Sorpresa: los toros no se caían
Será difícil de entender en estos tiempos que corren pero los toros que se lidiaron en la última corrida de la Feria de Valdemorillo no se caían. Por estas que no. Fue una gran sorpresa. Precisamente el día de la función fuerte con el cartel señero del abono, van los toros y no se caen.Valdemorillo volvía por sus fueros. Una feria valdemorillana con toros cayéndose y un calor de primavera, tal cual venía transcurriendo, ni es feria valdemorillana ni es nada. Para pasar calor y ver toros inválidos no va uno a Valdemorillo.
Lo tradicional de Valdemorillo era congelarse mientras saltaban a la arena toros de redaños. La afición conspicua tenía la costumbre de someterse a esa prueba. Quien sobrevivía a la congelación, ya estaba preparado para soportar la temporada entera sin que ocurriese nada. Los fríos de Valdemorillo son una vacuna para la salud de la afición. Los toros de Valdemorillo, la recompensa por el sacrificio rendido y la comprobación de que el bous taurus en su primigenia esencia existe. Aquello de "los toros con sol y moscas" es discutible y además, tampoco da ningún gusto.
Recitales / Camino, Conde, Gil
Toros de Los Recitales, bien presentados, con trapío los tres últimos; fuertes, en general manejables; varios pastueños, 5º principalmente.Rafael Camino: estocada (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Javier Conde: bajonazo -aviso- y dobla el toro (escasa petición, ovación y salida a los medios); estocada corta caída; se le perdonó un aviso (oreja con protestas). Gil Belmonte: estocada corta caída (algunas palmas); media estocada ladeada (silencio) Plaza de Valdemorillo, 7 de febrero. 4ª y última corrida de feria. Cerca del lleno.
Aquello de que a los toros hay que ir a divertirse es una falsedad. A los toros hay que ir dispuesto a sufrir; provisto de lupa para comprobar la casta y la fortaleza de las reses, la integridad de sus astas, el discurrir de la lidia, el mérito de los lidiadores, la calidad de los lances, el respeto a los cánones, el correcto estado de la cuestión. Y si algo de todo esto falta, el aficionado conspìcuo lo exigirá con la vehemencia que sea del caso; y si se cumple cabalmente, lo celebrará gozoso e incluso puede que entre en trance y crea que se le ha aparecido la Virgen.
Ver en Valdemorillo que un toro derribaba a un caballo provocó estas reacciones. Fue el segundo de la tarde. Ver que un torero templaba los muletazos desde su estoica verticalidad y bajando la mano, también. Fue Javier Conde. Muchos casi se dieron por satisfechos. Y sin embargo aún tuvieron los aficionados conspicuos otros motivos de satisfacción.
Que no se cayeran los toros les llenaba de asombro y se preguntaban por qué no han de ser igual de enterizos -o sea, normales- cuantos toros salen en todas las plazas del país. Valdemorillo en sus salsas. En Valdemorillo se han visto, años atrás, toros de edad provecta; toros con arboladura y arrobas, luciendo en sus pezuñas unos espolones que semejaban a los de los gallos de pelea.
No llegaba a tanto, ni mucho menos, la corrida de Los Recitales mas de presencia iba suficientemente servida. Y de fortaleza también pues resistía sin perder pata la prueba del caballo; y aún doliéndose de las banderillas, se iba arriba en el segundo tercio; y durante el de muerte embestía sin excesivos problemas.
Distinto es que los toreros estuvieran por la labor. Algunos no estaban por la labor. Rafael Camino intentó los derechazos con mucha insistencia. Lo que no intentaba, en cambio, era instrumentarlos con la necesaria quietud y mediano ajuste. Apenas tomaba el toro la franela, ya estaba aligerando el pase, reduciendo el recorrido a su mínima expresión, y -lógicamente- la noble embestida se perdía en el vacío.
Algo parecido le ocurría a Gil Belmonte, con peor justificación pues éste es un joven torero de reconocidas cualidades, menos veterano que sus colegas, sin cartel aún, y se suponía que debió hacer mayor esfuerzo. A un toro de tarda condición le ahogaba la embestida; al de encastada nobleza que cerró la feria, lo muleteó sin temple y rectificando terrenos, quizá porque las vivaces acometidas no le inspiraban confianza.
Javier Conde estuvo en su estilo: muy desigual. Lo mismo ligaba los naturales con impecable templanza que se ponía a torear descaradamente fuera cacho con el pico de la muleta; lo mismo iniciaba la faena mediante una teoría de ayudados pletóricos de majeza, que la emprendía a derechazos o naturales ventajistas, desvaídos, hasta acabar aburriendo a la afición. Le dieron por eso la oreja del quinto toro, pero nadie se lo creía; ni él.
La Feria de Valdemorillo fue al fin fiel a la tradición y salvó el honor: hubo toreros con voluntad de agradar, salieron toros e hizo un frío siberiano, que no pudo con los aficionados. Lo cual prueba que están en perfecto estado de revista.
Babelia
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