"Recuerda ahora a su padre de pie en el herrumbroso balcón..."
Juan Marsé revela a través de su hija Berta el arranque de su nueva novela 'Aquel muchacho, esta sombra'
"Recuerda ahora a su padre de pie en el herrumbroso balcón que ha dejado atrás...". Así comenzará la novela Aquel muchacho, esta sombra en la que Juan Marsé contará su adolescencia. Berta, su hija, escritora como él, leyó los párrafos del comienzo sobre imágenes de la Guerra Civil en Barcelona, que el padre adoptivo del autor de Si te dicen que caí miraba desde ese balcón lleno de herrumbre.
Fue en un acto muy especial, en uno de los salones de la feria de Guadalajara. Lo organizó la Universidad de Alcalá de Henares; su vicerrectora, María José Toro, trajo aquí, con Berta, las imágenes que constituyeron la exposición que Joan de Sagarra y Pilar Aymerich idearon para explicar en el lugar donde se entregan los Cervantes los mundos de Marsé. Berta, que también es escritora, narró esos mundos atendiendo a lo que su padre le había dicho (en un mensaje que también leyó): "Por motivos de salud no me será posible participar en la gran fiesta del libro de este año, así que cedo la palabra a mi hija Berta, en la confianza de que lo hará con imparcialidad y eficacia, es decir, con muy severas instrucciones de reprimir cualquier atisbo de panegírico".
Cumplió Berta, ningún atisbo de panegírico. Marsé publicó aquí, en México, en 1973, Si te dicen que caí, que la censura no quiso dejar pasar en España; aquí conoció a Juan Rulfo, su maestro. Muchos años después, esta feria le concedió el premio Juan Rulfo, que ya no se llama así. "Yo lo sigo llamando así", decía Juan en su mensaje. "Veinticuatro años antes de aquel inmerecido regalo, en septiembre de 1973, el gran escritor y yo nos habíamos conocido en la ciudad de México. Nunca podré olvidar su gentileza y su afecto, y me parecería una traición a su memoria llamar de otra manera a un premio que tanta ilusión me hizo por llevar su nombre y del que tan orgulloso me siento".
Fue un acto sencillo; Marsé nunca se ha hallado bien en medio de las solemnidades, y su hija Berta le dio la dimensión adecuada a la sintonía de su padre con el público y con la vida. Fueron desfilando fotografías familiares: con Joaquina, su mujer; con Guille, su nieto; con Jaime Gil de Biedma, con Carmen Balcells, con sus compañeros de la revista Por Favor, con sus padres adoptivos, con sus amigos Carlos Barral o José Agustín Goytisolo, con el taxista Domingo Faneca, su padre biológico, con sus hijos... Berta fue festoneando esa presentación íntima de los mundos de Marsé con algunas frases del discurso con el que este año recibió el Cervantes. Recordó, por ejemplo, sobre la foto de Juan con su agente: "Y de manera muy especial deseo mencionar a Carmen Balcells, mi agente literaria de toda la vida, de ésta y la de más allá, sobre todo el día que tomé prestada una ocurrencia de Groucho Marx y le dije: ?Querida Carmen, me has dado tantas alegrías, que tengo ordenado, para cuando me muera, que me incineren y te entreguen el 10% de mis cenizas".
Las imágenes de la vida, las imágenes del recuerdo de cuando era el niño que aparecerá en Aquel muchacho, esta sombra, la novela que está escribiendo. No es habitual que Marsé revele el texto en el que aún trabaja. Le dejó a Berta el comienzo, y sobre las imágenes de la Guerra Civil en Barcelona, la hija leyó lo que el padre recuerda el 26 de enero de 1939, cuando desfilan los nacionales por Barcelona y ya él comprobó que la vida iba en serio. Juan tenía entonces seis años, y ahí está, en el balcón, viendo a los nacionales del general Yagüe: "Recuerda ahora a su padre de pie en el herrumbroso balcón que han dejado atrás, le ve todavía allí embutido en un grueso abrigo con las solapas alzadas, llorando en silencio y con un puro sin encender en los labios mientras mira los soldados que bajan desde la plaza Lesseps agobiados bajo pesados capotes y mantas enrolladas, con sus fusiles al hombro y con sus botas retumbando en los adoquines. Él está acuclillado entre dos macetas de geranios y con la cara pegada a los barrotes del balcón. De lo ocurrido ese día, su padre siempre contaba que el niño, mientras lo miraba llorar y triturar el puro con los dientes, de pronto se echó también a llorar, no porque sintiera impotencia y rabia y una gran amargura viendo desfilar a los nacionales, no directamente por eso, claro, era demasiado pequeño para entender que se había perdido una guerra y cuántas esperanzas, pero en cierto modo sí podía decirse que lloraba con la misma pena, ya que no por otra cosa veía por primera vez llorar a su padre".
En Un día volveré lo dice: "Hoy ya no creemos en nada, nos están cociendo a todos en la olla podrida del olvido, porque el olvido es una estrategia del vivir si bien algunos, por si acaso, aún mantenemos el dedo en el gatillo de la memoria". Con el torso desnudo, Marsé contempla a Guille cuando éste debía tener tres años; el niño exhibe una pistola de juguete dentro del pañal, al modo de los pistoleros. Es la primera foto de la serie que exhibió Berta Marsé. Ese texto de su padre le da a la foto con el nieto el poder de una intensa metáfora. Guille, que es hijo de Berta, lleva, por cierto, en esa imagen un enorme sombrero de charro mexicano, como algunos personajes de Rulfo.
Babelia
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