Pasado perfecto
Abramos un nuevo capítulo en el imaginario Libro de tácticas para la supervivencia de los músicos veteranos. Después del enésimo disco live, el álbum de duetos, el desenchufado, las versiones en jazz o la colección de remezclas, llega el turno de recuperar los elepés clásicos. Lo han hecho Van Morrison con Astral weeks, Lou Reed con Berlin, Love con Forever changes y otros muchos.
Ahora que el consumo de música se ha banalizado, la insurgencia hace sentir su fuerza. Los melómanos quieren recuperar los clásicos. Discos que no se interpretaron en directo por cuestiones económicas (en 1968, Love no actuaba con cuerdas y metales) o por resultar polémicos: con memoria de elefante para las ofensas, Lou Reed interiorizó las críticas negativas de Berlin olvidando las lisonjas que recibió de una prensa musical a su favor.
Durante años, fueron sus jóvenes colegas los que recreaban esos discos. Cantautores que se juntaban en algún club para hacer completo Blood on the tracks y otras gemas del canon dylaniano. A partir de 1994, el grupo Phish celebraba Halloween tocando obras cumbres del rock como el Album blanco (The Beatles), Loaded (Velvet Underground), Quadrophenia (The Who) o Remain in light (Talking Heads). Sólo se les resistió el endiablado Joe's garage, de Frank Zappa.
Relación ambigua
Sin embargo, obligar a los creadores originales a recuperar discos añejos, ah, ésa es otra cuestión. Todo artista de largo recorrido tiene una relación ambigua con sus obras básicas: viven de ellas (royalties, prestigio), pero prefieren vender sus nuevas ocurrencias. Todavía hay clases entre la aristocracia del rock: los que siguen sacando nuevos discos -Paul McCartney, Dylan, los Stones- miran por encima del hombro a los que han renunciado a ello (Rod Stewart, Chuck Berry, Fats Domino).
Pero el público manda. Ya no extraña que, por ejemplo, The Stranglers salgan de gira anunciando que sólo tocará sus grandes éxitos. Al desplazarse el centro del negocio musical hacia el directo, se necesita refinar la oferta. Los promotores piden exclusivas. Y recrear un disco legendario posee una carga mágica: con nuestra máquina del tiempo, te vamos a llevar a, digamos, 1969. Y el público se siente reconfortado: asiste a una Experiencia Única..., aunque luego genere un disco en directo y el correspondiente DVD.
De rebote, estos rescates potencian el papel del canon del rock. Obra colectiva de críticos y fans, el canon es la gran arma contra el olvido, una manera de establecer jerarquías en la producción de artistas que, inevitablemente, carecen de objetividad. Y ahora, ya se ve, el canon permite inteligentes jugadas comerciales.
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