El anuncio del fallecimiento de Lévi-Strauss conmociona a Francia
Sus obras de etnología le sitúan como uno de los pensadores clave del siglo XX
Dedicó toda su vida a explicar y a explicarse el mundo desde la antropología. Y con sus obras lúcidas y sensibles iluminó la Francia de la segunda mitad del siglo XX. Hasta que la madrugada del domingo pasado el filósofo y antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, pensador clave del siglo XX, falleció, cuando estaba a punto de cumplir 101 años. Su muerte se hizo pública ayer, y causó una enorme conmoción en Francia, después de que se celebrasen sus exequias en Lingerolles, en la Costa de Oro. "Hace dos años se rompió el fémur; desde entonces estaba muy fatigado, ha muerto de la edad", aseguró Philippe Descola, su sucesor en el Colegio de Francia.
Había nacido en Bruselas en el seno de una familia de intelectuales franceses de ascendencia judía. Su padre era pintor. Él se inclinó por la filosofía. Desde 1935 a 1939 residió en Brasil, pasando grandes periodos de su vida alojado en las tribus amazónicas de los bororo y los nambikwara. Esa experiencia serviría para revolucionar para siempre los principios y los métodos de la antropología.
Tras su estancia en Brasil volvió a Francia. Fue movilizado. En la línea Maginot, mientras servía como oficial de enlace y como intérprete de inglés, intuyó el secreto del estructuralismo, la ciencia que iba a modificar el estudio de las disciplinas humanas, según él mismo explicó: "Mientras esperábamos una batalla que no comenzaba, observé con detalle cómo, detrás del aparente azar de la belleza de un campo de flores, existía una organización estricta en cada una de ellas".
Tras la invasión, huyó del régimen de Vichy a Estados Unidos. Allí, en Nueva York, conoció al lingüista Roman Jacobson, cuyo trabajo sobre las lenguas le impresionó. Bajo esa luz nueva completó el método estructuralista, el que había intuido en el frente de la II Guerra Mundial. En 1959, ya en Francia, es nombrado catedrático de Antropología Social del Colegio de Francia, cátedra que ocupó hasta su jubilación, en 1982.
Mientras tanto, habían empezado a sucederse obras destinadas a cimentar un pensamiento determinante del siglo pasado: La vida familiar y social de los indios nambikwara, Estructuras elementales del parentesco, los cuatro volúmenes de Mitológicas, El camino de las máscaras y La mirada lejana, entre otros.
En 1954 publicó un libro especial, a caballo entre el estudio científico y el relato de viajes. Se titulaba Tristes trópicos, y en él se descubre a un viajero preocupado ya por la deriva de la destrucción medioambiental del planeta, así como a un escritor lúcido y sensible. En 1973 se convirtió en el primer etnólogo en entrar en la Academia Francesa. Un colega de institución, el escritor Jean d'Ormesson, le definió como "una persona a la que espantaba toda afectación, de una sabiduría interminable".
El año pasado, para conmemorar el centenario de su nacimiento, Francia le rindió una serie de homenajes que recordaron su altura intelectual.
Ayer, toda Francia volvió a recordar a este sabio que vivió un siglo entero y que comenzó su libro más famoso, Tristes trópicos, con una frase célebre: "Odio los viajes y a los exploradores".
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