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Sabina se despide de los grandes conciertos

El cantante, que el próximo día 20 emprende la gira de su disco 'Vinagre y rosas', dice que será la última ante audiencias multitudinarias

Con palabras conquistadas una a una como si fueran cotas de las playas de Normandía, Joaquín Sabina ha compuesto, tras cuatro años de sequía, Vinagre y Rosas, un monotemático sobre el desamor, con el que quiso ser infiel a su caricatura y con el que, anuncia, se despide de los escenarios totus tuus.

"Estoy mucho mejor que hace 15 años pero salir delante de 40.000 personas es un totus tuus y se pierden todos los matices. Las giras a los 60 años aterrorizan pero ésta -la de promoción del disco, que comienza el día 20 en Salamanca- es la última en esos sitios", anuncia. Despedirse de los grandes escenarios no significa que no vaya a actuar más, sino que lo hará en "teatritos", donde sus conciertos "no se confundan con una misa pagana. "Haré esta porque le debo a la gente que ha estado conmigo estos años hacerlo pero nunca más", reitera absolutamente convencido.

Dice que en los diez últimos años -en 2001 sufrió una isquemia cerebral leve- ha levantado mucho el pie del acelerador y que ya no amanece en los bares, ni anda "por ahí perdido en no se sabe qué cama", ni se "maltrata la nariz", pero que "sí cae algún whisky". Muy lejos en cualquier caso, afirma riéndose, de lo que dice Benjamín Prado, las "otras dos manos" con las que ha escrito 10 de los 14 temas del disco, en el libro que refleja el proceso de creación del decimonoveno trabajo en 31 años de carrera de Sabina, y que se publicará en coincidencia con la salida a la calle de Vinagre y Rosas, el día 17.

No sabe todavía qué etiqueta ponerle al resultado porque, reconoce, siempre que termina un disco cree que se ha quedado muy lejos de cómo lo había soñado pero le gustaría que le pasara lo que con 19 Días y 500 Noches, que, ya con perspectiva, no le da vergüenza escucharlo. "Estoy demasiado cerca de él todavía y además estoy metido en los ensayos de la gira", que le llevará a Vigo, Zaragoza, Valencia, Pamplona, San Sebastián, Bilbao, Roquetas de Mar (Almería), Córdoba, Madrid, Barcelona, Granada y Málaga, entre otras ciudades, para trasladarse a partir de enero a hispanoamérica.

Las letras del "núcleo duro" de Vinagre y rosas -"que es lo que hay en los escombros del desamor"- las construyeron Prado y él en Praga, espoleados por el "precipicio sentimental" que tenía entre "regular y tirando a muerto" a Prado. "Me gusta que mis discos reflejen un poco mi vida. Cuando Benja (Prado) y yo nos fuimos a Praga era un viaje de amigos pero acabó saliendo el disco. Ha sido muy raro y muy gozoso y nos hemos peleado por cada acento, cada palabra, cada verbo". Se conjuraron para "no tirar de oficio" ni hacer concesiones: "si nos salía un estribillo muy coreable pero indigno sabíamos que eso iba fuera. Uno sufría mucho mientras el otro desechaba sus ideas en una preciosa batalla" en la que "aprisionaban las ideas que le parecían una mierda en corralitos" dibujados o eran censuradas con las palabras "no comprar" gritadas a pleno pulmón por Sabina.

Han querido acompañarse en dos temas -Tiramisú de limón y Embustera- del grupo rock Pereza porque querían que entrara, en un disco que les había salido "denso por no decir espeso", el aire fresco, el olor a la calle, "la chulería y macarrería del Clif Richards jovencito".

El primer single del álbum, del que prefiere sin dudas Ay, Carmela, dedicada a su hija, es Tiramisú de limón, un rock en el que Joan Manuel Serrat hace los coros junto al equipo habitual de Sabina, es decir Pancho Varona, José Antonio Romero y Antonio García de Diego. Sabina dice que está todo el día peleando con "los perros rabiosos" que sólo él oye y que ahora los más rabiosos son los que le dicen "te vas a meter en una gira, vas a defraudar a todo el mundo, vas a dar gatillazo y es que algunos he dado en mi vida", confiesa a carcajadas.

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