De matarife a payaso
En mayo de 1990, el durante muchos años campeón de la taquilla norteamericana Sylvester Stallone apareció en Cannes, sin que nadie le llamara al festival ni en él tuviera película alguna que ofrecer y defender. Apareció aparentemente porque sí, de turista. Pero pronto se vio que no sólo de turista, pues sin que nadie se lo pidiera organizó una conferencia de prensa en la que apareció con aire dulce y bonachón, poco menos que pidiendo perdón por las entretelas de su popularidad, ganada a tortas y a tiros.Las antenas del despacho de marketing del matacomunistas por excelencia habían detectado que, tras la caída del muro de Berlín, Rocky tendría que dejar de noquear rusos y Rambo de acribillar vietnamitas, pues los vientos de la historia comenzaban a apagar la hoguera de la guerra fría y el negocio de Stallone se quedaba sin sus dos filones. A eso fue precisamente a Cannes: a decir que cambiaba de imagen, o de filón, y a convencer a la gente de que su ideología no era en realidad violenta y belicista, sino, por el contrario, pacifista y ecológica, verde en sentido casto. Y a anunciar, de paso, que esto se vería pronto en las pantallas. Ya se ha visto: el resultado se titula Oscar.
Oscar
Dirección: John Landis. Guión: Michel Barrie y Jim Mullholland, según la comedia de Claude Magnier. Música: Elmer Bernstein. EE. UU., 1991. Intérpretes: Sylvester Stallone, Ornella Muti, Yvonne de Carlo, Don Arneche, Vincent Spario, Kirk Douglas. Cines Cartago, Novedades, Palacio de la Música y Aluche.
La película no está, al menos aparentemente, producida por Stallone, pero ha sido con toda evidencia organizada y producida para él, como un traje hecho a la medí da de su necesidad de cambiar de imagen para mantenerse en la picota de la más vulgar y mediocre popularidad conseguida por un actor en los últimos decenios. El negocio Stallone necesitaba cambiar de rumbo, y la comedia, el guión, el reparto y el director de Oscar parecen elegidos con lupa para evitar el tropiezo del divo. No para hacer una buena película, sino para que Stallone, sin hacer el ridículo, ganara prestigio codeándose con prestigiosos y no contaminados (como el suyo) viejos rostros del cine: Kirk Douglas, Don Ameche, Yvonne de Carlo, entre otros.
Sosería
Nada más adecuado para cambiar la imagen de un matarife que dedicarlo a hacer monerías en una comedia de enredo. John Landis, cineasta con buen oficio e incluso con talento (recuérdese su más que agradable trabajo en Un hombre lobo americano en Londres), garantizaba la solvencia y el buen ritmo del producto final. Y así ha sido: Oscar es una comedia aceptable, hecha con solvencia, a la manera del Hollywood de los años treinta y cuarenta, y que funciona por todos los lados salvo por uno: Sylvester Stallone, actor (es un decir) malo de solemnidad y, sobre todo, propietario de una insuperable falta de gracia, una sosería que podía camuflar fácilmente bajo las máscaras (o muecas) homicidas de Rambo y de Rocky, pero que, en los simpáticos y en ocasiones ingeniosos enredos de Oscar, canta a la manera que canta el calcetín de un corredor de fondo después de una carrera de maratón.El reparto, el guión y el director de Oscar están por encima del objetivo inexplícito de la película, que no es otro que dar el primer paso en una hipócrita puesta al día del ex campeón del cine de la guerra fría. Sin parecerlo, Oscar es un filme de encargo, donde todo el tinglado es un conjunto interrelacionado de muletas que sostienen a un divo que no sabe caminar por sí solo, a la manera de algunas amañadas películas del viejo star system, hoy ya en desuso.
Lo que parece dudoso es que el nuevo rumbo de Stallone le lleve, a tenor de este Oscar, a sus viejos éxitos de taquilla. Oscar tiene pinta de película que puede defenderse y amortizar bien sus costes. Con suerte, un poco más que eso, pero no mucho más. Y, a causa de ello, es posible que, en un futuro próximo, Stallone tenga que hurgar en nuevos filones del rufianismo cinematográfico: enemigos que eliminar a tortazos o a navajazos, ya que el noble arte hacer reír, salvo de pena, no es el suyo.
Babelia
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