Reivindicación del guionista

El cine español tiene otros problemas que los derivados de cuestiones legislativas. Desde los despachos oficiales se pueden crear las condiciones para que los artistas y técnicos trabajen sin que la exigencia de rentabilidad pese sobre sus cabezas de manera asfixiante, pero la responsabilidad última del producto, lo que determina si la película tiene o no interés, no surge de ministerio alguno.Así, viendo Crimen en familia el espectador lo que lamenta es que una buena idea de partida (el análisis de una noticia sobre un crimen, sacada de las páginas de sucesos, y su reconversión en tragedia psicoanalítica) naufrague en un guión inepto, que no consigue ensamblar los distintos factores que intervienen en la historia y darles una dimensión que escape de la mera casualidad para transformarse en destino.

Absurdos

Por ejemplo, es absurdo que las dificultades económicas que atraviesa la protagonista no actúen como desencadenante del asesinato y queden como un simple dato más, o que no se expliquen las razones por las que debe ser uno de los hijos quien apriete el gatillo, o que el delirio fascista del personaje interpretado por Agustín González no progrese, siendo cada una de sus explosiones de dogmatismo una mera repetición de la anterior sin otra aportación.Tampoco la puesta en escena consigue darle la dimensión adecuada a la representación. No basta con invocar a la tragedia para que el folletín se metamorfosee y el horror, la pasión y los hados se den la mano.

La planificación hubiera debido subrayar el carácter coral que la acción adquiría en determinados momentos, saber situar cada personaje en su lugar, preocuparse por la iluminación como generadora de clima (Crimen en familia, junto con Interior rojo, ostenta el mérito de ser, entre los filmes españoles recientes, el peor fotografiado), y no dejar tampoco que el maquillaje consista en enharinar los rostros.

Sólo los actores, disciplinados y dispuestos a emular a Nicholson y Lange en El cartero siempre llama dos veces, sin tener garantía alguna de salir bien librados de tal comparación, hacen que la película no sea un despropósito total.

Agustín González busca no fabricar un malo de una sola pieza, Charo López se entretiene aportando pinceladas buñuelianas a través de un lucido repertorio de deshabillés y Cristina Marsillach pone convicción y sensibilidad a un personaje imposible.