Roman Polanski gana la Palma de Oro
Triunfan los filmes del finlandés Kaurismäki, del palestino Suleiman y del estadounidense Moore
Fue una buena y sagaz lista de premios la que anoche llenó de ovaciones y de perplejidades a la gran sala del Palacio de La Croisette. Sólo hay en ella el error de una lamentable ausencia, la del magistral filme británico All or nothing, de Mike Leigh; pero las rotundas presencias que esa lista saca a primer tiempo la compensan. Y hay que comenzar, obviamente, por la concesión a El pianista, de Roman Polanski, de la Palma de Oro. Es una honda y conmovedora obra, que no ha tenido el eco que se merece en la crítica, pero que anoche emergió de forma imparable como un filme de alcance histórico y de grave, imborrable, estremecedora sinceridad y hermosura.
El filme ambientalmente favorito era el finlandés El hombre sin pasado, de Aki Kaurismäki, y se llevó el segundo puesto de la fila dorada, el Gran Premio del Jurado, que es casi una réplica de la Palma de Oro. Y también obtuvo el premio a la mejor interpretación femenina, que fue para la magnífica Kati Outinen, que por hacer un personaje casi secundario había pasado inadvertida, pese a su maravillosa actuación. Algo parecido ocurrió con el justo premio como mejor actor al belga Olivier Gourmet, que hace un trabajo excepcional en El hijo, de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, pero cuyo nombre se había eclipsado ante el brillo de sus ilustres competidores, encabezados nada menos que por Jack Nicholson.
El Premio del Jurado fue para el filme palestino Intervención divina, obra de gran singularidad de Elia Suleiman. Esto le convierte en la tercera gran película de la noche, lo que no sorprendió a nadie, pues es cine sólido y de poderoso humor, pese a estar situado en el corazón de la incalculable tragedia de Palestina. En cambio, hubo sorpresa por el Premio 55 Aniversario, que el jurado se sacó de la manga para poder meter en la lista de oro a la irresistible gracia y fuerza desveladora de la violencia cotidiana en Estados Unidos de Bowling for Columbine, el vitriólico y vigoroso documento de Michael Moore, primer filme no de ficción que concursa y triunfa en este certamen.
Títulos indiscutibles
El premio a la mejor dirección fue repartido entre el coreano Im Kwon-Taek, por su bellísima Ebrio de mujeres y de pintura, y el estadounidense Paul Thomas Anderson, por su original e inteligentísima Punch-drunk love. Y si se añade a estos nombres el del ganador del premio al mejor guión, que fue el escocés Paul Laverty por su escritura de Sweet sixteen, filme dirigido por el inglés Ken Loach, la lista de premiados se cierra con los títulos más vivos e indiscutibles de cuantos vimos aquí los pasados doce días, en los que, en palabras de David Lynch al presentar el palmarés, 'el cine mundial estuvo presente aquí y demostró no sólo que sigue vivo, sino también que goza de buena salud'. Ciertamente, la gama de estilos y sensibilidades cinematográficas que brotan de este rotundo y rico conjunto de nombres y títulos es extraordinaria.
El jurado que decidió estos premios estuvo presidido por el director norteamericano David Lynch y lo componían la actriz china Michelle Yeoh, la actriz estadounidense Sharon Stone, el realizador chileno-francés Raoul Ruiz, la productora indonesia Christine Hakim, el director danés Bille August, el director francés Claude Miller, el director brasileño Walter Salles y el director francés Regis Wargnier.
De los muchos premios extraoficiales que se conceden aquí, sólo dos tienen alcance de noticia. Uno es el Premio de la Crítica Internacional, que fue para Intervención divina 'por su visión sensible, innovadora y llena de humor de una situación de actualidad compleja y con consecuencias trágicas'. El otro es el premio religioso y humanista del Jurado Ecuménico, que fue para El hombre sin pasado, fundamentado en que 'este filme está iluminado por la ternura y el humor de una parábola sobre el nacimiento de una persona y una comunidad, en la que la estética de Kaurismäki nos hace vivir un momento de gracia'.
Tras las últimas proyecciones del concurso volvió a percibirse con una mirada retrospectiva que este festival sigue fiel a sí mismo y vuelve este año a aglutinar la mayor parte de los filmes que selecciona alrededor de una o algunas ideas-eje. Esta vez ha vuelto a rescatar a un cine involucrado en las nuevas formas que tienen de manifestarse las viejas luchas sociales. De ahí que la política y la historia consideradas como fuentes de cine hayan sido los territorios del gran debate de ideas e imágenes que ha emergido por debajo de los escaparates del glamour y del ajetreo con que los negociantes de películas convierten al Palacio de La Croisette y sus alrededores en una enorme tienda.
Y si el balance estético de esta edición del festival parece positivo y abre caminos al cine futuro, por contra se percibieron indicios de pesimismo, o como mínimo de duda, en los mercadeos de la industria audiovisual europea, que parece alertada y en parte paralizada ante la proximidad de una encrucijada técnica que los fabricantes de películas tendrán por fuerza que afrontar y que les llevará a tomar decisiones complejas y rumbos comprometedores.
La insistencia casi monográfica del festival en hurgar dentro de los cambios tecnológicos que se avecinan, sobre todo el de la desembocadura del cine en el territorio -aún a medio explorar, pero, en palabras dichas aquí por George Lucas, 'inesquivable, necesaria, que ocurrirá pronto y que cuando llegue no hará excepciones y acabará con quienes se le opongan'- de la filmación, reproducción y exhibición numérica o digital de la imagen cinematográfica. La profecía más cantada aquí estos días vino a decir que la inevitable conversión en reliquia del venerable soporte de celuloide alterará cuando ocurra las reglas del juego de la industria audiovisual, pero no parece que vaya a modificar sustancialmente al cine como arte, al cine como lenguaje y como forma de conocimiento, es decir, a la parte esencial de lo que esta voluble pasión tiene de imperturbable e imperecedera.
Globos hinchados
Como respiradero de tanto cine inflexible visto durante los 12 días pasados, los organizadores del festival dejaron para el final dos películas blanditas y livianas como globos hinchados, brillantes por fuera y dentro nada. Una es Mujer fatal, otro insustancial jugueteo de Brian de Palma con la mentira cinematográfica, en la que es experto. La otra es Y ahora, señoras y señores, nuevo y empalagoso empacho de la incorregible cursilería del francés Claude Lelouch, que esta vez embarca a Jeremy Irons en un mar de caramelo, escoltado por todos los tópicos imaginables y algunos más. Y hubo quien por fin se tronchó de risa viendo algunas de sus bobadas líricas, lo que se agradece después de tanto cine de caras largas.
Babelia
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