Viejas muecas
Busco la realidad rigurosa que aparece cuando indago en la vida paralela o subterránea de las informaciones. Y me he vuelto, además, como aquel amigo de París que un día leyó que las tropas turcas habían invadido Chipre y se indignó. Qué lata, dijo. Mi amigo lo veía todo como una injerencia en su vida.
Escuchaba el otro día a Mas-Colell, conseller catalán de Economía, desgranar sus planes para que la tasa de un euro por receta médica se recaude a través de las farmacias. Le seguía con delirio y atención sincera, aunque también molesto por su injerencia en mi serena vida. Y de pronto noté que salía de la noticia sin marcharme de ella. Me adentré en lo subterráneo y pensé que lo que se halla en la base de todo grupo social, de un grupo bien armado con todos los ritos e instrumentos del poder y de la religión, es menos una necesidad económica que un sentimiento de terror frente al misterio del mundo y la amenaza de las cosas.
Nos rodea un mundo difunto. Para Beck, los actores políticos deberían volver a la vida
Cuando volví a mirar hacia el televisor, Mas-Colell ya no estaba; quedaba solo el nuevo impuesto en las recetas. Y el terror.
No hace mucho, por seguir con la realidad rigurosa, vi un reportaje sobre Merkel y el napoleónico Sarkozy y de inmediato me perdí por parajes paralelos y recordé que para el escritor argentino Osvaldo Lamborghini las novelas eran algo demasiado mastodóntico pero terminaban dando una frase "muy linda", tal como ocurría en Crimen y castigo, que resumía así: "Para demostrar que es Napoleón, un estudiante debe asesinar a una vieja usurera".
Horas después, vi que el equipo de Rajoy acababa de publicar un tuit con la foto de su primer Consejo de Ministros y me di cuenta de que continuamos creyendo que el poder va asociado a la política cuando en realidad los gobernantes europeos toman decisiones, pero su brazo ejecutivo es endeble; deciden cualquier cosa, pero a continuación les entra un pánico grandioso, esperando el castigo de los mercados, que son los que mandan.
Una gran mayoría sigue actuando como si nada hubiera cambiado y estuviéramos en la época en que George Sand entró en un salón de París y quedó horrorizada al ver que los aristócratas que se habían salvado de la guillotina gesticulaban y se ofrecían pastelitos como siempre, entre pavorosas muecas, "envejeciendo allí mismo".
Las viejas muecas me hacen pensar en Ulrich Beck (Crónicas de la política interior global) y en su tesis sobre las fronteras difusas y en su sensación de que hoy en día las soberanías nacionales son puros zombis. Nos rodea un mundo difunto. Para Beck, los actores políticos -actores hoy en todos los sentidos- deberían volver a la vida, comenzar a identificarse con las realidades transnacionales y ser conscientes de que deberían avanzar al mismo ritmo que la segunda modernidad que tanto tiempo hace ya que echó a andar.
Al ver aquel tuit con la foto ministerial en el viejo salón, salí de la noticia sin marcharme de ella y pasé a recordar los días de finales de los sesenta en que el dictador portugués Salazar seguía convocando Consejos de Gobierno en los que tomaban parte fielmente sus viejos ministros: su mandato había terminado 15 meses antes, pero nadie se atrevía a anunciarle que se le había reemplazado, de modo que sus ministros se avenían a poner en escena las viejas muecas de aquella fantasmal farsa.
Bueno, no todo lo percibo así. Hace un momento he leído que dentro de millones de años el sol habrá consumido todo su combustible de hidrógeno y englobará los planetas más cercanos y las temperaturas serán infernales y toda forma de vida será destruida. Por fin una información en la que la realidad rigurosa aparece por sí sola y no exige una lectura paralela o subterránea. Tiene un registro único. Y, además, de contagioso buen humor, pues anuncia un final contundente para la crisis de la que tanto ansiamos escapar.
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Babelia
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