue captura esa ansiedad con la figura anónima de un hombre con traje oscuro, aislado en la barra de un bar. La sala Crucifixión da paso a uno de los momentos cumbres de su carrera, con obras como la crucifixión que pintó en 1933, con clara influencia picassiana.
Las dos últimas salas, Épica y Tardía, dan paso a la obra más madura de Bacon, trabajos en los que los críticos más exigentes ven a "Bacon copiando a Bacon, olvidándose de pintar". Entre ellas está su Tríptico de 1976, por el que Roman Abramóvich ha pagado recientemente más de 55 millones de euros.
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