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Los arquitectos del exilio regresan a través de sus proyectos y edificios

La guerra civil los expulsó y una exposición los devuelve a Madrid

De forma bastante documentada hemos logrado tener noticia de los diferentes exilios que produjo la guerra civil y que dañaron de forma irreversible la médula intelectual española. Existía sin embargo un importante vacío, el que afecta a los arquitectos que salieron al exilio. Fue un éxodo sobresaliente por varias razones: por el número -50 arquitectos en plena edad creativa -, porque eran personalidades luminosas procedentes de todos los puntos de la geografía española (algunos de los cuales colaboraron con las estrellas del momento, como Le Corbusier) y porque habían realizado la gran tarea de introducir el movimiento moderno en España.

Rafael Bergamín dejó una valiosa herencia: la casa que construyó para el marqués de Villora en 1928
Josep Lluís Sert hizo obras en Barcelona y en los países donde residió, Francia, Cuba y Estados Unidos

Una exposición coral, Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español, que se podrá hasta el 31 de julio en las salas de Arquerías de Nuevos Ministerios, hace a estos arquitectos visibles a través de fotografías, planos y maquetas de 150 trabajos proyectados en los países que los acogieron. Otras 30 obras reflejan su actividad previa a la guerra civil.

Siete pantallas de vídeo sirven de soporte a los testimonios de personas próximas a ellos que recuperan las biografías de este itinerario colectivo. Rafael Bergamín (Málaga 1891-Madrid 1970) era -como su hermano José, el escritor, con quien salió de España tras la guerra- un agitador cultural que desbordó los límites de su profesión y fundó la célebre tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el café Pombo. Antes del exilio dejó una valiosa herencia: la casa que construyó para el marqués de Villora, en 1928, que pasa por ser una de las obras inaugurales del racionalismo en España.

Después proyectó junto con su socio, Luis Blanco Soler, otra referencia de la arquitectura de los años treinta, la colonia del Viso en Madrid, que no pudo terminar por el inicio de la contienda. Un sobrino suyo, Luis Felipe Vivanco, fue quien la concluyó. En una de las paredes de la exposición cuelga una carta que le escribe su tío y donde le cuenta que, aunque le iba muy bien en Venezuela, estaba pensando en regresar. No lograba superar la nostalgia. La reflexión del sobrino desde un país deprimido, como la España de los años cincuenta, fue demodelora: "Ésa es la ventaja que nos llevan los desterrados: que todavía les tira la tierra".

El México de Lázaro Cárdenas fue, como en otros exilios (el de los escritores, cineastas...), el país más generoso. Acogió, de los 50 arquitectos desplazados, a 25. Venezuela recibió a 11. El resto se repartió por Colombia, Chile, Argentina, Francia, Bélgica, Cuba, Estados Unidos, Polonia, las dos Alemanias, China, Noruega y la Unión Soviética dando lugar a biografías muy dispares. Algunos trabajaron sin parar en los países de adopción a pesar de que no les convalidaron el título hasta años después. Como le ocurrió a Martín Domínguez (San Sebastián, 1897-Nueva York, 1970) autor, junto a Carlos Arniches y Eduardo Torroja, del célebre Hipódromo de La Zarzuela, de Madrid, que salió por la frontera francesa sin ninguna documentación. En Cuba realizó infinidad de proyectos, incluida la casa para el presidente Grau en Varadero, y que tuvieron que firmar otros colegas. Otros no se libraron de los campos de concentración, como Óscar Coll Alas, que le construyó la casa de campo a Erich Fromm en Cuernavaca, donde el arquitecto falleció en 1967.

En la exposición, comisariada por Henry Vicente, se pueden contemplar los dibujos que realizó Eduardo Robles Piquer del campo de concentración en el que fue acogido. En ellos queda constancia del impulso vital imbatible que poseía al grupo. Robles Piquer dibuja el proceso que siguieron unas lonas tiradas en la playa, y muestra cómo lograron ponerlas en pie, ordenarlas y levantar unas tiendas de campaña.

La primera vez que se hizo visible la actividad de estos arquitectos que saldrían luego al exilio ocurrió en 1937, cuando representaron oficialmente a España en la Exposición de París, a través de la construcción de refugios, trincheras, puentes..., que reflejan un primer desplazamiento de la arquitectura hacia actividades enmarcadas por la urgencia bélica.

El espacio Memorial de cristal recorre la fragilidad del exilio a través de los arquitectos y sus obras: la vivienda familiar; la creación de nuevas ciudades; la arquitectura escolar, asistencial y sanitaria; la del ocio, con hoteles; edificios religiosos; estaciones de servicio...

Alborada representa el sueño que trajo la victoria aliada en la II Guerra Mundial y el aislamiento internacional de la España franquista. Y otra vez la visibilidad: la invitación a los arquitectos exiliados para representar a España en el I Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos.

Quizá es Josep Lluís Sert (Barcelona, 1902-Barcelona, 1983) una de las cabezas más visibles del grupo y la suya la carrera más prolífica dentro y fuera de España. Dejó mucha obra en Barcelona (como la muy celebrada joyería Roca) y luego en los países donde se exilió: Francia, Cuba y Estados Unidos, donde fue decano en Harward y el país que le encargó su embajada en Irán.

El hueco que dejó esta generación de viajeros forzados -Amós Salvador, Javier Yárnoz Larrosa, Bernardo Giner de los Ríos, Tomás Bilbao, Fernando Salvador, Martín Domínguez Esteban, José Luis Benlliure- lo dejó escrito uno de ellos, Arturo Saénz de la Calzada: "Esta mutilación que hizo España de sí misma supuso en el fondo un regalo para otros países".

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